De impresión a impresión

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Ante la solicitud de detenerse en el súper, una vez hecho así, Terrance se dispuso a acompañar a Candace para ayudarla.

Llevando en mente un guiso a preparar, y en cuanto estuvieran en el interior del centro comercial, la jovencita supo rápidamente adonde dirigirse, yendo detrás de ella, Terry quien presto tomó un carrito para ahí colocar lo seleccionado por Ace: simples 13 artículos que, por supuesto serían cubiertos por él, el cual también se encargaría de llevarlos hasta un auto.

Nuevamente montados en el vehículo, los jóvenes finalmente llegaron al establecimiento vidriero, donde de inmediato, Terrance saludó al señor Blance, quien estaba terminando de atender una llamada y correspondía al saludo acompañado de un estrechar de manos.

Previo a que alguien hablara, Candace se adelantaba entregando su reporte, dejando así a la suerte, el veredicto de un padre una vez estuviera enterado; aunque éste analizaría la situación únicamente con la presencia de Terry, ya que, la hija se disculpaba con ambos para ir abajo y preparar su platillo para degustarlo los tres.

Quedando dos a solas, uno se dispuso a leer el documento entregado.

Al finalizar, el señor Blance dobló el papel, escuchando Terrance, frente al mostrador, el profundo suspiro arrojado y también las siguientes palabras:

— Y lo tomó de lo más natural, ¿cierto?

— No... sé qué decirle.

— No, hasta eso; tendría que decírtelo yo.

— Señor Blance, — Terry lo nombró, — yo...

— No te preocupes, muchacho, ya que bien sé lo ignorabas.

— Y honestamente, me gustaría ayudarlo.

— Sin embargo, será difícil, hijo. Candace... está obsesionada, y...

— Antes de que diga más, me disculpo por interrumpirlo — dijo el chico, — pero también quiero disculparme por no haber pedido su autorización para ver a su hija.

Lo dicho por Terrance, consiguió que el vidriero lo mirara fija y sorpresivamente; acciones que harían reafirmar unas palabras:

— Hace días la conocí y hace pocas horas que empezamos un noviazgo; pero no quiero que éste siga avanzando sin tener de usted su permiso.

— Terrance, yo...

— Sabré entender su negativa.

— No, no, hasta eso — habló aturdidamente el padre de ella. — Lo que pasa, es que... me sorprendiste. ¿Qué edad tienes? — se interesaron en el dato.

— Hace poco cumplí 18 años.

— ¿Y siempre has sido así de formal?

— Afortunadamente para mí sí.

— S-sí... ¡sí, tienes razón! Es una fortuna, en mi caso, conocer jóvenes como tú.

— ... chapado a la antigua dijo Ace.

— No, qué va.

— ¿Entonces...? — Terry quiso saber si le darían un sí o un no de manera categórica.

En cambio, y en silencio, el señor Blance siguió mirándolo. Lo hizo por varios segundos, de pronto, el hombre comenzó a sonreír, para después reír abiertamente y decir:

— Por supuesto, hijo. Tienes mi permiso.

— Muchas gracias.

— No, no, hay por qué, porque... creo que quién debería dártelas soy yo por fijar tu interés en mi hija.

The crystal dreamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora