En defensa de lo que es de uno

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Es bueno decir que, con la excelente actuación de Candace, la scout Baker aprovechó la cena para darle uno y mil consejos con respecto a su juego, además de que se encargaría de ayudarla en lo que estuviera en sus manos una vez la chica estuviera en la universidad.

Realizado un brindis por eso, Terrance aprovechó el momento, —en que madre y novia se enfrascaron en su charla y después de pedido un permiso al señor Blance—, para llamarle a su padre y compartirle las buenas nuevas, principalmente, que su relación con Ace se mantenía intacta.

La joven, en su propósito, había conseguido la completa atención de la madre de su novio que más emocionado no podía lucir.

Pero así, como el padre de Terry fue notificado, sus amigos tampoco quedaron privados del éxito que se consiguiera.

Por supuesto, un progenitor urgiría conocerla, y las amistades incluso se organizarían para festejarla, quedándose al pendiente el afirmar un día y una hora; y pidiéndose de antemano el clásico permiso, el cual consistiría nuevamente: el que Ace se quedara en casa con Terry.

Conociendo al joven, el padre de ella no objetaría, siempre y cuando la madre de él estuviera de acuerdo.

Repetir que la scout Baker ya tenía otra referencia de Candace sería redundantemente repetitivo; y por lo mismo, ¡ella se mostraba de lo más encantada de volver a tenerla en casa!

A la de ellos, los Blance tuvieron que marcharse. El camino de madrugada había sigo largo; y, por lo tanto, la noche se tornaría pesada. Además, las emociones habían sido muchas, y al otro día se tenía que retomar el trabajo que, por ese lunes, —y por lo realizado—, se dejara de atender al cerrarse el local vidriero "a causa de fuerza mayor".

Habiéndose dicho que los Baker se harían cargo de la cuenta, padre e hija, —además de agradecer—, se despidieron por el momento, diciéndose los novios de mantenerse en comunicación hasta que él tuviera la oportunidad de visitarla.

Una visita que no pasaría de dos días; ya que, aprovechando que sus clases se suspenderían temprano, Terrance, —informando a su madre una razón—, a su novia iría.

Ella, por su parte, el martes que se presentara en la escuela, debido a su ausencia tuvo que reportar lo anteriormente hecho. Acontecimiento que sorprendiera a muchos, y también le festejaran.

Lo malo que, durante la fiesta de celebración, la jovencita, —por sus compañeras de equipo, de clase y amistades— fue bañada con un cubo de agua helada que desafortunadamente la enfermara.

El guapo enfermero que llegara a cuidarla trataba de entender, no obstante, decía:

— ¡Es un salvajismo hacer eso!

— No lo fue cuando se hizo el reto del cubo de agua helada allá por 2014 — comentó una seriamente mormada Ace; en cambio, un conocedor Terry diría:

— Sí, porque aquello tenía un propósito: el recaudar dinero para la investigación científica de la esclerosis que un ex compañero del Boston College padecía. La fundación encargada juntó cientos de millones de dólares. ¿Cuánto te dieron a ti?

— Nada — dijo la regañada Ace metiéndose debajo de la colcha; y lo hacía porque debía sonarse una vez más la nariz que lucía más roja que la del propio reno Rodolfo; aunque en sí, lucía ¡a punto de sangrar! de tanto rasparla con los suaves pañuelos desechables.

De pie junto a la cama de Ace, Terry yacía estirando un bote de basura para que ella ahí depositara lo recientemente usado.

Hecho así, Ace se destaparía, quejándose de la molestia en la nariz; protuberancia que Terrance se inclinaría a besar, y posteriormente unos labios resecos que se movieron para advertirle lo enfermarían.

The crystal dreamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora