Las enormes piedras llegaron como lluvia de granizo sobre el fortificado castillo de Lobozoth, destruyendo gran parte de las almenas y un par de torreones. Varios hombres cayeron entre gritos de lamento. Debían hacer algo pronto y la respuesta no tardó en aparecer.
—¡Liberen las catapultas! —gritó Taka diligente.
A lo que le siguió el sonido de un cuerno dando la orden a todo hombre de la ciudad, que armados, defendían como podían lo que hasta ese entonces habían llamado su hogar. Por las calles la gente corría enloquecida hacía la seguridad de los túneles, no pasaría mucho tiempo antes de que la ciudad cayera.
Las catapultas liberaron su carga de inmediato, mientras que desde la muralla una lluvia de flechas ardientes iluminó la oscura noche. Allá abajo, frente a la muralla pudieron vislumbrar una vez más al temible enemigo. Sea lo que fuere, no era humano. Redondos y malignos ojos brillaban dispersos cual luciérnagas en la oscuridad, eran cientos, miles. Taka pudo intuir que por lo menos median seis... ¡No! siete pies de altura los más grandes, con hombros anchos y musculosos, piel gruesa y pintarrajeada, prominentes mandíbulas y colmillos inferiores, estaban fuertemente armados con pesadas mazas y armas capaces de partir a un hombre a la mitad. Por primera vez sintió miedo, era una batalla que no podían ganar.
Entonces cayó la muralla. Las bestias con guturales rugidos celebraron su cometido, la invasión había comenzado.
—¡Defiendan la muralla! ¡Defiendan la muralla! —ordenó Taka a sus hombres que sin tardanza dirigieron sus flechas hacia los primeros invasores, quienes cayeron como moscas ante el prolongado contraataque.
En tanto, cientos de soldados se agruparon con lanzas y largos escudos frente a la reciente brecha abierta, dispuestos a repeler a todo aquel que osara ingresar, sin embargo, la suerte ya estaba echada, solo fue cuestión de unos cuantos minutos para que las criaturas irrumpieran imparables a través de su barrera masacrando todo a su paso, eran demasiado fuertes. La ciudad era insalvable, no había nada que hacer.
—¡Señor! ¡Señor! ¿¡Qué hacemos!? —preguntó un muchacho alto y delgado de manera desesperada.
Taka le echó una mirada. Lo conocía, no llevaba mucho tiempo como guardia real, estaba bajo su cargo. El terror en sus ojos era evidente, estaba temblando. Taka no supo que decir, se había paralizado.
—Larguémonos de aquí —masculló apretando los dientes con decisión. No estaba dispuesto a morir, no aquel día.
—Pero eso es... eso es...
—¿¡Traición!? —lo interrumpió Taka— ¡No podemos luchar por un rey que se esconde en su castillo como un cobarde! —rugió— ¡Abandonen sus puestos! —gritó girándose decidido hacia sus hombres— Tendremos suerte si salimos vivos de esto.
El muchacho obedeció de inmediato. El cuerno anunciando la retirada no se dejó esperar.
Acto seguido se desató el caos. Los hombres corrieron despavoridos hacía los túneles. Allá sus esposas e hijos aguardaban entre rezos y suplicas por la salvación de la ciudad. Debían sacarlos de allí de alguna forma, pero a esas alturas ya no servía de nada, las criaturas habían comenzado a matar y quemarlo todo, sin excepciones.
Taka, en tanto, corrió hacía las caballerizas seguido de varios de sus hombres. Ninguno de la guardia real tenía esposa e hijos, al menos no reconocidos, la mayoría era criado y entrenado para servir y proteger exclusivamente al rey por lo que poco les importó la gente de los túneles. Su prioridad se redujo a tratar de salvar su propio pellejo.
Taka tomó el primer caballo que encontró, los demás hombres hicieron lo mismo y para su suerte la mayoría ya estaba ensillado, por lo que sin más montaron rápidamente dirigiéndose hacia los portones alternos dispuestos a escapar por los flancos a como diera lugar. El grueso del ejército enemigo ya se encontraba dentro de las murallas, por lo que su escape podía ser un poco más sencillo y aunque estaba claro que no todos lo lograrían, si alcanzaban el bosque hacia las montañas Estrada tendrían una oportunidad. La demás gente ya estaba condenada.
La salida fue rápida, caótica y estrepitosa. En su camino se les sumó otro variado grupo de desertores que les siguieron en su alocada carrera. Los portones del lado este, aún no habían sido vulnerados, por lo que tras abrirlos, salieron dispuestos a hacerse camino entre aquel enmarañado ejercito de espantosas bestias. Era todo o nada y Taka con sus hombres lo tenían más que claro.
Los jinetes salieron con las armas en alto y a todo galope a través de las puertas, y para su suerte no fueron los únicos, aparentemente se habían armado un par de cuadrillas más con la misma intención de escapar o de armar una especie de contraataque final. Fue una verdadera carnicería, aquellas bestias los superaban en fuerza y altura, incluso estando a caballo. Tras unos breves minutos de batalla, Taka, como pocos, eludió la muerte. Para cuando logró dejar atrás al enemigo, solo unos cuantos hombres le acompañaban. Tras ellos, las bestias se disponían a cazarlos.
Le siguió lo peor. A campo abierto eran presa fácil y en medio del incesante galope descendió sorpresivamente sobre ellos una bandada de enormes pájaros que con sus afiladas garras atacaron sin piedad a los aterrados guerreros, haciéndolos caer de sus monturas entre alaridos desesperados para luego lanzarse a devorarlos de a decenas cual carroñeros a un cadáver en descomposición. Los chillidos de las aladas criaturas eran agudos y ensordecedores al punto de la locura, helaban la espina. Taka se giró horrorizado tratando de comprender, en aquella oscuridad, a que se estaban enfrentando y descubrió que aquello que había asumido como pájaros en realidad no lo eran, ni de cerca lo eran. Sus repugnantes cuerpos alados eran esbeltos, semejantes al de una mujer de atlética figura, pero con enormes y desproporcionadas patas de ave rapaz y rostros increíblemente deformes y torcidos al punto de rozar lo imposible. Pudo notar en la fosforescencia de sus ojos que no había atisbo de inteligencia, solo brutalidad y salvajismo atado a un insaciable deseo de carne y sangre que les exigía atacar sin conceder el mínimo de tregua.
Tres veces rozaron la cabeza del aterrado Taka y las mismas tres veces fueron repelidas por el guerrero, que usando su espada y sus habilidades de jinete eludió cada intento de derribo. Entonces un enorme rugido sacudió la tierra como el rayo, las criaturas aladas que le seguían se dispersaron veloces, asustadas. Taka tembló sintiendo un repentino latigazo de terror que le azotó la espina, su caballo se encabritó exasperado amenazando con llevarlo a tierra, más el guerrero se afirmó con fuerza a su montura y tiró de sus riendas con firmeza hasta que logró dominar su montura. Tras ello alzó la vista temeroso de lo que sus ojos pudieran hallar y por supuesto la vio... Aquella enorme criatura escamosa que tan solo había oído mencionar en libros y leyendas... Aquella horrible criatura que se decía había sembrado el terror durante todo lo que ahora se conocía como la primera era... Aquella misma criatura que para alivio de muchos se creía extinta y desaparecida para siempre. Esa misma criatura yacía volando directo hacia él y a la ciudad... Taka no se lo pudo creer, y en su miedo y confusión tan solo un pensamiento cruzó en ese instante por su mente, "¡Estamos jodidos!"
ESTÁS LEYENDO
El Alzamiento De Las Sombras
FantasyEreas es el último de una raza pura y perfecta. Criado entre humanos, en el feliz y próspero reino de Drogón, jamás imaginará las terribles circunstancias que se avecinan tras encontrar a un misterioso y moribundo hombre en el bosque. Un hombre con...