Capítulo 6

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Bajé las escaleras con cuidado, pisando las inscripciones, dejándolas atrás con cada paso, y con ellas también a mis compañeros. Elevé mis brazos intentado que mis manos tocaran las arenosas paredes, esperando sentirme menos desorientada mientras me adentraba en la oscuridad, sin embargo mis manos nada más tocaron el vacío. El silencio de aquella entrada a algún sitio inundaba mi mente. Aminoré la velocidad de mis pasos, volviéndose estos más lentos e inseguros. Temblorosos deseaban que hubiera un siguiente escalón o un suelo firme.
Sumida en la oscuridad, seguí avanzando, hasta que sentí como algo rozaba mi mano izquierda. Me sobresalté y exaltada con el corazón el la garganta, en un descuido intentando escapar de aquello que me había tocado, quedé al filo de la escalera. Antes de poder siquiera intentar incorporarme, sentí unas manos húmedas tocar mis hombros que tiraron de mi hacía el vacío. Estiré mis brazos intentado agarrarme a la escalera con desesperación pero era demasiado tarde.

Caí.

Mi cuerpo giraba sobre si mismo, mis brazos y piernas se movían frenéticamente, mi mente no podía asimilar lo que pasaba. Mi garganta muda, no se dignaba a gritar de terror. Lágrimas se escapaban de mis ojos y se perdían en el aire.
Caí y no paraba de caer. Solo sabía que contra más altura más dolería la caída. Sin embargo, de repente, mi cuerpo paró de caer con brusquedad. Quedé suspendida en el aire, algo mareada y fatigada. Seguía sin poder ver nada después de que mi cuerpo chocara contra el suelo finalmente. Ignorando el mareo y la agitación en mi pecho, palpé suelo sólido bañado por una capa de arena fría. Con cuidado me puse de pie. Extendiendo mis brazos esperando encontrarme con alguna pared pero volvió a resultar inútil. Suspiré con labios fruncidos pero temerosos.

Estuve caminando, no sabía desde cuando, ni hacía dónde. Empecé a cuestionar mi decisión. Me sentía como un girasol a media noche en un verano seco. Ciega, desorientada e indefensa.
Con mis pies descalzos sentía el suelo firme con pequeños trazos grabados en ella. No encontraba escaleras o alguna roca sobresaliente, ninguna deformidad. Tampoco ninguna pared.
Detuve mis pasos y arrepentida di media vuelta decidida a subir por aquellas infinitas escaleras. Entrar fue un grave error. Marcharnos del oasis fue tremendo error. Emprender esta aventura fue una total locura.

Mis pies pisaban con más firmeza pero con el mismo nerviosismo. Una pequeña presión aquejada mi pecho. Y un temblor ya instalado se acentuó aún más.

Mis piernas quedaron inmóviles cuando a lo lejos, divisé una luz. Inmediatamente pensé en mis compañeros, pero ellos estaban durmiendo. No creía que estando tan exaustos se percataran de mi ausencia. Me sentí en peligro. El único movimiento que pude hacer antes de echar a correr fue dar un paso hacia atrás. Volví a retomar el camino. O eso creía. Mis ojos se vieron deslumbrados por antorchas que se encontraban en las alejadas paredes.
Mi corazón se detuvo. Alumbraban todo el pasaje, el cual parecía no tener fin. Ahogada en mi desconcierto y miedo, volví a dar un paso hacia atrás y di la vuelta.

No vi el pasillo.

No vi las antorchas.

Vi a alguien.

Caí en el suelo ante la cercanía del sujeto. Sentada en el camino pude verlo bien.

Una persona extremadamente delgada y rígida. Con sus huesudas manos entrelazadas a la altura de su cadera. Vestida con una prenda de tela fina gris desgarrada y una capa marrón gruesa con capucha abrochada a la altura del cuello. Una tez blanca opaca, sucia. Un cuello largo y fino que sujetaba una cabeza grande con un rostro comprimido y consumido del cual solo se veía los finos labios y la nariz. Los ojos se encontraban vagamente tapados por una venda mal atada.
Lentamente me extendió su mano para ayudarme a levantarme. Se la acepté tras dudar unos momentos. Mis dedos rozaron la palma de su mano antes de formar el agarre. Sin querer un escalofrío recorrió mi espalda al notar sus manos frías y mojadas. Me levanté y di un paso hacia atrás mientras que aquella persona lentamente volvía a su posición anterior. Me quedé mirándola. Por ridículo que pareciera, me sentía observada. Daba la inquietante sensación, que a pesar de tener la venda en sus ojos, me miraba fijamente y que sabía dónde me encontraba exactamente.

Leyendas de la realeza II: La fábula del magoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora