Capitulo 11

45 6 0
                                    

No respondí. Esperé a que mi silencio fuera suficiente. Su rostro se relajó mientras dejaba  su comida a un lado. Se acomodó doblando las rodillas a la altura del pecho y apoyando sus codos en ellas. Clavó los ojos en mí, mientras se daba un tiempo a él mismo, como si estuviera pensando las palabras adecuadas. Por un momento pensé que me rechazaría. Pero no fue así.

- Todos tenemos pecados. -Se encogió de hombros, quitándole importancia.- Nadie se puede librar de esas decisiones permanentes que en cierto momento deslumbran como lo indicado y correcto. Muchas veces, les damos la mano para no perdernos a mitad de camino. Es una carga que hace que te pese los hombros y se te hinche el corazón, pero gracias a ella sigues aquí. De pecador a pecadora, si el camino que me ataña me muestra solo una salida, que el pecado me arrastre para poder seguir caminando.

•••

Al despertar me di cuenta de que Óscar no se encontraba a mi lado. Me levanté con rapidez alterada por la falta de su presencia. Sobre mis rodillas sentada en la verde hierba le busque con la mirada, hasta encontrarlo sentado sobre una roca lejos de donde me encontraba. No levantó la vista, sus ojos estaban concentrados en su vara de madera, allá cual volvía uno de sus extremos afilado, tal como había hecho yo la mía. Mi cuerpo se relajó. Veía como, concentrado en su tarea, apretaba los labios y ejercía toda la fuerza que tenía para dar forma a la vara. No dudé en acercarme a él, aunque parecía totalmente ajeno a mi. Ya me encontraba a su lado cuando alzó el mentón para encontrarse conmigo. A pesar de querer saber sobre su estado físico nada más pronuncie un  débil hola que respondió con un dudoso gesto de cabeza. Después volvió a lo que estaba haciendo. Me quedé allí de pie a unos escasos pasos de él, como quien se encuentra un muro tan alto y ancho que le impide seguir su camino y no puede hacer nada más que pararse en seco. Me quedé ahí. Esperando que dijera algo, a lo mejor que se enfadara, por lo que sea no sé, que gritará y se levantara haciendo gestos exagerados como solía hacer cuando estábamos en el castillo. No sucedió. Pues claro que no pasó. Él no me recordaba. Estaba delante de una completa desconocida.

— ¡Eh!— Se oyó a mis espaldas. — Pronto nos iremos.

Arrugué el entrecejo ante aquella afirmación.

— ¿A dónde?

— ¿A dónde crees? Al pueblo.— Dijo con obviedad. Hasta a Óscar, que descartaba toda posibilidad de unirse a la conversación, se interesó.

— ¿Hay un pueblo cerca y nos lo dices ahora?

— ¿Lleváis aquí varios días y no sabíais que había un pueblo cerca? — Me respondió en el mismo tono. Al ver mi rostro endurecerse levantó las manos mostrándose inocente. — Oye, no es mi culpa. Además, el señor decrépito no podía ni mantenerse sentado y el pueblo está a día y medio de aquí. No iba a llevar a la princesa en volandas.

Inmediatamente Óscar se levantó apoyándose torpemente en su lanza de madera ya afilada.

— Que agilidad felina, amigo.

Esa misma mañana partimos. Nos llevamos lo esencial y poco más. Yoi nos recomendó no llevar armas grandes o muy vistosas pues podrían considerarnos una amenaza aunque nuestro arma hubiera sido nuestras lanzas de madera. Por lo que Óscar había estado esforzándose en un principio para nada, sin embargo, con cierta rapidez y fuerza partió la vara haciendo de su lanza una estaca y se la guardó. Yo, por lo contrario, opté por partirle la punta y dejarlo como una simple vara de madera. Pensé que una especie de bastón pasaría desapercibido pero que en cualquier caso, si lo requería, serviría para defenderme. Tendría que poner en práctica mis clases autodidactas de lucha. Aunque esperaba que no sucediese.
El camino fue silencioso por parte de los tres, de vez en cuando Yoi se dignaba a comentar algo o yo misma rompía el silencio con quejidos por golpes y pequeños arañazos de ramas.  Óscar, por lo contrario, tenía los labios sellados. Antes de emprender el pequeño trayecto, Óscar se mostró un poco reticente. Por un momento me dio miedo que se marchara y se separara de nosotros pero por mi fortuna no fue así. Se encontraba detrás mía, suspirando fuertemente por falta de fuerzas. Le pedí varios descansos a Yoi durante el viaje, cada vez que oía jadear a Óscar durante un rato, poniendo de excusa que me dolía la pierna en la que tenía la gran cicatriz. Esto nos retrasó más de lo esperado, tardamos tres días en llegar al pueblo y con ello conseguí que la paciencia y el buen humor que inundaba al nuevo Yoi fuera disminuyendo. No tardó mucho en soltar alguna de sus bordes genialidades, la mayoría destinada a su problema, mi pierna y yo. Pero no se lo echaba en cuenta. Estaba más atenta a otras cosas.

Leyendas de la realeza II: La fábula del mago ||Editando||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora