Capítulo 7

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Cuando volví a tocar suelo firme la luz se había desvanecido. Mi pelo se dejó caer sobre mis hombros y me dejé caer al suelo. Tomé una bocanada de aire desesperada. Arrodillada en el suelo con mis manos apoyadas en la tierra húmeda, intentaba recuperar el aire. Mi garganta dolía y mi pecho agitado dificultaba ese intento por volver a respirar como solía hacerlo. Apreté mis manos llevándome parte de la hierba y tierra húmeda. Cerré los puños con mucha fuerza para dejar de pensar en mi falta de aire. Empecé a ejercer cada vez menos fuerza. Abrí los ojos y observé mis manos sucias iluminadas por la luz de la noche. Las despegué del suelo echándome hacia atrás,  sentándome sobre mis talones. Elevé mi mentón lo más que pude y suspiré. Sentía como las gotas de sudor caían y como mi pecho bajaba y subía despacio.
Me dispuse a levantarme pero me detuve a medio camino. Un ruido había emergido de los arbustos que me rodeaban. Me puse de pie apresuradamente. Giré mi cabeza con rapidez y con los ojos muy abiertos intenté averiguar lo que parecía que se encontraba a escasos metros de mí. Mi piel se erizaba al seguir oyéndolo cada vez más cerca. No emitía ningún sonido más que el de los arbustos. Subí mis puños con intención de defenderme y esperé a que se presentara. 

Giraba sobre mis talones, con el ceño fruncido y los ojos bien abiertos. Estando en alerta. Pensando que estaba preparada para actuar, hasta que oí el movimiento de los arbustos detrás de mí. No me dio tiempo a girarme cuando agarraron fuertemente mi mano y tiraron de ella. Empezó a correr adentrándose en la espesura del bosque. Debido al agarre que ejercía en mi muñeca y a la velocidad con la que corría no pude zafarme del misterioso individuo. Los frondosos árboles impedían que los rayos de luz pasaran entre ellas, por lo que no sabía quién tiraba de mi. Oía el jadeo y la aceleración de su respiración, murmullos que llegaba a terminar diciendo brevemente en voz alta cuando saltaba sobre un obstáculo. Aún así no entendía ni una sola palabra.
A lo lejos divisé una luz cálida. Nos dirigíamos hacia ella. A cada paso la luz se intensificaba más pero no podía ver más allá debido a tantos árboles.
Sin esperármelo, el extraño individuo tira de mi brazo haciendo que le adelantara y me dejó caer en el suelo. Vi como pasaba a mi lado y al igual que yo, se deja caer al suelo. Aturdida por la caída repentina, tardo en darme cuenta de que tengo a una persona tumbada al lado mía. Me sobresalto retrocediendo un poco pero empiezo a fijarme bien. Es Óscar. Mis ojos se abren de la sorpresa y noto como se empiezan a aguar. Me acerco a él a gran velocidad mientras las lágrimas recorren mis mejillas. Pongo mis manos en su rostro casi esquelético haciendo que él abriera los ojos con tal dificultad que hacía que se me encogiera el corazón. Sonrió de lado.

- Óscar... - con dificultad levanta su mano y suavemente se para en mi rostro. Mueve lentamente el pulgar disipando las lágrimas que caen. - Aguanta, por favor.

Él solo sigue sonriendo ladinamente.
Solo se oyen mis sollozos en todo el bosque mientras veo como se cierran sus ojos poco a poco. Le pido que aguante, que siga conmigo, le digo que viva, que no puede acabar así, le hablo de su familia, de su madre, de sus hermanos. No reacciona con nada. Apoyo mi frente en la curva de su cuello. Mi cuerpo tiembla al sentirlo todavía cálido sabiendo que dentro de unas horas ya no lo estaría.
Siento como me hacen a un lado empujándome, haciendo que perdiera el equilibrio y caer de costado. Miró con dureza a aquel sujeto que lo hizo. Pero veo a Yoi poniendo el diamante en su pecho. Sus ojos recorren con rapidez y nerviosismo el cuerpo de Óscar. Aunque antes de decidirse a hacer algo me mira a mí.

- Ven.

Acudo a su llamada y me arrodillo frente a él, dejando a Óscar en medio de los dos. Le dedico toda mi atención. Veo como pasa su lengua por sus labios con cierta rapidez y temblor. Sus manos en el aire hacían movimientos pequeños e indecisos. Su mirada no para de viajar de Óscar hacia mí.

- Esto lo tienes que hacer tú, su vida depende de que lo hagas bien. - Todo mi cuerpo se tensa de tal forma que me llega a entrar náuseas.- Una mano en la boca y otra en el estómago. -Sigo las breves instrucciones de Yoi intentando olvidar el temblor de las manos y la enorme inseguridad y miedo que recorría mi cuerpo.- Cuando vayas recitando lo que te digo, tienes que ir aproximando tus manos a donde está el cristal. ¿Entendido?- Asiento con rapidez.

Empieza a pronunciar palabras que nunca había escuchado en mi vida, con tal naturalidad que me daba miedo pronunciar alguna mal y meter la pata. Si fuera así, aquí residiría en su descanso eterno. Pero no quiero ser la causante de ello.
Voy acercando mis manos al cristal sin todavía tocarlo, sigo recitando lo mejor posible lo que Yoi me dicta hasta que se para. Me quedo mirándole expectante mientras él parece que espera que pase algo. Empieza a hacer movimientos extraños sin saber si acercarse o no. Hasta que ve que el cristal baja la intensidad de su brillo. Con rapidez vuelve a empujarme y empieza a volver a recitar lo que me dictó hace unos momentos. Veo como lo dice deprisa y lo repite varias veces. Hace los movimientos rápidos, casi sin rozarle. El cristal vuelve a aumentar su brillo. Llegó a ser tan deslumbrante que la figura de Yoi se volvió casi imperceptible. Seguía oyendo como recitaba su trabalenguas cada vez más alto, hasta que levantó las manos y las bajó golpeando el pecho y estómago de Óscar con gran fuerza. El cristal emanó una ráfaga de viento junto con su luz que hizo que volviera a caer mientras tapaba mis ojos.

Abrí lentamente los ojos mientras parpadeaba varias veces. Veo solo a Óscar tumbado sobre la hierba. Me acerco a él y me pongo a su lado cuidadosamente. Sus ojos están fijos mirando hacia el cielo. Sus labios entreabiertos y su respiración lenta pero constante. ¿Estaría bien? Apoyo una de mis manos suavemente sobre su mandíbula y giro su cabeza hacia mí. Sus ojos se encuentran con los míos, los cuales siento que vuelven a picar. Parece que tarda un poco en reconocerme pues sus ojos me analizan durante un momento. Luego vuelve a sonreír levemente. Entre lágrimas dejó escapar un suspiro de alivio el cual le sigue una amplia sonrisa.

- Hola...

•••

Miraba atentamente el fuego sentada a muy poca distancia de él. Óscar estaba tumbado al lado mía y parecía que dormía plácidamente. Su cuerpo no se encogía del dolor, su rostro ya no se retorcía por ello. De vez en cuando arrugaba un poco la nariz y abría la boca para respirar mejor, pero a parte de eso se le veía bien. Su cabeza estaba muy próxima a mí así que, a veces, cuando parecía que le faltaba el aire le acariciaba el cabello. Sé que no ayuda mucho, pero simplemente con ese contacto se relajaba y al cabo de unos pocos segundos volvía a respirar con normalidad.

Seguíamos en el mismo claro que antes. No me atreví a mover a Óscar del lugar. Logré encender una fogata gracias a unos palos que encontré cerca de donde nos encontrábamos y a los pétalos que ya escaseaban en la alforja de Yoi. Sin embargo, él no estaba aquí. Cuando el cristal emanó ese fuerte viento y brillo, vi como su figura se escabullía entre la maleza, llevándose junto a él el diamante. De vez en cuando desviaba mi mirada hacia el camino que tomó para huir. << Ya tiene lo que quería>>, fue lo único que pude pensar. Su venganza le será más fácil con el primer diamante en su poder, nosotros solo fuimos un medio para conseguirlo.

Volví a bajar la mirada pero esta vez para ver a Óscar. Su pecho subía y bajaba lentamente, sus cejas gruesas se fruncían levemente y sus labios se encontraban entreabiertos. Llevé mi mano hasta su cabellera y empecé a darle pequeñas caricias.
La mayor parte de la noche me quedé observándole, vigilando que estuviera bien, hasta que el fuego se llegó a extinguir dejando únicamente un rastro de humo que se perdía entre la brisa de la noche. En ese momento fue el único que llegué a despegar mis ojos de él para dirigirlos a nuestra única fuente de luz y calor. Suspiré resignada. No quedaban ramas secas por la zona, no podría avivar otra vez el fuego. Tampoco me iba a aventurar a buscar ramas en la oscuridad del bosque. Pero sobre todo, no iba a dejarlo solo.

Me levanté y me acomodé al lado suya tumbándome junto él. Pasé mi brazo por encima de su torso intentando que el calor que le pudiera proporcionar fuera suficiente para que se sintiera bien. Elevé un poco mi cabeza, la cual estaba apoyada entre su hombro y cuello, para poder seguir observándole. La tenue luz de la luna me permitía contemplar su rostro sereno. Los mechones rubios que caían sobre su frente, sus ojos cerrados, sus pobladas cejas castañas, su nariz recta, sus labios y mandíbula marcada. A él, quien me había seguido a un viaje ilógico y suicida. A él, quien a pesar de estar devastado y a punto de fallecer sonría con dulzura. A él, quien veló por mí en los momentos más duros y quien me protegió cuando pudo pero sobre todo porque quiso. A él, que dejó a su familia atrás por mí. A él. El hombre que no pude corresponder. A él, a quien dejé de observar cuando pegué mis labios contra los suyos.

Leyendas de la realeza II: La fábula del mago ||Editando||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora