1. La adaptación

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Llevaba ya una semana viviendo con Eric, y pronto comenzaría las clases. Me dijo que iríamos a comprar mi uniforme y útiles escolares. Si bien el había sido muy cariñoso conmigo, aún no me sentía totalmente cómoda con él gastando dinero en mí. La mayor parte de mi vida me las había tenido que arreglar por mi cuenta, así que era algo a lo que no estaba acostumbrada.

- ¡Baja ya, Luciana! ¡Se nos hace tarde!- gritó desde la planta baja.

Terminé de armar mi coleta alta, y en unos minutos ya me encontré abajo. Allí estaba él, tomando un café. 

- Buenos días señorita Luciana, ¿que desearía para desayunar?- me preguntó Gail, el ama de llaves.

Era una señora que no pasaba los cincuenta años, algo regordeta, con unos ojos azules muy bonitos. Me agradó desde que la conocí.

- Hola, Gail- le sonreí- Un té estaría bien.

Eric me miró de reojo antes de intervenir:

- Buenos días, cariño. ¿Por qué no comes también alguna fruta o galleta?

- Buenos días, Eric. Con un té estoy bien, gracias- su mirada se volvió algo más severa, a la vez que la fijaba en mí y dejaba de lado su desayuno.

- Sabes que no me parece saludable, Luciana. El desayuno es la comida más importante del día. Comerás algo más.

Eric era siempre tan serio. Incluso hoy, que iba vestido de bermudas y camiseta manga corta, mantenía su ímpetu. La verdad es que asustaba un poco. 

- No tengo tanta hambre, Eric.

- No me interesa, cariño. No permitiré que descuides tanto su salud, menos cuando hay de todo en esta casa para mantenerte sana- suspiré antes de responderle.

- Está bien- accedí algo molesta. De verdad estaba bien con un té.

Eric le pidió a Gail una frutas y pronto un desayuno mucho más contundente estaba frente a mí. Sentí su mirada presionándome, así que no hice más que comenzar a comer, y no acabar hasta que mi plato estuviese vacío.

Al terminar, nos despedimos de Gail y  emprendimos la marcha. Eric tenía un lindo Mercedes color blanco perlado en el que, lamentablemente, siempre debía ir sentada en la parte de atrás.

La mañana la pasamos comprando todo lo necesario: uniforme y ropa de deporte, cuadernos, papelería, etc. Y luego Eric me invitó a comer helado, ¡que rico!

De vuelta a casa, le sonó el móvil. Lo contestó y puso en manos libres.

- Eric Hoffman

- Dr. Hoffman, disculpe que lo moleste en su día libre, pero ha surgido una emergencia. Su paciente de apendicitis, Jackson Wild ha presentado complicaciones, y el doctor Giles se encuentra en cirugía- habló una voz femenina al otro lado de la línea.

- Estaré allí en 5 minutos. Gracias, Lina.

Eric era pediatra. Ya me había informado, que era muy posible que surgieran este tipo de emergencias a menudo.

- Tendrás que ir conmigo, cielo. No hay tiempo.

Aumentó la velocidad del vehículo y pronto estábamos frente al hospital. Bajamos del auto y corrí detrás de él a lo que sería el ala de pediatría. Tuve que esperar fuera de la habitación, desde donde vi a Eric prepararse con la instrumentaria necesaria, y a un pequeño niño, retorciéndose un poco y con los ojos llorosos.

No perdí detalle de la escena. Los padres le hacían preguntas como locos y Eric les pedía calma y espacio para poder revisarlo. Palpó su abdomen y el niño se retorció aún más y lloró. 

Aburrida, comencé a caminar por los pasillos para pasar el rato. Pasé por varios niños y niñas durmiendo. Me apené un poco, muchos de esos niños sufrían enfermedades graves y sentían mucho dolor. 

Un rato después, oí el llanto de un bebé. Apresuré mi marcha hasta el origen del sonido, revisando antes que no hubiese nadie en el pasillo. Estaba segura de que no podía andar por ahí. Acercándome, me dí cuenta de que no era un bebé, si no varios. Me encontré algo confundida, hasta que leí el cartel sobre mi cabeza: "Unidad Neonatal". 

Mi corazón se infló con ternura a medida que los veía, unos con gorritos rosa, otros azules, otros blancos y hasta amarillos. Los recién nacidos estrujaban sus pequeños cuerpos a medida que dormían, lloraban o simplemente descansaban. Un par de enfermeras se acercaron a los llorones para calmarlos, y pude presenciar como poco a poco se quedaban dormidos. 

Deseé internamente, que todos estos pequeños tuviesen un hogar amoroso al que llegar, y que no les faltara nada.

Unos minutos más tarde, concluí mi paso y decidí regresar. Dudando y equivocándome varias veces, pude llegar a donde estaba anteriormente. Sólo que esta vez, Eric ya no estaba allí. En su lugar, esta sólo el pequeño. 

Al verlo tan solo, decidí entrar.

- Hola- le sonreí- ¿puedo pasar?- le pregunté desde la puerta. Él se sorprendió un poco, pero luego asintió con sus ojitos azules bien abiertos.

Acerqué un sillín a su cama y me senté a su lado.

- ¿Cómo te llamas?

- Jack- respondió algo lento

- Mucho gusto Jack- le extendí la mano y él la tomó algo tímido- Yo me llamo Luciana.

- ¿Quién eres?

- Pues digamos que soy amiga del doctor Hoffman. ¿Qué te pasó?- ya había escuchado lo que le había pasado, pero quería que él me contara.

- Me operaron de la pancita, pero luego enfermé de nuevo. El doctor dice que tengo un arceso- busqué la palabra en mi mente, pero no la encontré.

- ¿Un abceso?

- Ah, sí- respondió y comencé a reír como respuesta. Su risa se unió a la mía.

Entonces, alguien se aclaró la garganta detrás de mí. 

- Veo que has hecho una amiga, Jack- oí la voz de Eric.

- Dice que es amiga suya, doctor.

- ¿Ah, sí? No la recuerdo muy bien- bromeó mientras ponía sus manos en sus bolsillos.

Después de un rato, nos despedimos de Jack y salimos de su habitación. Entonces, Eric dio un gran suspiro y supe que venía un sermón.

- ¿Dónde demonios estabas, Luciana?- dijo mientras caminábamos al coche, intentando parecer calmado. 

- E-estaba paseando, por el hospital.

- No puedes sólo irte. No te mandas sola, Lucy. Pudiste haberte perdido. 

- Vamos, Eric. Sólo estaba dando una vuelta. No es como si me hubiese alejado tanto.

- Estuve buscándote por mucho tiempo. No sabía si habías salido, si estabas fuera o dentro del hospital. ¡Pudo haberte pasado algo!

- Ya, pero no me pasó nada, Eric. Tranquilo.

- Escúchame bien, Luciana- me miró por el espejo retrovisor en una luz roja- Ya no te mandas sola. Yo soy responsable de ti y por lo tanto siempre deberás rendirme cuentas. Si quieres ir por ahí, mínimo me pides permiso. No quiero que algo así vuelva a ocurrir ¿entendido?

- Ya- me molesté un poco, aún no me acostumbraba a la autoridad.

Cambio de vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora