Capitulo 6

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Si alguna vez Sakura... ¿qué? Se preguntaba Sakura metida en el pequeño cuarto de baño de Itachi mientras esperaba a que Sasuke saliera de su dormitorio para no tener que encontrarse con él. ¿Si alguna vez Sakura descubría que había habido otra mujer? Bueno, Sakura ya lo había descubierto. ¿Si alguna vez Sakura decidía crecer? se dijo cínicamente y se miró al espejo con cierto sobresalto, porque era casi como mirar a otra persona.

«Mírate, se dijo. «Escondiéndote aquí cuando ni siquiera tienes que usar el baño. No te atreverías a bañarte por miedo a que el agua te estropeara el peinado, ni a lavarte por si no puedes rehacer el maquillaje. Sasuke te va a invitar a cenar, pero sólo porque se siente culpable y, además, espera salir con la persona que acaba de conocer, la misma que te mira desde el espejo, pero esa persona no es más que una ilusión. Un disfraz bajo el que la verdadera Sakura está tratando de ocultarse.

Oyó que se cerraba una puerta y luego el andar característico de Sasuke, que bajaba las escaleras. Sakura dio un profundo suspiro, miró de reojo a la mujer del espejo y salió de su escondite. En el brazo llevaba uno de los vestidos que se había comprado, lo colgó en la puerta del guardarropa, luego, se alejó unos pasos, preguntándose si se atrevería a ponérselo o no.

Era muy sexy. De encaje color rubí y seda negra, dejaba al descubierto los hombros y buena parte de la espalda. La dependienta se había dado cuenta de su desconcierto al ver cuánto exponía su cuerpo y había ido a buscar una chaquetilla de terciopelo negra con mangas y cuello alto, que sólo dejaba expuesto el tentador escote. ¿Iba a ponérselo o no?, se preguntó reflexivamente. ¿O se ponía el vestido negro que llevaba normalmente cuando salía con Sasuke?

Sarada entró apresuradamente en la habitación, colorada y oliendo a polvos de talco. Se acercó a Sakura y abrió mucho los ojos al ver el vestido nuevo.

- ¿Te lo vas a poner mamá?- preguntó con dulzura

- No lo sé- respondió Sakura con incertidumbre- Puede que... lo mejor sea ponerme mi vestido negro...- dijo extendiendo el brazo para sacarlo del armario. La niña la detuvo.

- ¡Pero no puedes ponerte eso!- exclamó con horror- Papá se ha puesto su esmoquin con pajarita y ¡esta guapísimo!- Sakura frunció los labios. Sin duda, el maravilloso papá de Sarada merecía algo mejor que su viejo vestido negro.

- Además, ese vestido negro es muy aburrido- dijo la niña. «Aburrido», se repitió Sakura. Era una palabra con la que estaba muy familiarizada las últimas semanas.

- Bueno, entonces, me pondré el rojo- dijo. Si la vieja Sakura era aburrida, la nueva estaba decidida a no serlo - Ve a ayudar a la abuela mientras yo me visto.

Se agachó y le dio un beso en la mejilla. Sarada salió corriendo de la habitación. A Sakura le dio la impresión de que estaba impaciente por ayudar a su abuela, orgullosa de colaborar a que sus padres pudieran vistió y bajó. Sus hijos y su suegra, que estaban cenando en la cocina, se quedaron boquiabiertos. Había llegado el momento de saber la opinión del verdadero experto, pensó deteniéndose antes de entrar en el salón. Sarada tenía razón, se dijo observándolo al entrar, Sasuke estaba guapísimo con el esmoquin. Pero se trataba de algo más que del elegante corte del traje, era el hombre que lo llevaba el que marcaba la diferencia. Tenía un aire de madurez y sofisticación que parecía aumentar el innato atractivo que siempre había tenido.

Estaba junto al mueble bar, sirviéndose una tónica, y no se había dado cuenta de su presencia. Sakura se alegró porque así tenía tiempo de calmar el efecto que tenía sobre sus sentidos. Llevaba el pelo tan informal como siempre, ni muy corto ni muy largo, con un peinado ni moderno ni anticuado. Y eso decía mucho de su carácter. Sasuke siempre dejaba huella en la gente porque no era ni muy convencional ni demasiado extravagante. Era un hombre con una gran confianza en sí mismo, pero que mantenía en el misterio una parte de su personalidad, lo que le hacía aún más atractivo. Sakura no podía dejar de sentirse intimidada ante aquel hombre y pasaba nerviosamente los dedos por el borde de la chaquetilla. No solía pensar en él en aquellos términos. De hecho, no solía pensar en él como otra cosa que no fuera su marido. Ésa era otra novedad a la que tenía que hacer frente, que pudiera sentirse intimidada por un hombre con el que llevaba viviendo siete años.

Mi Marido InfielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora