Dios de la Serpiente Emplumada

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Los cielos, la tierra, los mares, Fauna y Flora, hacían dominio de todo lo que hoy conocemos. Dándonos la paz y dicha de vivir entre ellos, el hombre había llegado gracias a los dioses de la creación en este nuevo mundo lleno de riquezas.

Tenía como misión de poblar y cuidar estas ricas tierras, dándoles lo necesario para guiarlos a la felicidad eterna. El hombre agradecido por los grandes regalos, alzó inmensos templos para que sus dioses próximos a bajar vivieran en gran comodidad.

Mixcoatl y Coatlicue prometieron que sus futuros hijos llegarían al mundo de los mortales a enseñarles grandes conocimientos y habilidades. Cada uno les ayudaría a vivir de manera pacífica y prospera para cada uno de ellos. Los hombres creyeron en su palabra naciendo la fe y esperanza de esperar a los hijos de sus dioses creadores.

Costumbres y culturas nacientes hicieron crecer grupos importantes esparcidos en aquellas tierras, cada uno recibiendo dioses que les bendecían a sus creyentes. Los rituales y ofrendas no se hacían esperar más, siempre los corazones alzados en dirección a los ojos de sus dioses les hacía dar en cambio la solución de sus peticiones. Coatlicue siempre estaba sedienta de sangre por lo cuál sus sacrificios le hacían saciar su sed, mientras el tiempo siguió su camino, ella había dado a luz a cuatro hijos.

El mayor Huitzilopochtli, los gemelos Quetzalcoatl y Tezcatlipoca, y el más pequeño de la familia Tlaloc. La promesa de ambos dioses se había cumplido, prepararon con dedicación a sus hijos para poder mandarlos al mundo de los hombres. El mayor era el dios del sol y de la guerra, uno de los gemelos era el dios de la vida, la fertilidad, la luz y el conocimiento mientras que el otro era el dios de la providencia, de lo invisible y de la oscuridad; y el más pequeño era el dios del rayo, de las lluvias y terremoto.

Cuándo los cuatros estaban listos, sus padres los enviaron para guiar a los hombres. Cada uno quedó en diferentes partes de la tierra encargándose de cada tribu y pueblo. Sin embargo, el joven gemelo, Quetzalcoatl no se imagino que estaba a punto de conocer las dificultades de tener un destino escrito.

Al joven lo llamaron "la Serpiente Emplumada" por tener un gran parecido a su padre, las plumas lo hacían describir una persona libre como los vientos, colorido por su agradable personalidad. Era hábil en los cultivos y ayudaba a su pueblo a tener alimentos para las temporadas más fuertes. Siempre le hacía sentir cómodo entre su pueblo, amable y paciente, hasta algunos le consideraban como un piadoso sacerdote. Pero algo en él le hacía sentir una especie de vacío, era un sentimiento que no lo deja estar tranquilo. Algo había más allá de su misión en la tierra, sabía que algo estaba por llegar en él.

En cambio, tiempo después los problemas llegaron. Su hermano Tezcatlipoca siempre fue fiel a las tradiciones de sus padres, debía hacer reaccionar a su gemelo de continuar con los atributos a su madre, pero Quetzalcoatl se oponía a aceptar y ceder. El joven de plumas negras le advirtió sobre las consecuencias futuras tanto él para su pueblo, así que haría todo lo posible para que entendiera.

El dios emplumado sentía gran impotencia el seguir su destino, amaba a su gente, odiaba con todo su ser derramar sangre para  poder responder a sus necesidades. Hasta que una mañana de soles de la nueva primavera, encontraron a un extraño a las orillas del mar. Los mexicas pensaban que era otro dios, sin embargo, alguien divulgó un rumor de ser una ofrenda perfecta el cuál les llenaría de bendiciones de todos los dioses.

Quetzalcoatl calmó a su gente de que no era un mal augurio, ni mucho menos un sacrificio celestial. La confusión inundó a cada uno de los hombres que seguían al dios, nunca previno una gran desgracia por venir.

Comenzaron a desconfiar entre unos y otros, dejando rumores de que el espejo humeante de su hermano le había mostrado la "realidad" de su irresponsabilidad de no cumplir su misión. Se decía en otras bocas que había tomado la virginidad de una de sus hermanas y por eso aquel espejo le lleno de vergüenza. Dejando en el viento rastro de lo que alguna vez fue dios de su pueblo.

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