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tencia conminaba a los visitantes a limitarse al edificio de
administración y a los patios interiores por motivos de se-
guridad.
Avancé unos pasos hacia la cola de gente que iba a la
conferencia y me detuve. Observé cómo la cola se reducía a
medida que el edificio la devoraba. Entonces me volví y cru-
cé deprisa el patio interior.
Me había dado cuenta de algo: no había ido allí para oír
un discurso.
No tardé mucho en encontrar mi antiguo edificio. Podría
haber recorrido el camino con los ojos cerrados.
Las rejas de metal que protegían las ventanas se habían
oxidado; el tiempo y la suciedad habían bruñido el hierro.
Una colgaba como un ala rota de una sola abrazadera. Los
ladrillos exteriores también se habían decolorado y adquiri-
do un tono marrón opaco. Los nuevos brotes de hiedra que
crecían con la estación parecían agarrarse con poca energía a
las paredes, descuidados, silvestres. Los arbustos que solían
adornar la entrada habían muerto, y la gran doble puerta que
daba acceso al edificio colgaba de unas jambas resquebra-
jadas y astilladas. El nombre del edificio, grabado en una
losa de granito gris en la esquina, como una lápida, también
había sufrido: alguien se había llevado parte de la piedra, de
modo que las únicas letras que se distinguían eran MHERST.
La A inicial era ahora una marca irregular.
Todas las unidades llevaban el nombre, no sin cierta iro-
nía, de universidades famosas: Harvard, Yale, Princeton, Wi-
lliams, Wesleyan, Smith, Mount Holyoke y Wellesley, y por
supuesto la mía, Amherst. El nombre del edificio respondía
al de la ciudad y la universidad, que a su vez respondía al de
un soldado británico, lord Jeffrey Amherst, cuyo salto a la
fama se produjo al equipar cruelmente a las tribus rebeldes
de indios con mantas infectadas de viruela. Estos regalos lo-
graron con rapidez lo que las balas, las baratijas y las nego-
ciaciones no habían conseguido.
Me acerqué a leer un cartel clavado a la puerta. La pri-
mera palabra era PELIGRO, escrita con letras grandes. Se-
guía cierta jerga del inspector de inmuebles del condado

la historia de un loco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora