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Pero la mayoría del tiempo, aunque no sea feliz, por lo
menos tengo conciencia de las cosas.
Y mi existencia tiene detalles fascinantes, como lo mu-
cho que me he dedicado a estudiar la vida en esta ciudad. Re-
sulta sorprendente cuánto he aprendido en mis recorridos
diarios. Voy con los ojos abiertos y los oídos atentos y cap-
to toda clase de informaciones. Desde que me dieron de alta
del hospital, después de que pasaran en él todas las cosas que
iban a pasar, me valgo de lo que aprendo, es decir, soy ob-
servador. Gracias a mis recorridos diarios he llegado a saber
quién tiene una aventura escabrosa con qué vecino, qué ma-
rido se va de casa, quién bebe demasiado, quién pega a sus
hijos. Sé qué negocios tienen dificultades y quién ha hereda-
do dinero de sus padres o quién lo ha ganado con un billete
de lotería agraciado. Descubro qué adolescente anhela una
beca de fútbol americano o de baloncesto para ir a la uni-
versidad, y qué adolescente irá unos meses a visitar a alguna
tía lejana para afrontar un embarazo indeseado. He llegado
a saber qué policías te dan un respiro y cuáles son rápidos
con la porra o las multas, según el caso. Y también hay todo
tipo de observaciones menores que tienen que ver con quién
soy y en quién me he convertido, como por ejemplo, la pe-
luquera que al final del día me hace señas para que entre a
cortarme el pelo —para estar más presentable durante mis
recorridos diarios— y después me da cinco dólares de las
propinas de la jornada, o el encargado del McDonald’s local,
que, cuando me ve pasar, me da una bolsa de hamburguesas
y patatas fritas, y que sabe que me gustan los batidos de vai-
nilla y no los de chocolate. Estar loco y caminar por la calle
es la forma más clara de ver la naturaleza humana; puedes
observar cómo la ciudad fluye, como hago con el agua en la
escalera para peces.
Y no es que sea un inútil. Una vez vi abierta una puerta
de una fábrica a una hora impropia y busqué a un policía,
que se llevó todo el mérito por el robo que impidió. Pero
la policía me entregó un certificado cuando anoté la matrí-
cula de un conductor que tras atropellar a un ciclista se dio
a la fuga una tarde de primavera. En otra ocasión actualicé

la historia de un loco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora