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de Jesús, de Mahoma, del perro del vecino, de su tío abuelo
fallecido, de extraterrestres, de un coro de arcángeles o de un
coro de demonios. Esas voces eran insistentes, imperativas e
intransigentes y yo reconocía, por la rigidez que reflejaba la
mirada de esas personas y la tensión que les agarrotaba los
músculos, que oían algo bastante fuerte y machacón, y que
rara vez auguraba nada bueno. En momentos así, me iba y
esperaba cerca de la puerta o en el otro lado de la sala de es-
tar común, porque era probable que ocurriera algo desa-
fortunado. Se parecía a un consejo que recordaba del co-
legio, una de esas cosas curiosas que se te graban: en caso
de terremoto, el mejor sitio para esconderse es el umbral de
una puerta, porque la estructura de la abertura es arquitec-
tónicamente más fuerte que una pared y hay menos riesgo
de que se te derrumbe en la cabeza. Así pues, cuando veía
que la turbulencia de otro paciente se volvía explosiva, en-
contraba el umbral donde tendría más probabilidades de
supervivencia. Y, una vez ahí, escuchaba mis propias voces,
que solían parecer cuidar de mí y casi siempre me adver-
tían cuándo irme y esconderme. Tenían un curioso instin-
to de conservación, y si no les hubiese contestado en voz
alta de modo tan obvio cuando era joven y aparecieron, ja-
más me habrían diagnosticado y recluido. Pero eso es parte
de la historia, aunque no la más importante ni mucho me-
nos. Aun así, las echo extrañamente de menos, porque aho-
ra estoy muy solo.
Resulta muy duro, en los tiempos que vivimos, estar loco
y ser de mediana edad.
O ya no estarlo, pero sólo mientras siga tomando las
pastillas.
Ahora me paso los días en busca de movimiento. No me
gusta llevar una vida sedentaria. Así que ando a paso rápido
por la ciudad, desde los parques a las zonas comerciales e in-
dustriales, mirando y observando pero sin detenerme. O bus-
co actividades en las que haya mucho movimiento ante mis
ojos, como un partido de fútbol americano o de balonces-
to. Si ocurre algo ajetreado delante de mí, puedo descansar.
Si no, mis pies siguen adelante —cinco, seis, siete o más horas

la historia de un loco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora