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dad que tenía lugar colina arriba. Seguí avanzando hacia una
carpa de rayas amarillas que habían plantado al otro lado del
alto muro de ladrillo con la verja del hospital. Un cartel re-
zaba INSCRIPCIÓN.
Una mujer corpulenta y servicial situada tras una mesa
me proporcionó una etiqueta con mi nombre y me la pegó
en la chaqueta con una floritura. También me proveyó de una
carpeta que contenía copias de numerosos artículos de pe-
riódicos en los que se detallaban los proyectos de urbaniza-
ción de los antiguos terrenos del hospital: bloques de pisos
y casas de lujo porque las tierras tenían vistas al valle y el río.
Eso me resultó extraño. Con todo el tiempo que había pasa-
do allí, no recordaba haber visto la línea azul del río en la dis-
tancia. Aunque, por supuesto, podría haber creído que era
una alucinación. También había una breve historia del hos-
pital y algunas fotografías granuladas en blanco y negro de
pacientes que recibían tratamiento o pasaban el rato en las
salas de estar. Repasé esas fotografías en busca de rostros
familiares, incluido el mío, pero no reconocí a nadie, aun-
que los reconocí a todos. Todos éramos iguales entonces.
Arrastrábamos los pies con diversas cantidades de ropa y
medicación.
La carpeta contenía un programa de las actividades del
día, y vi a varias personas que se dirigían hacia lo que, según
recordaba, era el edificio de administración. La presentación
prevista para esa hora estaba a cargo de un catedrático de his-
toria y se titulaba «La importancia cultural del Hospital Es-
tatal Western». Si tenemos en cuenta que los pacientes está-
bamos confinados en el recinto, y muy a menudo encerrados
en las diversas unidades, me pregunté de qué podría hablar.
Reconocí al lugarteniente del gobernador, que, rodeado de
varios funcionarios, recibía a otros políticos estrechándoles
la mano. Sonreía, pero yo no recordaba a nadie que hubie-
ra sonreído cuando lo conducían a ese edificio. Era el sitio
donde te llevaban primero, y donde te ingresaban. Al final
del programa había una advertencia en letras mayúsculas
que indicaba que varios edificios del hospital se encontra-
ban en mal estado y era peligroso entrar en ellos. La adver

la historia de un loco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora