U N O

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—¿Qué puedes ofrecerme en su lugar?

—¿A qué te refieres? —Preguntó Kongpob.

El hombre frente a él dio otra calada a su cigarrillo. Estaba tan silencioso en la oficina que Kongpob podía oír el crepitar de la punta encendida. Arthit exhaló el humo luego de un par de segundos, el cual se arremolinó en el aire.

—Me refiero a que... te presté una cantidad considerable de dinero hace tres años. El tiempo pasó y ahora debes pagar la deuda que tienes con Los Hazers, pero me dices que no tienes ni una sola moneda para pagarme. Así que si no tienes dinero, ¿qué puedes ofrecerme en su lugar? ¿Matar a alguien por mí? Me serviría un asesino a sueldo.

—¡¿Qué?! N-No —respondió Kongpob, estupefacto.

El hombre frente a él hablaba muy en serio. Estaba vestido con un costoso traje de diseñador en color azul marino y rayas blancas. La camisa blanca debajo de ella tenía los tres botones superiores abiertos. Su brillante cabello negro estaba pulcramente peinado hacia atrás, aceitoso por el gel. Dos grandes aretes adornaban sus lóbulos. Se veía adinerado, con una pizca casual.

—¿Eres bueno con computadoras o con los idiomas? Necesito un nuevo hacker.

—No.

—Bueno, ¿qué carajos puedes ofrecerme en su lugar? ¿O quieres que te rompan las piernas? Porque Knot lo hará si no me ofreces nada más —amenazó el hombre.

Kongpob sabía que era peligroso pedir dinero a criminales. Y no cualquier tipo de criminal, sino de los reales, de la pandilla de mafiosos más famosa de Tailandia: Los Hazers.

Pero la verdad era que no tenía opción. Intentó pedir prestado del banco y de familiares, pero sin éxito. No podía juntar 10 millones de Baht. Los había necesitado lo antes posible porque su madre habría muerto sin la costosa operación en Europa.

A veces pensaba en su decisión. Tal vez nunca debió haber escuchado a Grey, quien le sugirió pedir un préstamo a una organización criminal. Pero por otro lado, su madre sobrevivió y eso era lo que importaba.

Pero tampoco quería que un tipo llamado Knot le rompiera las piernas. Se asustó.

—¿Bien? —El jefe de Los Hazers, Arthit, preguntó con impaciencia. Apagó su cigarrillo en el cenicero.

—Estoy... pensando —dijo Kongpob. ¿Qué podría ofrecerle?

Arthit suspiró. El hombre frente a él era guapo, muy guapo. Tan guapo, que sería una desgracia el simplemente matarlo.

—¿Qué te parece esto? Si puedes responderme bien la siguiente pregunta, reduciré tu deuda a la mitad y te daré otras dos semanas para juntar el dinero de tu deuda y pagarme.

Eso sonaba como música para los oídos de Kongpob. Asintió.

—¿Qué es esto?

Arthit acercó su brazo a Kongpob. Vio que el hombre lo miraba.

—Es un brazalete.

—Debes estar bromeando... ¡me refiero al dije!

Kongpob observó el pequeño dije que colgaba del brazalete.

—Es una tortuga —dijo.

Arthit sonrió. Sus ojos comenzaron a brillar. Kongpob era el primero en notarlo. Para ser honesto, cuando madre le mostró el regalo, él ni siquiera supo lo que se suponía que fuera esa cosa. Pero otras personas no podían llamarlo feo o irreconocible, ¡él los mataría si lo hicieran!

Aunque Arthit podía matar a una persona sin rechistar, torturarlos y todo lo demás, él era un niño de mamá. Especialmente ahora que su madre estaba casi muriendo por una enfermedad terminal.

Págame con tu cuerpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora