T R E S y C U A T R O

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T R E S

En el aeropuerto, Arthit esperaba algo impaciente a que su novio saliera por las puertas.

Ese sentimiento... ese que tienes cuando has esperado algo por tanto tiempo y cuando esos últimos minutos están a punto de matarte aunque sabes que es ridículo. Has esperado por semanas e incluso meses, esos minutos no importan, ¿cierto?

Bueno, importaban mucho para Arthit.

—¿Cuándo demonios se van a bajar el avión? ¡La maldita cosa aterrizó hace siglos!

¡Cada minuto que tardara Kongpob en estar en sus brazos era un minuto desperdiciado!

El exmafioso suspiró frustrado, se pasó la mano por el cabello una vez más antes de tomar la cajetilla de cigarrillos y sacar uno.

Lo encendió y no pasó mucho tiempo hasta que uno de los trabajadores del aeropuerto se acercó a él, era un chico alto y delgado.

—Esta es un área de no fumar, señor —dijo el chico.

Arthit dio una larga calada y expulsó el humo en dirección del chico, quien empezó a toser.

—¿Sí? ¿Qué harás al respecto, chico? ¿Llamarás a la policía? Hazme el maldito favor —espetó con el cigarrillo entre sus dientes. —Supongo que no, ¿cierto? Entonces salte de mi maldita vista antes de que... Oh, ¡santo cielo! ¡Allí viene! —Gritó Arthit cuando vio que los primeros pasajeros salían por las puertas, luego tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó. Tomó al chico por los hombros. —¡Al fin viene! —Gritó con una sonrisa histérica.

—B-Bien, s-señor... —respondió el otro con una expresión asustada.

Cuando vio que su novio se acercaba, Arthit hizo al pobre chico a un lado y corrió hacia su novio, colgándose de su cuello.

—¡Arthit! —murmuró Kongpob. —M-Me s-sofocas... —Kongpob podía jurar que sintió una de sus costillas romperse allí y ahora.

—Te extrañé —dijo Arthit, apartándose y tomando el rostro de Kongpob.

Kongpob sonrió.

—También te extrañé.


C U A T R O

—¿Cuándo nos lo presentarás al fin? —Se quejó la madre de Kongpob. —Su madre ya te conoció.

—Mae, te dije que eso fue porque ella está enferma. No te pongas celosa.

—Lo sé, pero es que tengo curiosidad.

—Deja a nuestro niño por ahora —dijo el padre de Kongpob, acariciando con suavidad la piel de su esposa. —Cuando traiga a Arthit, podrás consentirlos con toda la comida que quieras.

—Así es, mae. Cuando regrese de Japón, y esta vez como se debe, lo primero que haré será presentárselos a ti y a papá, ¿de acuerdo? Y sólo para que lo sepas, Arthit tiene un gran apetito —cuando Kongpob pronunció eso, la idea de tener a Arthit de rodillas frente a él, con un gran apetito por su pene, invadió la cabeza de Kongpob por un momento antes de aclararse la garganta. —Y le gusta casi todo, en especial los sabores dulces.

Mae asintió con entusiasmo.

—De acuerdo, ¡cocinaré todos tus platillos favoritos cuando llegue el día!

—No llegaré tarde, lo prometo.

Ahora que Arthit no era un jefe de la mafia, Kongpob no tenía que mentirles a sus padres. Eso lo hacía feliz. ¡Si tan sólo supieran que fue gracias a Arthit que pudo conseguir tanto dinero para la operación de su madre!

Págame con tu cuerpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora