Fea realidad

500 19 2
                                    

Se llegó el día de la operación, yo estaba un poco nervioso. Los doctores ya estaban preparando todo para la cirugía, Bety me puso un gorro azul en la cabeza y unas vendas blancas en mis pies, mamá estaba conmigo y también la noté nerviosa.

La miré a los ojos y en mis pensamientos me despedí:

—Queridos papá y mamá podría pedirles perdón pero no lo haré porque no hay nada que deba ser perdonado, no tenía la valentía suficiente para decirles esto, lo único que lamento es el no poder verlos más ni decirles que los quiero, tal vez saliendo por esa puerta ya no esté con ustedes, los amo. Siento el no poder cumplir sus expectativas ni poder ser la persona feliz y completa que ustedes esperaban, lo siento. Y bueno esto no es del todo malo, así que no se culpen. Los amo y gracias por todo, en serio muchas gracias.
Hermanas, realmente quiero que sean muy felices y viajen por todo el mundo como yo lo hubiese hecho de haber podido. sigan siendo así, siendo ustedes mismas, siendo tan optimistas, alegres y también algo estúpidas jaja también fue gracias a ustedes a sus chistes y todas esas cosas estúpidas que decían y hacían que yo pude aguantar tanto tiempo, me hicieron muy feliz. Las amo hermanastras jaja.

Y bueno, muchas gracias a todos por intentar hacer mi vida un poco más fácil, muchas gracias los amo y ¡hey no se pongan tristes!, por fin puedo ser libre, quiero que sigan con sus vidas, no quiero que mi muerte sea un impedimento para que ustedes sigan.

Creo que esto es todo, muchas gracias por la felicidad que le dieron a mi vida y nunca olviden que los amo. Espero que sean muy felices como hubiera querido serlo yo.

Con los ojos llorosos y el dolor en el pecho me despedí, sabiendo que ahora todo podía cambiar y quizás se olvidarían de mí. Duele saber que todos esos momentos compartidos no volverán.. Pasaran a ser recuerdos y nada mas.

Y me despedí, sabiendo muy bien que moriría.

Entrando por aquella puerta vi a unos doctores vestidos de soldados, comúnmente ellos se visten con unas batas color azul, pero en esta ocasión no fue así, me preguntaba en mi mente por qué estaban con ese atuendo, rápidamente mis pensamientos me respondieron;

—Ellos están vestidos así porqué hoy van hacer soldados luchando en una guerra contra la muerte.

Me subieron a la mesa de cirugía para después preguntarme qué si estaba listo, yo respondí con un nudo en la garganta que si, la anestesióloga me miró a los ojos y me puso una mascarilla en mi nariz, a los pocos segundos me quedé dormido.

Me desperté en esta fea realidad con dolor de cabeza, al abrí mis ojos vi una luz frente a mi que lastimaba mi vista sin que fuera yo capaz de desviar la mirada. Trate de mover los brazos para tapar mi cara con las manos sin lograrlo. Mi cuerpo entero estaba totalmente paralizado. Intenté también hablar pero todo fue inútil algo que entraba por mi boca y raspaba mi garganta me lo impedía al igual que un tubo que entraba por mi nariz. Al fondo se escuchaba un horrible ruido que lastimaba mis oídos.

La habitación había quedado vacía, me encontraba sediento y a medida que entendía lo sucedido mi cuerpo se tendía sobre la cama. No quedaba nada, sólo mi pena a cuestas y sin movimiento, en pánico, en calma, me sentía feliz por qué seguía vivo, la cirugía había sido un éxito.

Papá entró por la puerta con una sonrisa de felicidad, los dos sentíamos que ya pronto todo acabaría, pero no fue a sí.

Después de un rato me sentía raro había tomado mucha agua y a un seguía sediento, sentía que el agua no se iba para mi estómago. Poco a poco se me dificultaba respirar.

Le pedí a mi papá que le avisara a un doctor, el rápidamente salió de la habitación y llegó con un médico. El médico observó lo que estaba pasando y me sacó unas radiografías las cuales rebelaron que un pulmón se me había colapsado.

El doctor entró en pánico y con mucha rapidez me puso la mascarilla de oxígeno y se fue corriendo.

Después de 5 minutos entraron por la puerta los paramédicos; tomaron mi camilla y me llevaron a la sala de urgencias. El proceso fue tan organizado que unas enfermeras estaba en el elevador esperándome para no perder tiempo.

Yo me sentía muy débil y veía los rostros de los doctores con facciones de angustia, un médico grito:

—Tráiganme a su familiar, para que se despida; lo estamos perdiendo.

Dejaron entrar a papá, lo miré a los ojos y le dije:

—Te quiero papá.

Una enfermera me puso la mascarilla en mi nariz y entre en coma.

Me detuve a observar, me estaba partiendo y el dolor me otorgaba la visión que los recuerdos me habían dejado. Veía por las ventanas de mi cuerpo un desorden casi irremediable. Había fotografías tiradas por todas partes, haciendo alusión a la ausencia de todo. Gotas; gotas esperando salir, evaporando y pintando los cristales sin saber que no lo lograrían, la ventana nunca se volvió a abrir. Había viejas conversaciones volando por doquier. Mis horas de preparatoria y uno que otro proyecto que no complete. Un puñado de hojas secas, en las cuales estaba escrita mi historia y que al intentar borrar mi muerte y reescribir mi vida, se multiplicaron increíblemente por las paredes mi final en esta vida. Había al fondo algunas letras de canciones que jamás cante, bañadas de inseguridad por fallar en el intento de cruzar por el túnel. Mi ansiedad se sentía en el aire. Y justo en el rincón donde me encontré a mi mismo esa noche de Julio, estaba la luz parpadeante del final del túnel, reflejando la delgada sombra de mi mano sobre la pared obscura. En alguna otra parte había tiempo, todo el que guardé para ser feliz, ya entorpecido por la espera y afligido por las voces que venían del exterior. Y en una cajita muy pequeña estaban las esperanzas de abrir los ojos una vez más.

Estaba despertando y ya me sentía tan fatal y con mucha hambre, no había comido nada en días.

No se si pasaron horas o días para que volviera en mi. Seguía inmóvil, con los ojos completamente abiertos mirando una mosca disecada en la lámpara del techo. El dolor de mi Cuello había disminuido un poco, la luz frente a mí, segaba mis ojos y no me dejaba dormir pero era soportable, me di cuenta que el tubo que entraba por mi boca era una respiración artificial forzada del cual procedía el terrible ruido que lastimaba mis oídos.

Trataba de recordar lo que me había sucedido, pero no podía recordar nada, una clase de amnesia borro mis recuerdos de esa tarde, también me preguntaba en qué clase de habitación tan extraña estaba y cómo rayos había llegado ahí.

El sonido de una puerta que se abría interrumpió mis pensamientos, distinguí entonces, una voz femenina: -¡Puedo pasar! -preguntó.

Rápidamente supe que era mamá, ella entró por una pequeña puerta verde que se encontraba del lado izquierdo de la cabecera de mi cama.

-¡Acércate para que lo veas! -Dijo una voz femenina que no había escuchado antes.

Pude ver a una mujer vistiendo una bata Azul con tapabocas y con una expresión entre felicidad y temor.
—¿Esta despierto?—Preguntó.
-¡Si! -Dijo la enfermera.

Mamá se acercó hacia mi cama mientras yo la seguí con la mirada.

El arte de vivir en una silla de ruedasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora