7. Pero el destino no fue justo.

159 14 3
                                    

VII

No te enfades por haber tenido miedo. Esa es la peor clase de cobardía.

-El Libro de la Selva.

—Maxwell.

Magnus miró extrañado a Alexander. Era lo primero que le decía desde que habían partido en la mañana.

Ahora estaban en un prado en medio del bosque, se habían detenido para comer algo que Alexander había cazado. Magnus ignoró el hecho de que podría estar comiendo uno de esos animales cantarines.

Aún había luz de día, pero las copas frondosas de los árboles oscurecían todo. Magnus no mostró su miedo, pero estuvo atento a cada movimiento o sonido extraño.

Miró a Alexander recordando la mirada que le dedicó al enterarse que Magnus había recuperado un segundo trozo sin su ayuda, se había sentido emocionado al contárselo, pero Alexander no dijo nada, de hecho se mostró decepcionado. Quiso preguntar qué sucedía, pero no quiso sobrepasar otro límite, aunque esos dejaron de marcarse después de que empezaran a compartir la ropa del rey.

Sintió la suave tela bajo sus dedos e inconscientemente, como había comenzado a hacer, la olió, sintiendo ese suave aroma característico de Alexander.

—Mi hermano.—Siguió al ver que Magnus no contestaba.

Magnus lo miró recordando de que estaban hablando, esperando que no lo hubiese visto deleitándose con su olor.

—¿Sí?

Alexander alzó una ceja.— El hermano que mencionó la Sultana, su nombre es Maxwell. Tenía...Tiene cinco.

Magnus se acercó a él. —¿Qué sucedió?

Alexander hizo una mueca decidiendo si contarlo o no, luego pensó que no tenía sentido seguir ocultándolo.

—Fue hace un año. Estábamos jugando, ya sabes uno de esos momentos para olvidar lo que realmente sucedía—su mirada se oscureció—. De pronto él cambió, ya no estaba entusiasmado y dijo que quería regresar a casa. Regresamos y él se fue a su habitación, no sin antes disculparse, pero no parecía él, su voz era monótona, no era el mismo niño que había jugado con nosotros.

>>A la hora de la cena fui a buscarlo, no estaba en su alcoba. El castillo estalló en un frenesí, todos lo buscaban, pero fue mi hermana, Isabelle quien lo encontró. Estaba en uno de las recámaras secretas, recostado sobre las baldosas, y junto a él una vieja rueca.

—Pero puede salvarse, ¿no? Con un beso de amor verdadero.

Una lágrima resbalaba por la mejilla de Alexander, Magnus la limpió.—No, lo intentamos, no funcionó. Todos dicen que está muerto, que su alma no está y...Y yo...

Magnus no evitó más contactos, se abalanzó para abrazar a Alexander que había comenzado a sollozar.

—Shh, no pasa anda.

—No entiendes. Yo lo dejé marcharse, sabiendo que no se encontraba bien, simplemente lo dejé ir. Dejé que muriera. Y ahora no hay salvación.

—Por eso buscabas a la bruja.

Alexander asintió.—¿Qué clase de rey no salva a su propio hermano? ¿En qué clase de persona me convierte eso?

Cuentos De Hadas Para Niños Grandes (Malec) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora