11. En su cruzada una tumba de rosas encontró.

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XI

-Abuelita, ¡pero qué voz tan ronca tienes! Y…. ¡qué orejas, abuelita!
-Son…para oírte mejor.
-¡Y qué ojos tan grandes!
-Son…para verte mejor.
-Y ¡qué boca tan grande tienes!
Y el lobo, saltando de la cama de la abuela y dando un feroz rugido, contestó a la niña:
-¡Para comerte mejor!

-Caperucita Roja.


Sus nudillos estaban blancos de nuevo.

Magnus retiró la mano de la empuñadura de la nueva espada. Desde que salieron del palacio tenía la incesante sensación de que en cualquier momento la perdería, por eso la sujetaba con fuerza aunque no tuviera en mente hacerlo.

Espiró y contó hasta tres.

No se sentía del todo bien, sus ojos ardían por el llanto de la noche anterior y no habían descansado más que unas cuentas horas.

En su mente se seguía repitiendo la palabra "libérame" dicha por su madre, no la Marguerite que parecía odiarlo.

No entendía su significado y temía no comprenderlo nunca.

Miró a Alexander junto a él, su cabeza estaba gacha y sus labios se movían como si tuviera una intensa plática consigo mismo. No se veía bien, y Magnus sabía por qué.

-No fue tu culpa.

Alexander levantó la mirada. Negó.-Lo sé, pero ¿y si había algo más que hacer? ¿Otra opción?

-Alexander, pensar en segundas opciones ahora, no facilitará las cosas. Y si hubieses perdonado su vida y ella volviese a sus antiguos juegos, ¿no te culparías más de lo que ya haces?

-Es solo que es la primera vez que asesinó a alguien.-Su voz tembló con esa palabra.

-Y haré todo para que no vuelva a suceder. Pero debes perdonarte, no puedes cargar con eso. Además, en lo que a mí concierne te comportaste como un héroe.

-Los héroes perdonan.

Magnus sabía que esto sería duro, ni siquiera él sabía cómo ayudar. No es un tema cómodo, pero estaba seguro que no había ni una pizca de maldad en Alexander.

-Bien, ¿hacia dónde, alteza?

Magnus miró hacia el frente. Habían salido del castillo después de desayunar, , tuvieron que cazar su desayuno. El sol estaba brillando en lo alto, liberándolos de la noche de pesadilla.

Caminaron sin rumbo hasta salir del pueblo que rodeaba el castillo. Sabía que su destino había sido encontrar la llave y ahora que lo había hecho no tenía adónde ir.

Una idea había cruzado por su mente, y hasta ahora el único plan que tenían. Debía seguir su instinto.

-Creo recordar un lugar, una pradera a la que mi madre solía llevarme. Pero no creo que el lugar te guste.

-¿Por qué?

-Umm...¿Conoces la historia de Caperucita Roja?

-Por supuesto, fuimos a la escuela juntos.-Dijo orgulloso.

Magnus lo miró asombrado, nunca se cansaría de las cosas que podían suceder en este lugar.

-Bueno, es en su bosque.

-Bien, entonces hay que cuidarnos del lobo.-Le sonrió a Magnus.

No era emoción genuina, pero por algo se empezaba.

Cuentos De Hadas Para Niños Grandes (Malec) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora