V
Si estás triste sonríe, porque más vale una sonrisa triste que la tristeza de no verte sonreír.
-Walt Disney.
El pequeño niño subía las escaleras con cuidado, sostenía con fuerza la antorcha mientras que en su otra mano sostenía su espada de práctica, cuya hoja era de madera.
Su madre le había concedido total libertad para sus exploraciones, él esperaba que ese permiso abarcara la torre en medio del prado rodeado de espinos.
Claro, su madre era la reina, y el era su heredero. No había espacio entre los reinos que no fuese suyo. Con eso en mente subió el último escalón entrando a la habitación.
El pequeño rodó los ojos al ver la muy rosada decoración. Esperaba que fuese una torre encantada o que al menos un dragón se escondiera ahí.
Bufando se acercó a los estantes donde decenas de muñecas de porcelana lo veían.
No, gracias…Susurró alejándose.
Estaba por irse cuando vio las cadenas a los extremos de la cama, ambas estaban clavadas en unas argollas. Lo supo en ese momento, su sangre real lo llamaba de nuevo.
Verás, nuestro príncipe tenía un don secreto, algo que ocultaba de todos inclusive de su madre. Él lo llamaba su “sangre real”, sí, es lo mejor que se le puede ocurrir a un pequeño de cinco años.
Había escuchado que ciertas personas de la realeza podían sentir el peligro de su pueblo y de esa forma sabían cómo y cuándo atacar, era un don heredado que había salvado muchas generaciones hasta que un pequeño de ojos verdes y dorados nació.
En sus ojos se encontraba la verdad de todo, y sí, en ellos también estaba escrita la salvación a los problemas venideros que habían sido escritos en su destino. Pero no es eso lo importante, no ahora.
Rió al recordar esas veces en que su sangre real lo había llamado advirtiéndole del peligro, hasta ahora sólo había sido advertido de algunos pequeños animales atrapados, pero esto era grande. ¡Se trataba de la princesa en la torre!
Su alteza comenzó a divagar sobre lo qué haría a continuación, hasta que sintió un filo conocido alrededor de su cuello.
—¡No te muevas, bandido! —Dijeron, algo que hubiese sonado amenazante si no lo hubiera dicho un niño pequeño al que le faltaban dos dientes.
El príncipe se dio la vuelta para encontrarse con los ojos más hermosos que hubiese visto jamás. Eran azules, tan azules que era como perderse en el cielo. No, estaban más allá de eso, eran mágicos, eran luz. Una palabra destelló en su mente, destino.
—¿Qué? ¿Tengo payasos en la cara? —Preguntó el otro niño.
Salió de su ensoñación para alzar su propia espada.
—No, pero te pareces a Úrsula.
El niño soltó un grito ahogado.
—No soy brujo. ¿Quién eres, campesino? ¿Y qué haces en la torre de mi amiga?
Irguiéndose en todo lo que su poca altura le permitió le dijo:
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Cuentos De Hadas Para Niños Grandes (Malec)
Fiksi PenggemarLa vida de Magnus era perfecta hasta que una noche perdió una parte de su luz. Una parte de él murió con ella. Pero no todo es pena y dolor, porque Magnus debe aprender a apoyarse en los sentimientos positivos para salir de un mundo que, aunque con...