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Un día cualquiera en la escuela, me sacaron de la clase por tocar a un niño que hacía grupo conmigo. Solo estábamos haciendo unas multiplicaciones, y al verlo rascarse su pantalón sentí curiosidad. Bueno, desde hace un tiempo la sentía por ver otras partes masculinas, tocarlas, descubrir si también les ocurría lo mismo que a mí al acariciarla.

El castaño era muy adorable. Se congeló por completo, soltando el lápiz en el suelo y me miró muy asombrado. Parecía que nadie en su vida le había tocado así.

Yo llevé mi dedo índice a su boca y le dije que no hiciera ruido, ya que nos podían descubrir. Y, pues, no queríamos eso, ¿no? La gente adulta se ponía histérica cuando los chicos se daban caricias, o hacían otro tipo de cosas más allá de las que solían verse en una amistad. Quien sabe lo que nos harían.

Cuando me aseguré de mantenerlo callarlo, continúe moviendo mi mano en círculos. Con el paso de los segundos, cuando vio que no era algo del otro mundo, se calmó. Creo que le empezaba a gustar. En lo personal, a mí me encantaba que se quedaba tranquilo observándome y me dejara hacer lo que yo quiera. Podía volverlo mi novio. No se negaría, después de todo era muy dócil.

Llegó un punto en que yo también quería que me tocara, e intenté hacer que pusiera su mano en mi pantalón, pero no quiso. Se asustó, y llamó al profesor de inmediato gritando: "¡Santiago está tocándome!".

Yo abrí mi boca, muy sorprendido por su actitud y le eché en cara, mientras me agarraban del brazo para ser llevado a la dirección: —¿Por qué solo dices eso? A ti también te gustó.

—¡Cállate! Lo que hiciste estuvo muy mal. ¡Eso no son los valores de esta escuela! Ahora mismo irás con el director. Espero que cuando llame a tus padres te den un buen castigo para que aprendas a comportarte correctamente. —me reclamó, llevándome por el pasillo con jalones, ya que caminaba demasiado rápido y yo daba pasos muy cortos, de tortuga.

Al llegar, armó un escándalo.

En primer lugar, el director se encontraba en una reunión con unos padres, y el docente lo interrumpió abriendo la puerta con sus reclamos. Hizo que los visitantes se fueran, muy indignados. Gritó muchísimas cosas, desde que yo no tenía valores, educación, ni costumbres, a que solo me la pasaba agarrándole el pene a mis compañeros, y si la escuela se descuidada conmigo sucedería una tragedia. Supongo que insinuaba que violaría a alguien.

El director, al ver que se iban, soltó un suspiró. Luego lo miró muy mal. No era la primera vez que sucedía. Ambos eran familia, por ende, creía que tenía la misma autoridad, y no le importaban algunas cosas. Una de ellas, entrar a la oficina e interrumpirlo sin importar que. Pero no le quedó de otra que sentarse a escucharlo.

Yo también me preparé para el discurso que le iba a soltar, me solté de su mano llena de tiza, y acomodé mis nalgas en la silla. En realidad, estaba muy tranquilo, no me preocupaba nada. El director me quería mucho, decía que era su hijo adoptivo, y siempre me defendía delante de quien sea. Las únicas veces que me llamaba la atención era por las clases, quería que estudiara mucho y fuera el mejor.

—Déjeme hablar a solas con el estudiante. —le pidió con un tono formal, girándose despacio en la silla del escritorio de un lado a otro, y golpeando la cabeza de un pequeño muñeco de madera de sí mismo que yacía arriba de la madera con su dedo índice.

—¡Hay que expulsarlo! —me señaló, apretando sus labios con fuerza.

—Haga silencio y vuelva al curso.

—Pero hay que expulsarlo. —repitió en un tono más bajo, empezando a caminar hacia la salida.

Una vez se fue, el director quitó su cara de desagrado, se sentó derecho en la silla, y me brindo una mirada de complicidad junto a una sonrisa amable.

—¿Qué fue lo que pasó?

—No lo sé. —se lo decía con sinceridad. No entendía nada.

Ya me iba a escuchar después ese mocoso niño. Yo sabía en el fondo que le gustó lo que hice. No podía jugar así conmigo. Hubiese preferido que mejor conversemos, me dijera lo que quería o no quería que hiciéramos, sin gritar o delatarnos con los demás.

—El profesor dijo que manoseaste a un compañero. —ladeó su cabeza.

—Bueno, pero a él le gustaba. De hecho, estaba tranquilo y tenía su consentimiento. No sé qué le pasó.

—Entonces, ¿es verdad?

—Sí.

—¿Por qué lo hiciste? No entiendo. —Negó.

Yo rasqué mi cabeza, aún más confundido con las personas. Esa era la pregunta más tonta que me habían hecho en mi vida, porque ¿no era obvio? ¿Uno porque hace las cosas?

—Solo quería tocarle. —me encogí de hombros, diciéndolo en un tono muy obvio.

—Estás muy joven para pensar en esas cosas, ¿no crees?

—Tal vez —me encogí de hombros. Aunque no sabía para que me lo decía, no podía controlar eso.

Él duró un buen rato en silencio, analizándome.

Luego se levantó de la silla, rascando su cabeza, y se puso delante del escritorio. Se subió y se sentó en una pequeña esquina frente a frente a mi silla, de brazos cruzados.

—Mira Santiago, no quisiera expulsarte por esto que hiciste hoy. Así que, si me juras que no lo volverás a hacer me olvidó de todo ahora mismo.

—Está bien, igual ya no quiero nada con él.

Era muy chismoso y ñoño, yo buscaba alguien maduro e igual que yo; que no se alarmará con lo mínimo que hiciéramos, que hablará conmigo, me propusiera hacer cosas y en resumen, que pudiéramos divertirnos juntos.

—No, no me estoy refiriendo solo a eso, sino a ti.

—No entiendo.

—Ese interés que tienes hacia los demás chicos, debes prometerme que desaparecerá. O al menos que vas a intentarlo.

—¿Por qué quieres que haga eso? — negué, no entendía porque debía hacerlo. A mí me gustaban.

—Es por tu bien, mijo. — acercó su mano a mi cabeza para peinarme el cabello hacia atrás, al mismo tiempo que curvaba sus labios hacia abajo en una cara triste. —Así te evitas problemas por ser... así. Algunas personas podrán ser muy crueles contigo, buscarán herirte. Solamente no quiero que eso pase.

Yo me quedé callado, sin saber que decir. Sabía que me evitaría cualquier tipo de problema de alguna forma, pero ¿jurarle eso? Era muy confuso para mí. Se trataba de algo que yo sentía. Además, no creía solo poder dejar de sentirlo. No tenía un botón de apagado.

Por otro lado, me sentía muy decepcionado de que considerara un problema mis sentimientos. Desde muy chiquito yo era así. Mis papás cuando se dieron cuenta —yo no disimulaba —no me dijeron nada malo, ni me pidieron algo como eso. De hecho, no les importó que prefiriera a los niños, e igual me querían y se preocupaban por mí. El director solo me daba una excusa. Una muy absurda y sin sentido. Quizás porque en el fondo no le agradaba, y no quería decírmelo directamente.

—Sólo lo dices porque no te gusta, pero no me importa. No te puedo prometer eso. Expúlsame si quieres. Y ¿sabes qué? Me voy. No quiero seguir hablando contigo. —le dije enojado, levantándome de la silla de mala gana, sin ningún cuidado en arreglarla antes de irme.

Gritó mi nombre, pidiéndome que volviera para explicarme unas cosas, que yo como niño no entendía, pero no le respondí ni me di la vuelta. El único que no entendía era él.  

Cuando estemos juntos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora