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Santiago

Le di un sorbo a la última gota de jugo, al mismo tiempo que lo veía fijamente a sus ojos. Aún estaba a mi lado esperando que acabara para devorarme otra vez, como si yo fuese una carne. Había pasado más de media hora, según el reloj de la televisión. Se suponía que debió haberse movido.

—¿No estás cansado? —le pregunté alejando el vaso de mi boca. Lo dejé sobre la bandeja despacio, y enderecé mi espalda.

—No.

—Pues yo sí —susurré muy despacio, ya que no sabía cómo iba a reaccionar. Me sentía tan asustado y triste.

También tenía unas enormes ganas de llorar, pero no quería que me viese. Se atrevería a tocarme, así sea solo para saber cómo estoy, y no quería.

—¿Quedaste satisfecho?

Abrí mis ojos con sorpresa, sin poder creer lo que acababa de oír. No lo dijo en un tono burlón, o sea que realmente me estaba preguntando semejante cosa.

No notó la expresión de desconcierto que se dibujó en mi rostro, ya que estaba ocupado tomando mi bandeja y colocándola sobre la mesita de noche.

—Si —contesté seco.

—Está bien.

Asentí junto con él, un tanto sorprendido por su aceptación y mantuve mi mirada en las sábanas. Sentía que, si no hacía un contacto visual pasaría desapercibido, o buscaría entretenerse con cualquier otra cosa.

—Pero al menos acompáñame a la ducha.

—Prefiero quedarme aquí.

Alonzo me tomó del brazo y me alzó, intentando obligarme. Pero yo no me aguanté y lo empujé con ambas manos, logrando que retrocediera unos pequeños pasos. No quería que compartiéramos un baño, y no iba a permitir que también me forzara a eso.

—¿Qué es lo que te pasa? —preguntó furioso.

—Te dije que no quiero.

Me eché más hacia el medio de la cama, ya que sentía que iba a ahorcarme.

Él negó con su cabeza, se agachó y recogió su cinturón del suelo.

Mi corazón latió con fuerza, temiendo que lo usara en mí por negarme a estar con él. Pero también recogió sus pantalones y empezó a vestirse delante de mí.

No entendía qué estaba pasando.

—Regresaré por la mañana —me explicó, mientras se acomodaba su corbata.

—¿A dónde vas?

En realidad, no me importaba a dónde iba, pero su partida me parecía extraña.

—Espero encontrarte con una mejor actitud —me apuntó con su dedo, luego se dio la vuelta y cerró la puerta.

A mi dejó de importarme lo que fuese a hacer, solo agradecí que se hubiera marchado.

Permanecí sentado pensando en aquel reciente momento que tuvimos, ese segundo en que no pareció darse cuenta de lo que yo quería, y se introdujo en mí, una y otra vez.

Me cubrí el rostro con mis manos, tratando de bloquear ese pensamiento. Sentía un nudo en el estómago y un vacío en el pecho. La sensación de haber perdido el control sobre mi propio cuerpo, de haber sido vulnerable y despojado de mi dignidad, me atormentaba.

Me preguntaba por qué él no parecía haber comprendido lo que había hecho. ¿Cómo pudo haberme tratado de esa manera, sin mostrar ni una pizca de remordimiento o empatía?

Solté un suspiro, y me di cuenta de que necesitaba una ducha. Mi cuerpo estaba demasiado sudado y pegajoso.

Me bañé superrápido, ya que quería irme, pero cuando salía me di cuenta de que cerró con seguro. Me había dejado encerrado en esa habitación.


(...)


Cada segundo parecía eterno, mientras observaba el reloj de la televisión, con el corazón latiendo de ansiedad. Era la segunda vez que sucedía algo así. Mis ojos me ardían, pero no podía cerrarlos. Deseaba que amaneciera pronto, el momento en que pudiese salir.

A las siete en punto, ingresé por quinta vez al baño para ducharme.

Cuando Alonzo regresó, yo ya estaba preparado para marcharme, sentado en una esquina de la cama.

Me tuve que poner una ropa que al parecer tenía para mi dentro de su closet, ya que mi uniforme estaba tirado afuera. Era unos jeans oscuros y una camiseta blanca, la cual no me quedaba tan mal.

Aunque, el hecho de que hubiera seleccionado ropa para mí, hizo que me sintiera aún más inquieto.

No esperé a que terminara de entrar y me levanté de la cama, acercándome con cuidado a su posición. Parecía que había salido de un bar o de alguna fiesta y estaba borracho. Pero solo a simple vista, yo esperaba que no fuera así.

—¿Qué haces despierto? —me preguntó con enojo, alzando su barbilla.

—Tengo que ir a la escuela.

Él suspiró con pesadez y dio un paso hacia adentro. Lanzó las llaves sobre la mesa junto a la puerta y se dejó caer en la cama, dejando un rastro de olor a cigarrillo. Me causó un poco de náuseas.

Me aparté para darle espacio, también porque no quería que nos rozáramos.

—Te llevaría, pero estoy cansado.

—No te preocupes, puedo irme solo —dije, retrocediendo un paso. No quería llamar demasiado su atención ni que sintiera que quería escapar.

—Está bien, pero vete con cuidado.

No esperé a que me dijera nada más y me apresuré a salir del apartamento. Solo me detuve unos segundos en la cocina para recoger mi mochila y asegurarme de que mi teléfono estuviera en su sitio.

Cuando pisé la calle y estuve bastante alejado, dejé de correr y solté una gran bocanada de aire. Me sentía demasiado cansado, pero al menos me aliviaba saber que estaba afuera y nunca más regresaría.




Cuando estemos juntos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora