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—A mí no me parece bien. —negó, cuando él terminó de explicarle por qué Alonzo dijo que volvería más tarde a buscarme. Quería que terminará de desayunar, me diera un baño y me pusiera la ropa que me trajo como parte de sus regalos. Debía asistir a una pequeña reunión de trabajo en casa de un amigo, pero no quería ir solo o dejarme en mi día especial. Prometió luego de eso hacer algo divertido, que a mí me gustara.

—Él ya está muy grande, además es su felicidad. No se la puedes arruinar. —me señaló con su dedo índice, negando de la misma forma que mi madre.

Ella se puso muy molesta desde que se enteró que yo empezaría a salir con su querido amigo. Pero no conmigo, sino con él. Sospechaba desde un tiempo de sus intenciones, y mi padre le juró que no era cierto.

—Solo me preocupo, sé que no lo quiere realmente y eres tú el que lo está obligando. Todo porque no eres capaz de salir un día, buscar un trabajo y ayudarme a resolver nuestros problemas. —le echó en cara, mientras hacia un gesto con sus manos de indignación.

Fue demasiado incómodo para mí. Traté de disimular, hacerme el sordo y continuar con mi desayuno, pero fue un vano. No pude dejar de pensar en eso, repetir sus palabras en mi mente o fingir que no la había escuchado claramente.

Me sentí mal por verla así; cansada. Pero no podía sentirme molesto con mi padre. Es más, podía entenderlo. Se le hacía difícil conseguir trabajo, solo aceptaba ayuda de alguien más y eso no tenía nada de malo.

Miré hacia ambos lados, antes de levantarme despacio, en silencio, para no interrumpir las miradas tan llenas de molestia que se daban el uno al otro. Los tenía justo en frente, y era imposible no darme cuenta.

No me gustaba estar presente cuando discutían. Me hacían perder las esperanzas en el amor, o pensar que todas las parejas eran así, que yo terminaría así.

Además, yo no tenía nada que hacer allí, ni iba a dejar al descubierto que yo no tenía una posición del lado de ninguno como para apoyarlos.

—A ver Santiago, ¿yo te estoy obligando? —Benjamín me agarró justo antes de que me fuera y se quedó viéndome fijamente, con sus dientes apretados, esperando una negación.

—No —susurré, frunciendo el ceño.

—Pero dilo más alto, que no te escuchó. —me ordenó, apretándome más el brazo.

Yo hice una pequeña mueca, que llamó la atención de ella. Entonces le reprochó aún más.

—¡Deja de manipularlo, por Dios!

—Yo no lo estoy haciendo. —me miró rápidamente.

—No, claro que no. No. —negué varias veces, mirando más a mi madre para que ambos estuvieran satisfechos esa vez. No quería que se pusieran a discutir.

—¿Si lo oíste? —le preguntó, volteándola a ver mientras me señalaba con su otra mano.

Ambos nos quedamos parados, esperando por su respuesta. Lo único que hacía era mirarnos fijo, con una cara no muy buena, mientras seguía guardando su comida en su cartera. Muy pronto se tenía que ir a su trabajo, y le gustaba siempre llevarse algo. Formaba parte del equipo de enfermeras en el hospital público de la ciudad.

—Tú y yo hablaremos en la noche, así que me esperas despierto. —se dirigió a mí, avanzando hacia nosotros.

No espero a que yo hablara y me dejó un corto beso en el cabello. También lo acomodó hacia atrás como solía hacer siempre, a pesar de que estaba bien.

—Oye, espérate ¿a mí no me vas a dar uno? —le preguntó asombrado, soltándome con rapidez en cuanto la vio alejarse hacia la puerta.

Yo aproveché en ese momento para desaparecer e irme a mi habitación. Creo que mi madre ni le respondió. Salió de la casa, moviendo sus caderas e ignorando completamente su pregunta. Pero él se fue detrás de ella para alcanzarla. A pesar de todo, no le gustaba que estuvieran peleados.

Cuando estemos juntos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora