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Christian

—Me alegra que hayas cambiado de opinión con respecto a estar juntos. Fue rápido y ya saliste de dudas.

Ismael y yo estábamos acostados en la cama, uno al lado del otro, cubiertos por la sabana.

—Sí, pero no le vamos a decir de esto a los demás —giré mi cabeza para mirarlo fijo a sus ojos.

—¿Crees que les va a importar que disfrutes más follarte a los chicos?

—Cállate, eso no lo puedo saber.

—Claro que sí, acostándote conmigo...

—¡Te dije que somos amigos! —grité demasiado alterado, sentándome en la cama al mismo tiempo que me despertaba de aquella terrible pesadilla. Porque yo jamás estaría con ese idiota. Solo me había dejado traumado después de salir de su casa.

Por más que intenté distraerme y pensar en otra cosa en todo el día, no pude. Tampoco quedarme callado. Por eso le dije a los chicos cuando nos vimos más tarde, para ver que me decían o pensaban al respecto.

Aunque Julián se negaba a verme en un principio, se le pasó porque quería saber más de mi escuela y lo que pasaría conmigo.

Con respecto a Ismael, me dijo que nunca le había propuesto algo así, y que había otras formas de comprobar las teorías que él tenía sin necesidad de que estuviésemos juntos porque además de ser raro, arruinaría nuestra amistad.

Vamos, que pensaba igual que yo.

Alan, por otro lado, nos confesó que le pasó algo parecido cuando intentaba dar su primer beso con una chica. Él se ofreció a enseñarle y aunque al inicio lo vio como algo extraño, nada cambio entre ellos. Le parecía bien que tuviese esa actitud generosa con nosotros.

Julián y yo nos miramos pensando lo mismo, y decidimos dejar ese tema ahí para continuar con mi celebración. Era más importante y la razón por la que nos reunimos. Pero en la noche, y evidentemente en mis sueños, no pude dejar de pensar en eso.

—Cris, ya levántate de esa cama. Debemos ir a la escuela —me avisó mi madre, abriendo despacio la puerta. Ya estaba lista para el día que nos esperaba.

Yo me pasé la mano por mi cara, antes de levantarme con mucha pereza y colocarme mis sandalias. Aun no estaba inscrito, pero el plan suyo era llevarme a que conociera la institución, depositar los papeles en la dirección, de paso ver al rector y algunos estudiantes. Como se la pasaba en la casa haciendo los que haceres, era la única que podía encargarse.

—Sí, sí, espérame abajo.

—No tardes.

Ella me había apartado la ropa que debía ponerme justo en la puerta de mi closet. Eran unos pantalones de tela negro, una camisa azul cielo y unos zapatos negros. Por lo menos, me gustaba.

Nosotros llegamos rápido, nos parqueamos en la calle justo frente a un cartel que prohibía hacer eso y entramos viendo todo a nuestro alrededor.

Lo primero es que la escuela era bastante grande, en comparación a la anterior. Una vez adentro te encontrabas con un enorme patio con algunos bancos y árboles en los costados. Al fondo, habían dos alas de edificios de cuatro niveles pintados de un amarillo claro. Y más al fondo, mucho campo verde y canchas de deportes.

Todos aparentemente estaban en clase, pero aun así se escuchaban unos murmullos en las aulas.

No había cámaras vigilándote o alguien parado en algún rincón haciendo ese trabajo. Alcanzamos a ver una persona de limpieza saliendo de un baño, pero desapareció por un pasillo y no nos prestó atención.

Me encantaba.

No tuvimos que caminar mucho porque la dirección estaba cerca de la entrada, a unos ocho metro a nuestra derecha.

Mientras ella se encargaba de todo, yo me quede sentado en una silla de espera disfrutando del aire acondicionado, mirando la decoración y unos cuadros donde colgaban las fotos de los nerds.

—¿Cuál de ustedes va a ayudarme con mis tareas? —les pregunté, levantándome para verlos de cerca. Me enfoqué en los que decían cuarto de secundaria, porque ahí estaría yo. Solo eran tres chicos y una chica. Ella tenía el cabello castaño, al igual que sus ojos y una sonrisa preciosa. Bastante dulce.

Yo me acerqué al cristal para dejarle un beso, pero no me percaté que había un cuadro de arriba así que este no solo me dio en la cabeza. También se cayó. El de los ñoños no, porque lo sostuve rápidamente.

Luego de acomodarlo bien, me agaché mirando el desastre pensando en cómo solucionar eso.

—Demonios —susurré, al ver que casi me corto la mano intentando recogerlo.

—Dios mío ¿Qué le pasó?

Justo en ese momento, entraba al lugar un estudiante, así que se quedó viendo la escena sorprendido.

Al principio, admito que pensé que se refería a mí de una manera formal, pero no, le hablaba al cuadro. Al parecer era muy importante.

—Fue un accidente —le informé, haciendome a un lado porque él se acercó a mi lado para mirarlo con angustia.

—¿Tú lo hiciste?

—Ayúdame, ¿sí? —le respondí, con un tono preocupado.

Nuestras miradas se cruzaron en ese instante, en el que yo traté de calmar mis nervios. El chico me miró más tranquilo, como si tuviese compasión por mí y estuviese dispuesto a ayudarme.

No podía perder la oportunidad de entrar a esa escuela por aquello, y tal vez podía echarme la mano para deshacernos de las evidencias. Después de todo, era uno de los que estaban colgados en la pared. Debía ser muy inteligente.

—¿Por qué esta es la primera vez que te veo?

—Porque soy nuevo. Bueno, lo seré si me aceptan.

—Entiendo —susurró, levantándose de golpe. Sin decir nada más, comenzó a arrastrar con sus zapatos los cristales para ponerlos debajo de la alfombra de la entrada. Luego volvió y con mucho cuidado tomó el pedazo de papel, que felicitaba a la escuela por ser una de las mejores, y se lo entró en sus bolsillos.

—En serio aprecio esto. Y oye, eres demasiado genial para estar en ese cuadro. No parecen la misma persona —señalé lo que acababa de hacer con una sonrisa. Solo mis amigos hacían cosas como esas, pero ese chico apenas lo acaba de conocer y tenía entendido que para ser alguien bueno no solo tenían que hablar las calificaciones, sino el comportamiento.

—No te le acerques —me advirtió devolviéndome la sonrisa, y tomándome del brazo para alejarme de la pared. —Y no es nada, solo trata de no provocar más accidentes.

—Está bien, lo intentaré —suspiré, mirándolo de nuevo a los ojos. Eran del mismo color que los de casi todo el mundo, pero eran bonitos y transmitían mucha confianza.

Gracias a eso, yo me di cuenta de que veía mis brazos, y aun me sujetaba. Su pulgar se movía lentamente en lo que parecía un intento de caricia. No lo sé. Era tan solo un poco más bajo que yo. Puede que no distinguiese bien lo que hacía. Lo que si noté es que traía un uniforme horrible. Se trataba de un pantalón jeans crema, con una camisa azul casi transparente y unos zapatos negros. En mi anterior colegio todo era blanco y negro, por ende, más elegancia.

Casi le vomito encima.

Cuando estemos juntos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora