No logré convencerlo de que no lo hiciera, pero sí que se detuviera. Cuando no soporté más la desilusión, el dolor y de mis ojos cayeron unas lágrimas. Le pedí una vez más que me dejará en paz. Entonces lo hizo, se agachó al suelo dónde yo estaba y me miró a los ojos. Se dio cuenta que le hablaba en serio, y que había llegado muy lejos.
Lo que hizo en el primer instante, fue pasar su pulgar por una de mis mejillas. Yo cerré mis ojos porque me dolió ese tacto. En una ocasión, mientras me pegaba con su cinturón este me dio en la cara.
Cuando pensé que iba a disculparse, aunque yo no lo perdonará, me habló con un tono frío: —Esto no volverá a pasar si me obedeces.
Yo lo miré incrédulo, porque siempre lo había hecho. Creo que me excedía de ser un chico obediente y apoyador, mí madre incluso me echaba en cara que yo dejaba que me usará para conseguir dinero, ni le reprochaba cuando me pedía hacer algo. Me sentía tan confundido.
En vez de decírselo, preferí asentir y quedarme en silencio. Tenía que ser inteligente, mantener la mente fría. Ya me había dicho lo que quería de mí.
Eso le gustó tanto que decidió soltar el cinturón en el piso, dejándolo lejos de mi cuerpo.
Suspiré aliviado, cerrando mis ojos unos segundos. Deseaba que lo siguiente que hiciera, fuese irse. Me sentía tan impotente, únicamente con ganas de llorar pero no quería que siguiera secándome las lágrimas, como si verme así le doliera.
Se hubiese controlado desde un principio.
—Solo intento cuidarte. Debes aprender que no puedes involucrarte con cualquiera. —continuo hablando.
"¿Por qué no?", quise preguntarle. Y aún más, si ese cualquiera me gustaba. No era culpa mía.
—Dime con quién estuviste. —me pidió por segunda vez.
Ni se me ocurrió volver a preguntarle a qué se refería con eso, ya lo sabía. Solo le dije eso que tenía tanto afán en saber, aunque no entendiera por qué.
—Fue con Diego.
No fue necesario decir su apellido. Conocíamos a uno solo.
—¿Diego? ¿Nuestro vecino Diego? ¿El que está casado?
—Cuando lo hicimos, aún no se casaba —le aclaré, así no pensaba mal de nosotros.
—Cuando ese imbécil lo hizo, querrás decir. Claramente se aprovechó de ti. Tiene como treinta años.
Corrección: veinticuatro.
Y no fue así, si alguien se aprovechó del otro fui yo. Aunque en aquel entonces, yo tenía once y él diecisiete años.
Todo ocurrió de una manera espontánea, un día que llegué de la escuela. Él se encontraba en el patio junto a sus amigos disfrutando de la piscina. Yo en vez de ponerme a hacer la tarea como todos los días, preferí distraerme un rato —me lo merecía—. Así que, los espié desde un orificio en la puerta rústica que separaba nuestras casas.
Todos tenían unos cuerpos muy varoniles, además estaban semidesnudos y mojados.
Definitivamente me gustaba lo que veía. Me convencí de que quería verme así cuando fuese más mayor, y estar con chicos así de guapos.
Diego, fue el que me encontró en eso, cuando se salió del agua para buscar una toalla. Me distraje viendo a los demás, quedándome sin tiempo para esconderme.
Me preguntó extrañado por qué los veía, entonces yo le confesé que me parecían atractivos. Mucho en realidad, y que me gustaría algún día estar con chicos como ellos. Lo mismo que imaginaba antes de que me interrumpiera.
Él sonrió ante eso, y miró a sus amigos por un momento. Después me preguntó si no estaba a gusto con los chicos de mi edad, porque yo era algo pequeño.
Yo le respondí que ni siquiera había tenido la oportunidad de estar con uno, porque se ponían nerviosos, y tenían la mente muy cerrada. Estaba seguro que las cosas resultarían mejor, además de que yo no era tan pequeño. Le mentí diciendo que tenía trece.
Entonces remojo sus labios y me dijo lo siguiente, mientras me escaneaba de arriba abajo: "Si quieres, te puedo llevar a mi habitación".
Yo acepté, ya que no había nadie en casa vigilándome. Además, de todos, era el que más me gustaba y le tenía cierta confianza. Era una gran oportunidad.
Él me abrió la puerta del patio en lo que yo bajaba de la silla, y me guio hasta dentro de la casa.
A sus amigos le dijo que me iba a enseñar unos videojuegos, y regresaría en unos minutos. Pero a mí me dijo que no tenía porque ponerme nervioso, porque no era algo del otro mundo lo que haríamos y solo esperaba que me gustará. Así fue. Me trató bien en todo momento, e incluso permitió que me quedará acostado un rato en su cama cuando terminamos.
Logré que Benjamín se fuera con eso, también que me dejara encerrado.
Quise salir por otro lado que no fuese esa puerta, ignorando el ardor que sentía en algunas zonas. Sin embargo, la única ventana que había tenía hierro; imposible de romper yo solo o con mis manos, y la del baño era demasiado pequeña. No había algún hueco de ventilación o agujero en el piso.
No podía contar con la ayuda de mi madre. Volvía en la madrugada alrededor de las dos, duraba un par de horas siempre con el fin de descansar y se iba nuevamente en la mañana antes de las doce. Probablemente no se daría cuenta que sucedía algo conmigo, como muchas otras veces. Si me descuidaba—no despertando temprano—duraba días sin verla.
Esa era la razón por la que intentaba llevarme bien con mi padre. Cualquier cosa que me sucediera, él sería el único disponible para mí. Podía ayudarme o dejarme morir. Justo como ese día. Literalmente no quiso darme de comer. Por suerte yo siempre guardaba comida debajo de mi cama.
Se me ocurrió que ya que tenía dieciocho años podía independizarme, consiguiendo ese trabajo que hace mucho quería empezar e ir alejándome poco a poco de mi casa.
No pretendía exagerar la situación, lo que pasó no influía al 100% con mi decisión. Si me lo pensaba bien, tenía que hacerlo tarde o temprano.
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Cuando estemos juntos ©
Novela JuvenilDesde que Santiago ha sido manipulado para salir con un hombre mayor, sufre maltratos y cambios en su entorno. Solo ha logrado encontrar paz en la escuela, junto a Christian, su más reciente amigo. Este lleva consigo dudas acerca de su orientación...