Capítulo Cinco

16.3K 1.2K 202
                                    

Anahí tardó en reaccionar, pero lo hizo.

—¡Suéltame! —Su grito vino acompañado de un puño en la espalda del macho.

Él sólo gruñó y siguió corriendo. Ella estaba sorprendida, todavía no entendía que pasaba. Su mente estaba en blanco, pero como un golpe en el vientre, recordó que debía huir. 

Ella no tenía tiempo para el "Yo Tarzán, tú Jane".

El macho empezó a saltar y ahora, a plena luz del día, fue más aterrador. Saltaba de árbol en árbol mientras el aliento salía de ella con los rebotes. Decidió cerrar los ojos o terminaría vomitando. Después sintió que él aterrizó y se quedaron quietos. Él caminó hasta alguna parte y la bajó dejándola sobre el colchón.

Anahí se quedó un momento mirando el techo mientras su mareo pasaba. Cuando se sintió mejor, se sentó mirando al macho que estaba frente a ella.

Definitivamente él era la versión mil veces más musculosa de Tarzán. Su cabello era negro, como ya lo había visto, hasta sus hombros, un poco ondulado. Su piel era bronceada. Sus ojos todavía la sorprendían. Su mandíbula era muy marcada al igual que sus pómulos, aunque su nariz era muy diferente y era el mayor indicio de ser primate.

—Mía. Ellos no quitarte de mí. —Su voz no tenía acento. Sus palabras la sorprendieron.

Él caminaba de un lado a otro. Se notaba el enojo. Eso afirmó más el papel de Tarzán.

De pronto él dejó de caminar y la miró. La rabia estaba marcada en su cara. ¿Era su fin?

Él miró sus piernas y salió de la habitación. Eso había sido fácil se —encogió de hombros—, ahora sólo tenía que bajar, otra vez, por la cuerda. Mientras trataba de levantarse, su rodilla no funcionó y cayó al colchón. Un grito de dolor le salió.

Al segundo Hyperion entró corriendo y gruñó. Él traía algo en su mano, pero lo dejó en el suelo para acercarse a ella. Abrió la sudadera y miro su pierna.

—¿Jerichó lastimó? —gruñó.

Anahí lo miró. Necesitaba aprender a hablar con más fluidez.

—No, me lo hice tratando de bajar de tu casa. Deberías colocar una escalera, porque sin ella, nadie te podrá visitar.

Él la miró, pero no dijo nada.

Arrastró una bolsa y sacó unos paños. Empezó a limpiar la herida con mucho cuidado.

Su prima le había dicho que en la Zona Salvaje estaban las Especies poco adaptadas, pero nunca se imaginó, como los describía, que pudieran ser tan cuidadosos y suaves viendo la cantidad de músculos y lo alto que eran. Todo en él gritaba que era tosco, pero estaba siendo muy cuidadoso, como si sintiera que ella era de porcelana.

La forma en que limpiaba era relajante, casi hipnotizante. No se dio cuenta que había terminado hasta que sintió que acariciaba su muslo descubierto. Ella le dio un manotazo y pensó que le gruñiría, pero sólo la miró.

—Muchas gracias por limpiarme, pero necesito irme. ¿Me harías el favor de bajarme de tu casa?

—No, mía.

—Ya sé que la casa es tuya, pero necesito irme.

Se levantó, pero su pierna falló de nuevo. Hyperion la agarró antes de que cayera al piso.

—Tú mía. Tú compañera —dijo sentándola en la cama.

Una alarma se prendió en Anahí.

—Oh, no, Hache. Estás yendo en el camino equivocado. Yo no soy tuya ni soy tu compañera. Me salvaste, te lo agradezco mucho, pero para poder salvarte yo, salvarlos —señaló la casa en un intento de referirse a La Reserva— necesito irme.

Hyperion. Nuevas Especies #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora