Siempre he sido fiel observadora de todo aquel que me parece tierno o carismático, y eso no siempre acaba como muchos piensan. No, no me he enamorado de todo aquel que llamaba mi atención. Sólo hubo uno que acabó siendo lo que tanto negaba, ¿pero los demás? Admiración, los admiro por lucir tan felices incluso en sus días grises. Por tener el buen humor navegando por los cielos, por mostrar una sonrisa ante todos e intentar subirle los ánimos a todo aquel que lo necesita. Por demostrar que no son más que los demás, porque incluso ellos se derrumban en algún momento. Cuando estaba en la superior, en mi último año, había un chico que siempre lucía alegre y lleno de energía. Pero hubo un día, en el que quise ir y abrazarlo. Ese día no lo ví sonreír ni relacionarse con los demás, se mantuvo aislado y hasta faltó a algunas clases sin importarle que las maestras lo sabían. Justo ese día, él parecía necesitar que alguien se le acercara simplemente a escucharlo y nadie lo hizo. No fui la excepción, las ganas no me faltaban, pero el miedo de ser tan sólo una molestia me detuvo. Me mantuve al margen, observandolo de lejos y comentandole a mis amistades que me preocupaba. Ellos son los mejores, de verdad; no tienen ni idea de cuántas veces me dijeron "ve y acércate, siempre has querido hablar con él". Pero yo con mi cobardía, no me acerqué y jamás hablé con él -al menos no de algo que no tuviera nada que ver con la escuela-.
Ana