Capítulo 6

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Lema estaba sentaba en el suelo de la cabaña, esperando, inquieta, la llegada de su novio. Llevaba tiempo allí haciéndose preguntas. ¿Qué decidiría Deb? Sabía que ninguna de las dos opciones era fácil. Separarse les costaría mucho, habían pasado un año juntos. Para los dos sería difícil, para Deb porque desde la muerte de sus padres había pasado el tiempo prácticamente solo. Al llegar Lema redescubrió lo que era la compañía y el cariño. La joven, en un solo día, había perdido a su hermana, a su padre y había tenido que abandonar su castillo. Estuvo unos días perdida y desorientada hasta que la encontró el muchacho. Desde entonces habían estado muy unidos. Pero también sabía que el hecho de que se quedase en la cabaña les acarrearía muchos problemas a los dos.

Entonces Lema se dio cuenta de que no quería que a Deb le ocurriese nada por su culpa. Si le mataban se sentiría culpable el resto de sus días. Así que, se levantó, cogió su capa y se acercó a la puerta. Antes de salir dirigió una mirada a aquellas cuatro paredes en las que se había refugiado cuando más lo necesitaba. Sabía que añoraría aquel lugar, a Rose y sobre todo a Deb.

Tenía que empezar una nueva vida, otra vez. No tenía ni idea de adonde iba a ir, pero no podía quedarse allí. Pensó en despedirse, pero supo que el joven iría tras ella. Le amaba y aunque sabía que aquello les iba a costar a los dos, era lo más sensato. Salió fuera con la capucha puesta y comenzó a caminar hacia el puente de piedra.

Seguía tendido bajo la sombra del árbol, escuchando el murmullo constante del río

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Seguía tendido bajo la sombra del árbol, escuchando el murmullo constante del río. Era la hora de la comida y Lema estaría esperando su respuesta. Se incorporó y fue camino de la cabaña con paso ligero. No tardó más de veinte minutos, pero ya era tarde, aunque él no lo sabía.

Abrió la puerta radiante de alegría, sin embargo al mirar en su interior se le congeló la sonrisa. ¿Dónde estaba Lema? Intentó relajarse, «Seguramente habrá salido a pasear por el bosque para despejarse», se dijo a sí mismo. Se sentó en el camastro, se descalzó y se acercó al armario para guardar sus botas. Al abrirlo, observó con horror que la capa de Diana no se encontraba allí. Ella solo se la ponía para bajar a la aldea. ¿Se había ido? ¿Por qué? ¿Y a dónde? La joven no conocía a nadie allí, a excepción de Rose. Deb pensó que se encontraría allí, hablando con la mujer. No le concedió importancia, era normal que necesitase hablar con alguien. Comió algo de caldo que sobraba del día anterior y se quedó dormido sin darse cuenta.

Despertó una hora más tarde y al percatarse de que la joven no seguía allí se levantó a toda velocidad. Se calzó y salió de la cabaña. Corrió por el bosque con la lengua fuera y por fin, a lo lejos divisó el puente. Cruzó y sin dejar de correr se internó en la aldea. Recorrió el camino a casa de Rose como tantas otras veces. Llamó a la puerta y esperó con impaciencia. La mujer tardó unos valiosos minutos en abrir la puerta.

—Hola Deb, ¿qué...?

—¿Está aquí Diana? —la interrumpió.

—No, ¿qué es lo qué pasa?

El rey de MertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora