Capítulo 8

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Cuando las montañas quedaron sumidas en un profundo silencio, los dos jóvenes abandonaron la cabaña. Deb se guiaba como un búho en la noche, parecía poseer una increíble visión nocturna. Lema iba de su mano para no perderse. Caminaron en silencio durante un largo tiempo hasta que a lo lejos divisaron una cálida luz. Deb se detuvo en un claro, Lema pudo ver que en el centro había una cabaña. Era pequeña, no obstante era más grande que en la que había estado viviendo el último año. Deb le advirtió que no comentara nada acerca de su verdadera identidad.

—Recuerda: no te fíes ni de tu sombra, nadie debe saber que eres la princesa —dijo Deb.

—¿Cuánto tiempo estaremos separados? —preguntó Lema, el chico vio que sus preciosos ojos verdes estaban vidriosos.

—Solo será una temporada, hasta que se solucione todo.

Intentó que su respuesta sonara firme y convincente. Pero no lo consiguió. Los dos sabían de sobra que aquello no se iba a solucionar solo. Lema dirigió una mirada a su vientre, apenas le quedaban uno o dos meses de embarazo. Lo más seguro es que diera a luz en aquella cabaña, alejada de Deb. Ese pensamiento le destrozaba el corazón, puede que su hijo nunca conociera a su maravilloso padre.

Él se dio cuenta de lo que estaba pasando por su cabeza y la estrechó con fuerza entre sus brazos. Los dos se fundieron en un cálido abrazo, prometiéndose volver a verse cuando todo aquel desastre terminase. Después se despidieron con un tierno y apasionado beso. Una lágrima recorrió la mejilla de Lema.

Se acercaron a la cabaña y llamaron a la puerta. Lema pudo oír unos pasos lentos que se iban acercando a la puerta, estos se detuvieron y escuchó como desde dentro descorrían un cerrojo. La puerta se abrió con un chirrido y en el umbral apareció un hombre de unos cincuenta años. Tenía el pelo canoso y muy escaso, era alto pero el hecho de que caminara encorvado le hacía perder algunos centímetros. Tenía los ojos pequeños y muy hundidos en la cara. Era muy delgado, parecía que debajo de esa piel únicamente había hueso.

—Buenas noches Mark —dijo Deb—. Siento molestarte a estas horas pero esta muchacha necesita un sitió donde vivir y en mi cabaña apenas hay espacio —explicó con alguna mentira piadosa.

—No pasa nada, puede quedarse —dijo tras pensarlo un tiempo—. Sígueme, te enseñaré la casa —dijo mirando a Lema, luego se dio la vuelta y se internó en la cabaña.

Antes de entrar los dos jóvenes cruzaron una última mirada. Aunque el chico hubiera dicho que solo sería por una temporada, los dos sabían que probablemente no volverían a verse.

La casa tenía una habitación y un salón con una chimenea. Lema se dirigió al salón, que sería su refugio en los próximos meses o tal vez años. No era muy grande, en él había unos armarios, una mesa y dos sillas viejas. Se tumbó en suelo y allí se quedó, pensando en la persona que más quería y a la que seguramente no volvería a ver jamás. Estos pensamientos la entristecieron. Lema había estado viviendo más de un año con él. Deb era atento y cariñoso y le había enseñado a sobrevivir en el bosque. Estaban enamorados el uno del otro y Lema esperaba un bebé. También se acordó de Rose, que tanto les había ayudado en sus investigaciones. A la joven, Rose siempre le recordaba a Nana, su nodriza a la que había querido desde siempre como a una madre. Inevitablemente se acordó de su hermana Irina, a la que adoraba y que había perdido para siempre.

Las lágrimas cayeron ardientes por sus mejillas. Desde pequeña ella había imaginado cómo sería su vida de mayor, pero nada estaba saliendo según lo planeado. En sus ensoñaciones se casaba con un apuesto príncipe, y a la boda asistían, aparte de todos los nobles importantes de Merta y de otros reinos, Nana, su querido padre y su hermana.

Despertó a la mañana siguiente, cuando los rayos del sol inundaban el salón. Un delicioso aroma a pan y leche se extendía por el aire. Se levantó del suelo y se sentó frente a la mesa. Desayunó rápidamente, hacía tiempo que no comía algo tan rico. Le preguntó a Mark si necesitaba que cazara algo para comer, este negó con la cabeza. Lema salió de la casa para observar los alrededores. Paseó por el claro y por el bosque aunque no se alejó demasiado por miedo a perderse.

A la hora de comer se presentó en la cabaña. Nada más entrar se dio cuenta del hambre que tenía, el paseo se había alargado más de la cuenta y le rugían las tripas. Se acercó a la mesa, había un cuenco grande del que salía un delicioso aroma. Se lo comió sin pensárselo dos veces, por lo visto el hombre cocinaba bastante bien.

Tras comer se acercó al salón que estaba desierto. Mark no se encontraba en casa, así que se recostó en el suelo y se arropó con la manta. Se despertó tiempo después al oír la puerta, abrió los ojos y vio al hombre entrando en la cabaña. Traía un pequeño jabato encima del hombro, como si de un saco de patatas se tratase. Tenía la cara sudorosa y respiraba entrecortadamente. Lema se dio cuenta que para él había supuesto un gran esfuerzo traer aquel ejemplar hasta la cabaña.

Sin mediar palabra se fue a la mesa para empezar a preparar algún delicioso plato, ella se acercó a observar. Mark le pidió que sacara las hierbas aromáticas de un pequeño armario. Al agacharse, el colgante que llevaba en el cuello resbaló de su cuerpo y quedó al descubierto dejando ver nítidamente el escudo del reino de Merta, que estaba grabado en el medallón. Todos en la familia real llevaban uno. La chica lo volvió a guardar apresuradamente dentro de su camisa y le entregó una pizca de tomillo seco. No estaba segura de si el hombre la había visto, pero no daba muestras de haberlo hecho. Lema no le dio importancia, pero decidió andar con más cuidado. Tras cenar un plato exquisito, que Mark había preparado, se fue a dormir.

Se despertó de madrugada, el salón estaba oscuro y la casa permanecía completamente en silencio. O eso creía, tras un tiempo pudo percibir unas voces en la lejanía. Se asomó a la ventana, que daba justamente a la parte trasera de la cabaña. Al principio solo pudo intuir dos siluetas, pero en cuanto sus ojos se acostumbraron a la penumbra vio claramente a dos hombres. Uno de ellos era Mark, el otro era alto y vestía una armadura. Se le cortó la respiración al comprobar que, en la coraza que le protegía el pecho, lucía el escudo de Merta. Mark sabía quien era y la había delatado al rey.

Aprovechó que estaban hablando para coger la capa y calzarse las botas. Sin hacer ningún ruido se dirigió a la puerta, pero antes de tocar el picaporte este empezó a bajar lentamente. En un acto reflejo la chica se escondió bajo la mesa.
Los dos hombres se detuvieron en la entrada, justo a su lado. Lema podía oír como su corazón latía tan fuerte que amenazaba con salírsele del pecho, por un momento llegó a pensar que el ruido de sus latidos la delataría. Pero no fue así, tuvo suerte de que ninguno de los hombres decidiera encender una vela, porque en ese caso se habrían percatado de su presencia.

En cuanto se dirigieron a su cuarto, ella abrió la puerta sin hacer el menor ruido. Una vez fuera, un único pensamiento invadió su mente: «huir de allí». Sin pensarlo más echó a correr, no sabía cuanto tardarían los dos hombres en darse cuenta de que ella no estaba en la casa, así que debía aprovechar la ventaja que les llevaba. No dejó de correr en ningún momento, debía salvarse ella y sobre todo el bebé.

De repente se detuvo y se quedo mirando aquel extraño paisaje. Delante de ella, el bosque se volvía más espeso y su vista apenas podía alcanzar más allá de tres metros donde comenzaba el Bosque de las Sombras. No se decidía a entrar, había escuchado demasiadas historias acerca de aquel bosque. Pudo escuchar los pasos de sus perseguidores en la lejanía y estos decidieron por ella.

Rápida como el rayo se internó en el bosque. Las nudosas raíces de los árboles la hacían tropezar y caer continuamente. Las sombras de su alrededor se movían como si tuvieran vida propia, se sentía observada por millones de minúsculos ojos. No quiso hacer caso a estos detalles intentando convencerse de que eran producto de su imaginación.

El rey de MertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora