Capítulo 9

143 36 137
                                    

La noche era cerrada y los árboles se alzaban altos sobre sus cabezas.

—Esa muchacha es atrevida —dijo el caballero, sus ojos eran tan negros como la noche—, pero no creo que se le haya ocurrido entrar ahí.

—¿Quién sabe? —dijo Mark encogiéndose de hombros.

Este último era muy avaricioso, al enterarse de que en su casa estaba viviendo la princesa Lema, no dudó en avisar a la guardia. Simplemente por dar una pista le pagarían una buena recompensa.

Al darse cuenta de que Lema no estaba en su cama, habían salido rápidamente al claro y habían podido distinguir la silueta de una joven entre los árboles. Sin pensárselo siquiera, los dos salieron corriendo tras ella. Para abrirse paso más rápido y no tropezar constantemente, como la princesa, el guardia real sacó su espada para cortar las ramas que se interponían en su camino.

Ahora los dos hombres estaban parados entre los dos bosques y no sabían qué hacer. Aunque ninguno lo admitiera, el hecho de entrar en el Bosque de las Sombras les producía escalofríos.

—Entrar ahí es una muerte segura —dijo Mark—, no deberíamos preocuparnos. No creo que pueda volver a salir de allí.

—En ese caso mi misión ha terminado —concluyó el caballero con voz neutra—. Debo irme.

Acto seguido los dos hombres desaparecieron del bosque para volver al claro.

Lema detuvo su alocada carrera. Hacía tiempo que no oía otra cosa que no fueran sus propios pasos. Se paró y apoyó su espalda contra el árbol más cercano. Observó a su alrededor, únicamente podía ver árboles. Pensó que lo más sensato sería salir del bosque y volver al claro. Pero por miedo a que el guardia la estuviera esperando, decidió pasar la noche allí y salir a la mañana siguiente. Se deslizó hasta el suelo, flexionó las rodillas y las abrazó quedando hecha una bolita. Intentó dormirse pero no lo consiguió, el miedo se apoderaba de ella nada más cerrar los ojos.

A su alrededor podía oír numerosos ruidos que la intranquilizaban. A veces escuchaba como si millones de pequeños pies pisasen la tierra muy cerca de ella. Mas al mirar en esa dirección únicamente veía sombras. Una vez estuvo completamente segura de haber escuchado una suave vocecita. Aunque también podía haber sido su imaginación jugándole una mala pasada. Había cientos de leyendas sobre el Bosque de las Sombras y tal vez fuera eso lo que más la asustaba, que todas aquellas historias fueran reales. A lo lejos se escuchaba el furioso batir de cientos de alas, así que no bajó la guardia en toda la noche. Estuvo sumida en una especie de duermevela nada reparador.

Así pasó toda la noche hasta que de entre los árboles empezaron a emerger unos rayos anaranjados. El sol comenzó a bañar con su luz lo que antes era un bosque de pesadilla lleno de sombras. Lema caminó decidida en dirección a la salida.

El tiempo pasaba y ella no salía del bosque. Cuando quiso darse cuenta comprobó con horror que ya no recordaba por donde había entrado. Ni siquiera recordaba donde había pasado la noche. Las tripas le rugían y lamentó no haber tenido oportunidad de coger provisiones. Escudriñó su alrededor en busca de comida. No sin cierta satisfacción pudo ver un arbusto a lo lejos del que colgaban deliciosos frutos de varios colores.

Con avidez se acercó para probarlos. Pero justo antes de que su mano rozara un sabroso fruto azul vio un extraño animal junto al seto. Tras observarlo detenidamente se dio cuenta de que estaba muerto. No pudo reconocer de qué especie se trataba. Lo cierto era que tenía cuerpo de conejo pero en lugar de una pequeña cola en forma de pompón poseía una larga cola de ardilla. Con sus manos sujetaba un fruto extraído del arbusto. Lema no pudo determinar la causa de la muerte, pero por precaución decidió no comer nada de aquel seto.

El rey de MertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora