Capítulo 11

129 31 102
                                    

En la cueva todo volvía a ser alegría. Los prisioneros que habían sido liberados acababan de regresar a las montañas. Rachael saltó a los brazos de su hermano. En la caverna la felicidad del reencuentro lo inundaba todo. Pero nadie sabía que el infiltrado tenía ordenes del rey para destruir el campamento dentro de poco.
Pasaban las semanas y la vida era bastante más sencilla con la ayuda de quince personas más. Ya no necesitaban la colaboración de los niños. Así que estos se pasaban el día jugando entre risas.

La cueva se encontraba en penumbra, Ámbar ya estaba dormida

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La cueva se encontraba en penumbra, Ámbar ya estaba dormida. Pero Irina y Lema no podían conciliar el sueño. Estaban hablando entre susurros para no despertar a la dragona.

—Echo de menos a Deb —sollozó Lema.

—No llores, piensa que gracias a vuestra separación pudiste salvar a los quince prisioneros —la consoló su hermana.

—No llores, piensa que gracias a vuestra separación pudiste salvar a los quince prisioneros —la consoló su hermana

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Deb estaba cazando junto con otros hombres y mujeres cuando un joven llegó corriendo hasta ellos. Se paró frente a Deb e intentó hablar. Era un chico de unos quince años, alto y fuerte. Estaba muy cansado y jadeaba sin parar.
Por fin consiguió decir algo.

—He visto a los soldados del rey cabalgando en dirección a las montañas.

—¡¿Qué?! —gritó Deb atónito.

—Son muchos y van armados, se dirigen directos hacia aquí — respondió el joven.

Sin perder ni un segundo corrieron a avisar a los adultos y niños que se encontraban en la cueva. Tuvieron que huir y dejar sus pertenencias abandonadas. Deb ayudó a los niños a encontrar a sus padres en el caos y guió a todos hacia el bosque más cercano. Allí se dispersaron para que no los pudieran encontrar.

Escucharon los pasos de sus perseguidores cada vez más cerca. Todo era confusión, las familias corrían de un lado para otro con los niños en brazos buscando el lugar más seguro para refugiarse. Deb no se orientaba, con tanto revuelo no sabía en qué parte del bosque estaba.

A lo lejos se oían las voces de los soldados:"¡Por ahí!, ¡en ese matorral!, ¡corred!". El joven sintió las pisadas de alguien que iba tras él y corrió. No estaba seguro de adónde iba pero sus pasos le guiaban hacia algún lugar en concreto. Por el camino esquivaba las ramas y las raíces de los árboles. Su respiración era irregular y entrecortada, sentía como si le fueran a explotar los pulmones. Miró hacia atrás y vislumbró la silueta de un soldado que corría hacia él.

El rey de MertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora