Capítulo 5

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Cuando Franco deja su maletín sobre su escritorio, descansa un poco en su silla. Los asientos de la clase se encuentran vacíos, aún es demasiado temprano como para que alguien llegue al lugar. El tiempo que tiene ahí lo toma para hablar con Dante un poco y realizar algunos pagos en línea de servicios. El profesor albino también habla con Angelo, quien se encuentra en Italia, resolviendo y construyendo las galerías de arte y escuelas para arte Fiore.

Su estadía cómoda se ve interrumpida cuando camina hacia las ventanas y asoma su cabeza, se ve comiendo un palillo de chocolate, mientras su estómago pide algo de comida verdadera y no esas porquerías. Su vista recorre el campus universitario y definitivamente al chico que cae de bruces al suelo mientras su amigo se ríe a carcajadas. Rin se pone de pie y parece a punto de suspirar, pero otra figura llega hasta el lugar y es alguien que Franco no había visto antes.

—¿Quién es ese, Rin? —cuestiona, a nadie, el profesor, en un murmuro divertido.

Puede verlos hablar un poco y la cercanía que muestra con Rin, no parece perturbar a Oliver o al mismísimo compositor. De hecho, ninguno hace nada cuando el desconocido toca el cuerpo de Rin entre risas, como buenos amigos demasiado cercanos. Franco arquea sus cejas en curiosidad y juguetea un poco con lo poco que le queda de chocolate.

—¿Así me recibes? —vuelve a susurrar con una sonrisilla, antes de dar la vuelta y adentrase nuevamente a su espacio de enseñanza.

Franco decide hojear un poco qué hacer para acomodar el horario que ha desestabilizado para cuidar de Dante. Mientras los minutos pasan, Blue se adentra hacia el salón y coloca una bandeja plástica con comida sobre el escritorio del profesor, también un batido natural. El albino observa a la chica en silencio.

—¿Mh?

—Ha estado cuidando de Dante últimamente y podría apostar a que no se ha cuidado usted mismo, profesor. Es por eso que le traigo algo de comida para que desayune —explica ella y se inclina levemente, como agradecimiento—. En fin, me tengo que marchar. Bienvenido, nuevamente.

—Gracias, Blue —sonríe el profesor, antes de ver a la chica marcharse rápidamente. 

Franco estira sus dedos y apoya la sien de su cabeza en uno, mientras el pulgar recae sobre su mejilla, sus piernas cruzadas y esa sonrisilla burlona recae sobre la mirada de Poe, pues cuando Blue abre la puerta para poder marcharse, al primero que ve esperándola afuera de aquel salón, es a su pequeño Petrelli. Poe puede sentir la burla de Franco.

La primera hora llega y se dedica a sus labores profesionales, brindando su clase al primer grupo, resuelve dudas, hace una que otra broma, sonríe y también riñe, como cualquier profesor. El albino termina a las diez de la mañana con el primer grupo, y es cuando descansa un poco por la migraña, Matthew, el profesor encargado de la carrera de leyes, se adentra con pildoras.

—Aquí tienes. Tremendo grupo el que me ha tocado, te juro que estoy reconsiderando el dejar de dar clases universitarias —comenta, una vez que toma el asiento en frente del albino.

¿Cuándo se habían hecho amigos? Ninguno tenía nada en contra del otro, tenían que compartir palabras por obligación cada vez que se reunían en la sala de profesores, y de ahí habían tomado confianza. No hablaban diariamente, pero no dudaban en ir hacia el otro cuando fuera necesario.

—No es profesional decir eso —ríe Franco, antes de tragar las píldoras y acompañarlo por un trago de refresco—. Sin embargo, es mejor esto a estar en un aula con adolescentes revoltosos que no hacen más que gritar.

—Lo dices por experiencia.

—Claro que sí —niega—. Recuerdo que había un estudiante en la secundaria, que era tremendamente torpe. Te lo juro, cada recado, cada obligación, siempre tenía que salir mal, romper algo, caerse, dañar a los demás —ríe—. Un completo idiota.

El arte de tu torpeza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora