Día 2: Fletcher

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—Buenos días, Lina —saludó él haciéndome saltar en el lugar con la bandeja donde traía el desayuno.

—Por dios —siseé dejando las cosas sobre la mesita en el balcón en lo que oía su risa desde enfrente—. Fletcher —siseé acomodando la taza en la mesa para poder tomarla entre mis manos y voltearme en su dirección.

—Lo siento —carcajeó en lo que continuaba escribiendo en un cuaderno, sin alzar la vista hacia mí.

—Desapareciste —dijo sin apartar la vista del cuaderno mientras seguía escribiendo algo.

—Mucho trabajo —respondí sentándome para poder untar mermelada en la tostada.

—¿Es difícil ser traductor? —preguntó para luego añadir—: Digo, ¿es mucho que traducir?

—Depende —dije bajando la tostada hacia el plato—. Los libros llevan muchísimo tiempo, al igual que los subtítulos de una serie. Más si la trama de la historia es una porquería.

—Ugh —rió haciendo una mueca de disgusto en lo que sus ojos se encontraban con los míos—. Mis condolencias, la mayoría de las series hoy en día son pura mierda —respondió sin titubear, haciendo que elevara el ceño en respuesta a su elección de palabras.

—No podrías haberlo dicho mejor —pronuncié enseñándole el dedo pulgar a la vez que reía.

—¿Qué harás hoy? —inquirió cerrando el cuaderno para acomodarse y quedar frente a la baranda de metal negra.

—Probablemente leer un poco, traducir un poco más luego... ¿y tú? —devolví la pregunta, curiosa por saber a qué se dedicaba.

—Escribiré un rato, a ver si llega la inspiración —comentó llevando su dedo índice hacia su sien, presionando levemente sobre ella.

—¡Oh! —exclamé abriendo los ojos ante la sorpresa—. ¿Eres escritor? —cuestioné llena de curiosidad.

—No —respondió entre risas mientras bajaba la cabeza con los ojos cerrados, dejando que su cabello negro cayera sobre su rostro. ¿Qué era tan gracioso? Mordí mi labio inferior y desvié la mirada hacia los árboles a un lado del edificio, observando unas horribles nubes moradas acercarse al sol, indicando que llovería tarde o temprano—. ¿Sigues aquí? —habló llamando mi atención de nuevo e inmediatamente me volví hacia su balcón con las cejas enarcadas.

—Sí, lo siento —me disculpé pestañeando varias veces para volverá él.

—Soy cantante, en una banda —dijo ganándose una mirada sorprendida de mi parte. Ladeé la cabeza como los perros hacen en lo que intentaba imaginármelo sobre un escenario con una campera de cuero y una guitarra eléctrica.

—Oh, wow —articulé asintiendo repetidamente.

—¿Por qué esa cara? —rió cruzándose de piernas en la silla para reclinarse hacia atrás.

—No tienes pinta de cantante —admití negando a la vez que alzaba los hombros y me regresaba al plato para morder la tostada.

—Es porque no lo soy. Bueno, no soy el cantante principal —corrigió ladeando su rostro. Volví la vista hacia él con la taza de café en la mano, al igual que él.

—¿Guitarrista? —intenté adivinar.

—Baterista —reveló haciendo que mis ojos se abrieran más de lo normal. Ahora el tamaño de sus músculos tenía sentido—. Pero estoy intentando aprender a dominar el piano, es más fácil para escribir canciones.

—Suena genial, pero no sabría decirte porque mi talento musical es nulo —reí robándole una sonrisa y eso me hizo sonreír más.

—¿No te gusta la música? —inquirió sorprendido.

Amor en tiempos de cuarentenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora