Día 12: dos palabras

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—Lamento haber tardado, compré una salsa hecha que tardó años en cocinarse —me disculpé abriendo el ventanal con el pie para dejar el plato sobre la mesa y sentarme en lo que divisé a Jessica al lado—. ¡Buenas Jess! —saludé elevando la mano a lo que ella me imitó y respondió con una sonrisa ya que traía sus auriculares puestos.

—No hay problema, eso luce bien —comentó llevando el tenedor hacia su plato de frutas.

—Me haces sentir mal —dije imitando voz de niña.

—¿Por qué? —rió observándome.

—Porque siempre comes sano y yo ando con porquerías —respondí señalando mi comida.

—No creas que vivo a base de fruta, ojalá pudieras ver los estantes repletos de gomitas, chocolates, frituras y galletitas —habló enumerando con sus dedos—. Esto es solo una pausa, no voy a negarte que a veces termino la fruta y como chocolate.

—Excelente opción —reí comenzando a comer, sabía excelente—. ¿Cómo va tu proceso de escritura? ¿Algo prometedor? —inquirí recordando que ayer pasó casi toda la tarde escribiendo en su cuaderno.

—Es terrible —comenzó y abrí mis ojos ante la sorpresa—, muchas cosas sueltas, tachadas, flechas... Necesito a la banda —finalizó llevando otro trozo de fruta a la boca.

—No creo que sea tan malo, dijiste que estabas escribiendo con una sonrisa en el rostro —comencé llevando la cuchara con comida a mi boca—. ¿Por qué no comienzas a probar con melodías y luego grabas un demo?

—No puedo solo, los chicos siempre revisan la letra antes de grabar y no me siento seguro de eso —respondió tomando la lata de gaseosa entre sus manos.

—Yo las revisaré por ti —Me ofrecí elevando los hombros—. Si quieres, obviamente —añadí intentando disimular lo rápida que había salido la propuesta de mis labios.

—Eso me gustaría —respondió con una sonrisa—. Quiero saber qué opina la poeta de mis letras.

—Si son similares a la serenata del balcón, considéralas un éxito —dije bebiendo de mi vaso de agua, carraspeando varias veces—. Pero debes comenzar a jugar con la música —finalicé con un hilo de voz.

—¿Todo en orden? —preguntó a la vez que comenzaba a toser con más fuerza que antes y negaba con la cabeza.

—Fletcher... —llamé cubriendo mis labios ante la tos que no cesaba.

—Alina, ¿qué ocurre? —dijo nuevamente colocándose de pie junto a la baranda del balcón—. ¡Alina! —gritó a la vez que mi vecina de al lado se inclinaba hacia mi apartamento con los ojos abiertos de par en par.

—Alina, ¿puedes respirar? —preguntó Jessica con su celular en mano.

—No —chillé negando con la cabeza repetidamente, intentando llevar el vaso de agua a mis labios para beber y frenar la tos, esperando que la compresión en mi garganta se detuviera.

—Llamaré una ambulancia —indicó llevando el teléfono a su oreja en lo que me colocaba de pie para ir por más agua.

—¡Quédate sentada hasta que contesten! —señaló apuntándome con el dedo índice—. ¿Hola? Sí, necesito una ambulancia con urgencia, mi compañera no puede respirar, creo que tiene una reacción alérgica —habló rápidamente—. Aguarde —pidió regresándose a mí—, ¿tienes epinefrina inyectable? —preguntó y negué con la cabeza, limpiándome las lágrimas del rostro ante la tos incesable—. No, no tiene —respondió llevando la uña del dedo pulgar entre sus dientes.

Amor en tiempos de cuarentenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora