Día 15: lecciones de guitarra

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Desperté sobre algo mullido, suave y cálido. Al cabo de unos segundos, sentí mis dedos moverse sobre mi mejilla y me obligué a abrir los ojos de alguna manera. Cuando pude divisar los dibujos en mi almohada y mi vista fue más clara, me di cuenta que estaba dormida sobre el pecho de Fletcher, quien aún yacía casi inconsciente en el colchón.
Con extremo cuidado, me fui deslizando hacia el lado izquierdo, intentando salir de la cama sin que se despertara, lucía bastante tranquilo y relajado.
Al cabo de unos minutos estaba en el sillón con una taza de té y Oliver recostado en mis piernas mientras intentaba prestar atención a la película y su cola seguía cubriéndome el televisor.

—Ya, ¿quieres jugar? —siseé dejando la taza en el suelo a la vez que me quitaba las pantuflas y deslizaba mis uñas a lo largo del sillón, generando un ruidito que Oliver adoraba aunque siempre terminaba con sus garras en mis manos.

Estábamos en plena partida de caza cuando la risa de Fletcher me hizo saltar del susto. Oliver y yo volteamos en su dirección y estaba recostado sobre una pared de brazos cruzados, echándonos un vistazo a los dos.

—Lamento si te desperté —dije levantándome del suelo para colocarme nuevamente las pantuflas y tomar la taza que estaba en el suelo.

—No, no me despertaste —habló pasando una mano por su cabello alborotado—, estaba sintiendo frío.

—¿Frío? Pero sin eres una estufa andante —bromeé aunque decía la verdad, lo oí reír también hasta que me di cuenta a lo que se refería y regresé la vista hacia Oliver, que se acercó a sus pies para pasar entre ellos, pidiendo que jugara con él.

***
—¿En algún momento la usarás? —pregunté bajando el libro que estaba leyendo en lo que apuntaba en dirección a la guitarra y él cerraba el cuaderno en el que estaba escribiendo.

—Puede ser —respondió acomodándose en el sillón. Emitió un gemido algo confuso antes de levantarse en dirección al estuche de la guitarra para abrirlo y regresar a mi lado con el instrumento en mano. Deslizó sus dedos sobre las cuerdas antes de dejar abierto el cuaderno en una página específica en la que mantuvo sus ojos fijos la mayor parte del tiempo, leyendo sus notas.

La melodía era lenta, pero de esas canciones que son ideales para escuchar mientras el sol se pone y el ruido de la calle comienza a apagarse al igual que el de nuestras mentes. Su voz sonaba excelente en compañía de este ritmo, mejor que el estilo de la banda. La letra me hacía reír de a momentos porque refería a los chistes que hacíamos de balcón a balcón o las conversaciones extrañas durante las video llamadas, pero me encantaba. Cuando comenzó a mezclarse las palabras y algunas cuerdas, deslizó los dedos a lo largo del puente de la guitarra antes de dejarla nuevamente en su regazo y volverse a mí.

—¿Qué te pareció? —inquirió soltando un suspiro cargado de esperanza.

—Es hermosa —respondí asintiendo, escondiendo mis manos entre mis piernas cruzadas—, comprendí algunas de tus indirectas por ahí —reí ladeando la cabeza en lo que él soltaba una risilla tierna y dejaba el instrumento en el suelo y mis ojos lo seguían—. Diré algo que probablemente no te agrade, pero se nota que la guitarra no es tu instrumento —comenté sonriendo de lado en lo que me movía de lado a lado ante lo nervios.

—No es nada molesto, es un hecho —sonrió recostándose sobre el sillón—. La guitarra no me da la misma satisfacción que la batería, no puedo golpearla —dijo e inmediatamente se irguió—. No digo que sea divertido golpear cosas, sino que es diferente —comenzó atropellándose con las palabras a la vez que sus ojos se abrían más de lo normal.

—Hey, te comprendo —lo calmé llevando una mano a su rodilla antes de tomar la guitarra y dirigirme en dirección al estuche para guardarla—. ¡Qué suave! —susurré pasando la mano por el interior de felpa negra.

Amor en tiempos de cuarentenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora