Día 21: Alina

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Fletcher

Llevaba unos días con la misma rutina. Despertaba, tomaba un café horrible, comía algo para no perder el azúcar en la sangre y me dirigía al estudio para golpetear una y otra vez la batería como calentamiento, descargando energía acumulada... o, más bien, palabras atragantadas. Ni siquiera sé para qué regresé aquí. No sé por qué me fui de su apartamento. ¿Por qué lo hice? Sentí que era lo correcto porque, uno, me había instalado en su apartamento sin previo aviso. Dos, no nos conocemos hace mucho y tres, sentí que estaba presionándola. ¿No nos conocemos hace mucho? Qué mierda, nos habíamos besado y acurrucado sin pensarlo dos veces.

Recuerdo el día que la vi en su balcón enojada y le pedí que cambiara la cara. Ninguno se había visto y eso que llevábamos varios años viviendo en nuestros apartamentos. Sigo sorprendido de mí mismo aquel día que la invité a cenar hicimos que era una cita. ¿De dónde había salido la fuerza para invitar a una mujer de esa manera? Tampoco se me había ocurrido usar un método más moderno para pedir su número de teléfono en lugar de escribirlo en un papel y colocarlo contra el vidrio, es decir, la tecnología de hoy en día nos permite comunicar de distintas maneras, pero bueno, fue lo primero que pasó por mi mente.

Creo que conocerla había despertado mi obsesión por el color rojo oscuro o "bordeaux", como ella le decía con acento francés. Tampoco recuerdo alguien que se preocupara tanto por mí, ni siquiera mis compañeros de banda.
El día que había salido al balcón con aquella bandita blanca en el brazo, el terror en sus ojos fue un tipo de reacción que jamás había visto antes, y menos hacia mí. No me había dado cuenta, lo hice sin pensar ya que estaba acostumbrado a eso, pero me olvide de todo cuando se burló de mí por ser asmático y tocar la batería. Además, mi mamá siempre se había reído de eso, convenciéndome varias veces que consiguiera una guitarra o un bajo, pero simplemente no era lo mismo.

Oh, otro evento, salí al balcón a cantar en frente de todo el vecindario. Ni siquiera había pensado en ello aunque saliera a tocar la batería frente a miles de personas cada noche durante meses. Fue algo muy raro que definitivamente volvería hacer, ¿o no? Esa canción, ¿por qué había cantado esa canción? Llevamos solamente un par de días conociéndonos y de la nada había escrito la mayor obra maestra de toda mi carrera...A nivel personal.

Una semana. Una maldita semana y ya estaba a sus pies. Nunca me había enamorado tan rápido, ni siquiera de la batería ni de ninguna otra cosa. Creía que no podía ser más oportuno, a ver, amor en medio de una cuarentena, encerrados en nuestros apartamentos, sin poder salir... excelente. Fue también tonto de mi parte pensar que solamente sería una semana o 15 días, pero bueno ya hemos esperado casi tres años para conocernos y creo que este era el momento.

Mi mente estaba concentrada en la mañana que Lina apareció con el cabello teñido de rojo como el mío, bueno, solamente los extremos. Creo que conocí más de ella en una semana que a mis amigos en años. Alina, Alina.
Me sentía un pervertido observándola desde mi balcón pero no pueden culparme, tiene un cuerpo para el infarto. Sus piernas son largas y similares a las de una modelo, hasta cuando camina parece hacerlo sobre una pasarela, de una manera tan elegante y... sofisticada. Desde la lejanía podía apreciar lo largas que eran sus uñas en comparación con las mías, es decir, hacían que sus manos fueran tan delicadas y bonitas, que me parecía irreal haber sido tocado por ellas. Ni hablemos de sus ojos, maldita sea, se centraron en mí. Aquellos enormes ojos café me habían observado, escrutado y hasta negado; tan solo dos gemas oscuras que cargaban el mundo en ellas, viéndolo todo de una manera tan especial y cargada de sentimiento. Finalmente, aquellos labios que esbozaban sonrisas tiernas, de esas que te derriten y te roban una a ti también, eran el paraíso escondido de Lina. Esbozaban sonrisas, transmitían palabras y besaban de una manera tan romántica que es imposible estar satisfecho con un beso. Siento mucha envidia por aquellos que tuvieron una probada del paraíso porque, claramente, no supieron disfrutarlo mientras lo tenían. Y yo daría todo por poder transportarme allí una vez más, aunque el impedimento no es causado por nadie más que yo.

—¡Mierda! —siseé cuando la punta de mi baqueta se partió y voló por algún lado del estudio.

Desde que Alina me había enviado uno de sus poemas, algo en mi cabeza había desarrollado una necesidad de describir todo lo que pensaba. Ya no era una simple conversación con la voz dentro de mi cerebro, sino que intentaba ver más allá de cada cosa que hacía, cada gesto, cada elemento y su color y la sensación que me transmitía. La batería había cesado de marcar cada uno de mis movimientos, ahora eran las palabras las que me movían y, por alguna razón, sentía que necesitaba oír más de su voz para continuar.

Lina había sido un disparador. Nunca escribía más del diez por ciento de nuestras canciones, pero ahora estaba hecho una máquina de escribir. Las ideas seguían llegando en forma de frases, rimas o en conversaciones extrañas. Jamás había tocado un libro en mi maldita vida y, de repente, tenía entre mis manos suficiente material para crear uno.

—Es una mujer, es una mujer —me repetí en lo que tomaba un nuevo par de baquetas de un cajón y regresaba a la batería para dejarme caer en el banquillo de mala manera.

La regla era simple: no controlo a las mujeres y ellas no me controlan a mí. Bueno, es algo lógico, pero algunas con las que había salido tendían a querer controlarme y cambiar mi forma de ser, y hasta lograban hacerme sentir mal por ello, cuando decía no. No quería que me dijeran que hacer como mi mamá lo haría. Pero sí quiero que ella lo haga. De hecho, ya lo está haciendo. Sin siquiera saberlo.

Llevé mi pie al bombo y golpeé varias veces antes de acomodarme, pero me detuve en seco. Fruncí el ceño y repetí la acción varias veces de manera desenfrenada, sin un ritmo marcado, hasta que lo encontré. Primero un golpe, luego dos. Sonaba bien, pero no era lo que buscaba. Comencé a bajar la velocidad aún más, hasta que di un golpe cada un segundo. Ahí estaba. Ese era el sonido que quería oír, pero no podía asimilar dónde lo había escuchado antes. Aquel ritmo pausado, natural y calmo que producía el corazón. Su corazón.

Tomé mi computadora y grabé unos segundos del sonido para reproducirlo constantemente antes de sentarme frente al teclado y posicionar mis dedos sobre las teclas, sin saber por dónde comenzar. Observé la partitura frente a mí e ignoré las notas tachadas debajo de la letra para comenzar a tararear sobre las notas hasta que logré encontrar una melodía acorde con la letra que había escrito el otro día por la madrugada.

—Es demasiado —murmuré alejando mis dedos del teclado para detener la grabación y jalar mi cabello hacia atrás. La letra era demasiado, al menos para una canción. Podía dividirla en dos partes, así contaría una parte de la historia y luego otra, sino quedaría una pieza de casi seis minutos. De acuerdo, eso haría, pero ahora necesito un descanso y algo dulce.

Caminé hacia la cocina con paso rápido a la vez que mi cabeza maquinaba maneras de marcar el ritmo para la canción. Coloqué el café que no tenía sabor a nada a menos que le pusiera como cuatro cucharadas de azúcar en el lugar correspondiente y cerré la tapa. Estaba a punto de encender la cafetera horrenda que había comprado, cuando escuché tres golpes en la puerta. Volteé de mala gana dejando ir un suspiro pesado, cerrando los ojos con fuerza a modo de preparación antes de tener que oír la voz irritante de la vecina de al lado, quien no tenía nada más que hacer y venía día por medio a quejarse de mis ruidos aunque no hiciera nada. Era injusto, su perro rata ladraba a cualquier hora y nadie decía nada.

Quité la cadena de seguridad, jalé del picaporte hacia abajo y abrí la puerta de par en par aún con los ojos cerrados, di un suspiro pesado y abrí la boca para dejar ir mi peor tono de voz, pero mis ojos se encontraron con otra persona y la sorpresa me azotó mi cuerpo como si hubiera visto un fantasma.

—Lina.

Amor en tiempos de cuarentenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora