Día 3

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Tengo un hambre atroz.

Es un nuevo síntoma de mi recuperación, asumo. Hasta ahora no le he hecho demasiado caso a las bolas de arroz que me ha preparado Pay, ni a ese extraño té medicinal. He dejado las bandejas de comida a medio acabar, pero hoy, HOY, sentía deseos de comer de verdad.

Oh, diosas, me comería un jugoso muslo de avestruz asado con salsa de ciruelas y frutos del bosque, como lo preparaban en el castillo. O una lubina asada con sus patatas, redondas y doradas. Me comería un salteado de setas con arroz y verduras, pan crujiente, y pastel de nata y fresas.

El primer día sólo bebí un té extraño y terminé vomitando todo. Vomité el té y todo lo que había dentro de mí, toda suerte de líquidos y viscosidades más asquerosas que un chu-chu en estado de descomposición. Sospecho que Pay trató de hacerme alguna limpieza de estómago adrede, mi mente también va despertando y he recordado que cuando era niña, Prunia a veces insistía en hacerme ese tipo de "curas". Al diablo con las curas sheikah.

Pero las sorpresas del día van mucho más allá del regreso de mi apetito a secas (iba a escribir "apetito saludable", pero no sé si tener tanta hambre repentina es en realidad saludable). Narraré dichos eventos a continuación.

Pay habla un poco más. Hoy me ha despertado diciendo que hará un bonito día de sol, y que después de la lluvia del día anterior, el aire es fresco en la aldea. Veintiuna palabras seguidas, todo un récord.

Durante la mañana he sido capaz de ayudarla a cambiar mi ropa de cama, y a retirar todos los utensilios que utilizó el día anterior para mi baño. Luego se ha empeñado en ayudarme a cepillar el pelo. Cada vez pienso más que es un sinsentido tener un pelo tan largo... algo se me ocurrirá para acabar con el problema.

A la hora de almorzar, el olor del estofado que Pay me traía, me ha hecho saltar de la cama.

"Diosas, es lo más delicioso que he probado en mi vida"

Pay está revoloteando en la habitación mientras yo como, me ha lavado la túnica y la deja con cuidado sobre un baúl que contiene más ropa de cama y toallas. No sabe que no tengo la más mínima intención de volver a usarla, pero sería una falta de respeto hacia su trabajo decírselo.

"Me alegra que te guste", musita, mientras sigue ordenando y yo devoro el estofado, el pan y todo lo que hay en la bandeja.

"¿Qué lleva? Lleva carne de caza, zanahorias, setas... ¿qué más? Hay algo más que no sé lo que será... Nunca había probado algo tan bueno."

"No sé qué lleva."

"¿Qué?", suelto la cuchara, trago lo que tenía en la boca y miro a Pay, "¿cómo no vas a saber lo que lleva?"

"Todo lo que hace está bueno. Oh, está más que bueno, está delicioso. Su comida es especial y ésta la ha preparado con empeño para ti. Dice que te hará más fuerte. Pero... no sé lo que lleva."

Llegados a este punto, Pay está roja como un tomate y no puede ni mirarme a la cara. No entiendo nada.

"¿Quién ha cocinado esto? ¿Ha sido tu abuela? Dile que muchas gracias de mi parte, de verdad."

"La abuela dice que hoy quiere verte. ¿Crees que podrás bajar las escaleras?"

"Puedo bajar las escaleras."

La idea de dejar mis cuatro paredes me entusiasma y asusta a la vez. Mis cuatro paredes son seguras, no hacen preguntas, no esperan nada de mí.

Apoyada en el brazo de Pay, bajo las escaleras poco a poco. Las piernas me tiemblan, pero están más fuertes que nunca, hay una clara mejoría. A mitad del trayecto me siento paralizada. Y no es por mis piernas. Es miedo. Oh, mi gran amigo y compañero durante estos cien años.

FracturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora