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La mañana después del desayuno Mario se estaba alistado para salir. Tenía una reunión con proveedores de la capital. Los días que había pasado ahí, Felipe sabía que mario era un hombre que se ponía de pie antes que todos para prepararse y más con su presencia. Ya que en todo ese tiempo no se habían cruzado más que durante la comida y antes de dormir.

Por eso a Felipe se le hizo fácil abrir la puerta del cuarto de baño sin llamar antes.

—Uy, perdona... —dijo Felipe al ver a su primo solo con una toalla liada a la cintura sujetando su perfume.

—No. Yo... ya estaba terminado aquí —notando que Felipe no dejaría pasar el hecho de haberlo pillado con su perfume —. Huele bien... tu perfume.

—Gracias. Es mi favorito —dijo al recibirlo de las manos tibias de Mario, quien deseó que roce hubiera durado un poco más para poder sentir mejor su piel. Pero sólo dijo:

—Debe valer mucho.

—Sí, pero aún así ven —sujetando su mano para rociarle un poco de perfume en su cuello —, que un chico que no usa el perfume adecuado no tiene futuro. Además —insistió mirando la cara sorprendida de Mario —, esto te va a sumar puntos con las chicas con las que te encuentras hoy —rociando un poco de perfume por sus muñecas y metiéndolo de nuevo en su neceser blanco, con las letras CD doradas llenas de purpurina en medio.

Mario se quedó ahí parado, olfateando aquel olor que su primo había dejado impregnado en su piel y que sentía cómo recorría su cuello hasta llegar a su pecho. Se vistió en la habitación vacía, dándole vueltas a ese encuentro. Por un momento maldijo al pensar que no había sido él quien lo pillase después del baño.

De pronto la curiosidad de saber cómo se sentiría su cuerpo se apoderó de él. Quiso conocer cada forma del cuerpo de Felipe. Recorrerlo con sus manos. Pero una sensación en su entrepierna lo hizo caer en la realidad y se sintió mucho más avergonzado de que eso le provocara un chico.

Para las dos de la tarde el coche había aparcado y Mario entró corriendo a la caballeriza, había prometido levantar la paja con su hermano.

—Perdona, la reunión se ha alargado... —deteniéndose al ver una particular estampa: Felipe estaba con Andrés, su hermano mayor, bajando los fardos de la camioneta familiar. A pesar de parecer un debilucho podía cargarlos sin problema alguno y ponerlos en su sitio y se debía a los brazos tonificados que ocultaban sus jerseyes y que eran visibles por la playera de tirantes negra que usaba.

—¡Por fin! —dijo Andrés al ver a su hermano ahí parado a medio vestir —, que bueno que estaba Felipe para ayudarme.

Felipe miró a su primo ahí parado sin decir nada. Había comenzado a notar que su presencia le ponía mal. Pero Mario le veía maravillado, no era un niño mimado como había creído y ahora le resultaba cautivador por más de un aspecto.

—Pues esto ya está —dijo Andrés rompiendo con ese momento incómodo.

—Justo a tiempo —señaló Felipe con alegría al ver a sus primos pequeños que iban corriendo con una cesta y un colorido cometa —¿Nos acompañáis? —bajando de la camioneta hábilmente.

—Todavía tengo que revisar a las gallinas antes de guardarlas —se excusó Andrés dejándolo con Mario.

—¿Por qué no vienes? —le preguntó a Mario —, haremos un picnic, con emparedados ingleses y un poco de té y ellos me van a enseñar a volar la cometa.

—¿No sabes volar un cometa? —acercándose un poco más para ver si seguía oliendo a perfume, pero sólo sintió un leve olor a sudor perfumado.

Glowing in the darkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora