Aún no sabía cómo sentirse. Pablo había perdido su casa, casi toda su ropa tras su divorcio con la mujer con quien había tenido un hijo y pasado juntos desde los veinte años en que se habían conocido y ahora veinticuatro años después, era copiloto de su coche, lo único que ella no le pudo quitar y que conducía su hijo Fran. Ambos se dirigían a la casa que compartía con su amigo de universidad Albert.
Le había ofrecido quedarse ahí por el simple hecho de que la casa podía permitirlo. Y porque eran grandes amigos desde que se habían conocido.
Fran sintió un tremendo alivio escuchar que se divorciaban. Los había visto pelear desde que te tenía quince años que no veía el momento de salir de ahí. Ahora tendría a su padre por un tiempo no definido viviendo bajo un mismo techo.
—Papá, ya estamos aquí —anunció Fran apagando el coche y viendo cómo su padre despertaba poco a poco. Envidiaba esa facilidad para quedarse dormido.
—¿Es aquí? —viendo la calle. Era una calle larga, con varias casas de la misma altura y casi de la misma arquitectura. —¿Estás seguro que no hay problema? —analizando la casa frente a la que habían aparcado.
—Que no. Te lo he dicho ya cientos de veces —respondió el chico con cierta burla. Pero su padre sólo quería estar seguro de que su divorcio no afectaría de más a su hijo.
—¿Es casa de tu amigo? —ayudándolo a bajar sus cosas.
—De sus padres. Solían vivir aquí pero —aclaró bajando las maletas con todo lo que se pudo llevar su padre de casa —, prefirieron la vida bucólica pastoril de Segovia.
—Ya. ¿Y no pagas alquiler? —acomodando su ropa, que no eran más que vaqueros, un polo negro a juego con un abrigo en tartán y deportivas blancas.
—No —cerrando el coche, parecía que él estaba mejor que su padre —, me hago cargo de la compra y otras cosas. Él odia tocar ese tema así que te pido que aceptes este favor sin más, ¿vale?
Su padre miraba el barrio. Parecía agradable.
—¿Seguro que estás bien, papá?
—Sí. Sí, y prometo no mencionar el tema del dinero —volviendo a la realidad, viendo que incluso había carecido de un buen lugar donde vivir.
—Vale.
La casa por fuera parecía bastante normal, pero por dentro cada detalle exudaba modernidad; pareces blancas con cuadros colgados, muebles con siluetas orgánicas, mesas de metal que contrastaban con la madera de algunos muebles y las texturas de los sofás y lo más curioso: flores. Flores frescas en una cantidad de jarros de diferentes tamaños y formas. Detalles como paredes tapizadas con estampados divertidos rompían con lo monocromático del blanco.
En una pequeña esquina cerca de la puerta, un pequeño recibidor aparecía sin pretensión alguna. Un colgador para los abrigos, una otomana para sentarse, debajo de ella un lugar para los zapatos y como si se tratase de cualquier cosa, un par de ramas largas la flanqueaban.
—Aquí hay que quitarse los zapatos, te he comprado unas zapatillas para andar por casa...
—¿Es un obsesionado con la limpieza? —sacándose los zapatos y tomando las zapatillas acolchadas en azul que le dio su hijo.
—Le gusta ese punto de comodidad e informalidad dentro de su casa —sacándose la cazadora y dejándola en la otomana que estaba cerca de la puerta principal.
—¡Ya estáis aquí! Permitidme que os ayude... —anunció Albert con su acostumbrado entusiasmo.
Se presentó con vaqueros negros, que alargaban sus piernas, una americana remangada sobre una playera a rayas marineras; con un desastre de cabello rubio rojizo, una composición de ondas que iban en cualquier sentido pero que al mismo tiempo parecía que se había esforzado para tener aquel resultado desordenado.
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Glowing in the dark
Cerita PendekMuchos imaginan que el amor es esa chispa que llena de felicidad y alegría su vida. Pero también puede ser aquello que ponga todo del revés. Puede surgir en el momento menos indicado, con la persona incorrecta. Pero aún así florece; de una forma pa...