Capítulo 8. ESPERA Y LLEGADA

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Al final eligieron pasar su luna de miel separados, Izumi y Ryoma viajaron a donde nadie los pudiera encontrar para vivir sus embarazos a plenitud, sin temores y quedar sin culpas.

Era difícil, Ryoma sentía, en el fondo de sí, que lo que estaba haciendo no era lo correcto, pero temía mucho más lo que pudiese ocurrir si debiera enfrentarse día a día con lo que no lograba aceptar de sí mismo.

Ni siquiera era por los demás. Él siempre había estado al margen de tonterías como las opiniones de los otros; estaba consciente de que su peor juez era él mismo, estaba seguro de que no sabría vivir con eso y no quería terminar odiando injustificadamente a su bebé, prefería odiarse a sí mismo por cobarde.

Izumi lo entendía bien, él mejor que nadie sabía de ese lado inseguro de su amado, por eso se había ofrecido a apoyarlo con todo, y a amarlo el doble de lo que lo amó siempre, para que su estima no sufriera todos los daños que su autorrechazo le estaba propinando.

En su luna de miel, en el rincón más recóndito de la tierra, las cosas eran una paz tremenda, y había solo buenos y gratos recuerdos, algunos después de un par de sustos, claro; ambos eran nuevos en lo que vivían, así que la inseguridad era la mejor compañera de su tranquilidad.

María les visitaba a menudo, y les daba asistencia telefónica y vía mail todo el tiempo. Era su placer culposo lo que ese par estaban compartiendo, así que atestiguarlo y darles calma era su responsabilidad.

Pero, aún en la tranquilidad, Ryoma a veces se perdía en sus pensamientos, que de pronto le torturaban con la culpa, pero a los que Izumi sabía pararle los pies.

Le tomaría tiempo al de cabello azulado, pero el rubio estaba seguro de que aprendería a vivir con ello, porque mucha de la inseguridad que cargaba era a causa de sus hormonas, de las de ambos que el mayor padecía.

—¿Puedo deshacerme de la cicatriz de la cesárea pronto? —preguntó una vez Ryoma a María.

—Pues depende mucho de lo que consideres "pronto" —respondió María divertida. La actitud temerosa y esquiva de ese hombre le hacía mucho bien a su corazón—. Pero estoy segura de que no sería tan pronto como quisieras.

—¿No hay manera de que no quede cicatriz? —cuestionó entonces Ryoma.

Ya las estrías que no había logrado no se le hicieran, y tampoco lograba que se le borraran, eran un gran problema, tener que mostrar una cicatriz sería terrible.

—Puedes tener un parto natural —dijo María—, pero eso nos complicaría empatarlo con la fecha de nacimiento de tu otro hijo.

Ryoma se mordió los labios mientras presionaba con fuerza medida la mano de su amado.

» Ryoma san —habló la mujer con compasión—, haremos una incisión horizontal, son más discretas porque están en un área difícilmente visible, pero trataremos de que sea tan pequeña como se pueda. Izumi puede tener una igual, si quiere.

—No —dijo Izumi—, yo la quiero tan grande que no se nos olvide jamás que por ahí ellos llegaron este mundo.

Ryoma vio con asombro la valentía y orgullo que desearía tener, y María sonrió ante la ocurrencia de ese joven rubio que no lograba despertarle mucha ternura, que despertaba en ella tremenda admiración.

—Entiendo —dijo María sonriendo—, cualquier cosa pueden llamarme, luego de la semana treinta y cinco algunas cosas se ponen raras.

Eso dijo la mujer, sin esperar que un par de semanas después, cuando Izumi ajustaba la semana treinta y siete, las cosas se pusiera peliagudas.

MILAGROS DE AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora