Ned

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De los tres adolescentes, Edward parecía ser el más afectado por la guerra pero también el que mejor se tomaba la situación. Cuando Peter lo abandonó a orillas del lago, no tardó en ponerse de pie para regresar a casa.

Ned era un muchacho regordete de piel morena y el cabello le cubría hasta la altura de los ojos. Le costaba caminar y correr era todo un suplicio, pero lo intentaba. Deseaba estar fuera de casa el mayor tiempo posible para no tener que lidiar con su madre y su abuela a la que todos en el pueblo llamaban "loca".

En sus buenos años, la matriarca de la familia Leeds había sido toda una rebelde militar y junto a su abuelo habían construido un búnker lleno de provisiones para sobrevivir. Pero cuando fueron traicionados y encarcelados, el abuelo desapareció de la faz de la tierra y su abuela, tal cual como la conocía, había muerto con él.

Ahora era una viejecilla débil que hablaba incoherencias y apenas podía tragar por su cuenta.

—¡Regresé! —gritó un agitado Ned, sintiendo las gotas de sudor deslizarse por su frente y cuello. Se secó con su propia camiseta y caminó directo hasta su habitación.

—¡Ned, por fin estás aquí! —interrumpió su madre. Se le veía visiblemente cansada y atareada, con el delantal mojado y el cabello despeinado y húmedo por el sudor del esfuerzo. —Sal de tu habitación y ven a alimentar a tu abuela. ¡Se va a morir de hambre!

—¡Pero má...!

—¡Nada de peros, Edward! Es lo único que te pido y ni siquiera eso puedes hacer. ¿Qué voy a hacer contigo? Debiste ir a la guerra como tu padre y tus hermanos.

Ned escuchó el balbuceo de siempre mientras salía de su habitación —que realmente solo era un pequeño espacio dividido por una cortina vieja—, y buscaba la comida de su abuela. Una papilla de verduras pasadas que parecía encantarle.

—Ven abuela, vamos a comer. ¿Tienes hambre? —Su nieto se acercó hasta donde se encontraba, en la sala junto a una ventana. El sofá era lo único que quedaba de su esposo y allí dormía y comía religiosamente. Ni siquiera les permitía lavarlo.

Ned observó su rostro viejo y arrugado. Su mirada estaba siempre perdida y sus manos siempre estaban estáticas. Lo único que funcionaba a cabalidad era su boca y todo lo que Ned tenía que hacer era acercar la cuchara para que ella comiera.

—Debes tener cuidado, Ned. —balbuceó la anciana luego de tragar. —Ellos ya vienen. Debes estar preparado.

—¿Quienes vienen, abuela? —respondió entre risas. Por supuesto que no se tomaba en serio nada de lo que decía. Hablaba de secuestros, torturas y hombres malvados en bata blanca que la ataban y maltrataban hasta que se cansaban. Su madre decía que eran los delirios de la guerra y su manera de lidiar con la muerte de su esposo, pero Ned solo creía que era la vejez haciendo de las suyas. —¿Los hombres en bata blanca?

—¡Sh! No digas sus nombres... Ellos siempre te escuchan Ned... A ti y a todos nosotros.

Esas últimas palabras fueron dichas con tal misterio y terror que Edward sintió como un escalofrío recorría desde su nuca hasta su espalda. Se estremeció y los ojos oscuros y vacíos de su abuela le miraron fijamente, solo para sonreír segundos después, exigiendo una cucharada más de papilla.

«Serenity Now» [ AU | PeterMJ ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora