Untitled part

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Todos alguna vez hemos soñado, da igual que fuera, siempre somos algo que nos gustaría ser, pero que escapa a nuestro entendimiento. En los sueños no hay normas, ni reglas ni limites, solo paz.

Y algo estaba claro, yo quería soñar.

Notaba como mi pecho ardía, pero después del dolor, era calma, un susurro, una voz, que me decía que no me rindiera, tenía que seguir viviendo, pero, yo no quería vivir, si así lo decidió el mundo... ¿porque seguir vivo? ¿vivo por los demás o por mí? ¿soy egoísta pensado de esa forma? Entonces viviría, y seguiría soñando, por los demás, y por mí.

Los elementales eran seres fantásticos y preciosos, con poderes inimaginables, seres que escapan a la mentalidad de cualquier mortal, los cuatro maestros de estas artes defendían y protegían el mundo de las artes oscuras que acechaban en las sombras. Hielo, fuego, vida y muerte, cuatro puntos cardinales en una rosa de vientos que equilibraban el mundo y quienes habitaban en él. Cada uno podía destruirse o incluso entre unos y otros, cada uno complementaba al otro, eran su propio alter ego.

La oscuridad invadía todo, lo que rodeaba la luz estaba completamente oscurecida y llena de desesperación, fue el momento en el que los elementales se levantaron, desplegaron sus alas, su luz y arrojaron un ápice de esperanza.

Estaba claro que es lo que debían hacer, su mundo se desvanecía, se destruía por momentos, y eso no podía, no debía ser así, si ese mundo se destruía delante de los ojos de los inocentes que no volverían a ver la luz del sol si eso seguía así.

Ellos se desvanecían sin poder hacer nada. El caos era completo y absoluto, ya no había nada que hacer, era el momento en el que las miradas cómplices de los elementales pensaron los mismo, silencio, desesperación...de ahora en adelante serían otros los que se ocuparían de no sucumbir ante la oscuridad. Pero en ese momento, algo se quebró.

Entreabrí los ojos, la luz cegadora de mi ventana, era un nuevo día. Levantarse, vestirse. Ojalá quedarse todo el día tumbado sin hacer nada, a veces no tenía ninguna gana de levantarme, pero que opción.

Otro día normal, ir a clase poco a poco, pensando en la nada, a la vez en todo, a veces la soledad era mi única compañía. No siempre era soledad lo que estaba a mi lado, los buenos amigos siempre me acompañaban, al igual que ese chico que siempre me sacaba una sonrisa, por muy nublado que estuviera el mundo, a su lado una luz cálida abrazaba mi cuerpo.

Cada día nos juntábamos los cuatro de siempre, entre nosotros solo había tranquilidad, el resto de personas que irrumpían en nuestra área de confort, solo eran estorbos sin sentido, personas por las que no valía la pena perder ni un segundo. Ir, venir, dormir, y volver a despertarse cada mañana pera la misma y simple rutina de siempre.

Mi máxima tranquilidad venía cuando al fin nos quedábamos los cuatro juntos sin que nadie ni nada molestara. Nos encantaba ir a un descampado lejos de todo, un maizal enorme donde el único sonido que se alcanzaba a escuchar era el viento y nuestras risas y palabras perdidas en él.

Pero esa paz y tranquilidad no duró mucho aquel día...un cielo oscuro, una luz cegadora, y un viento que podía mover horizontes cayó en el maizal dejándonos atónitos.

Buscamos los cuatro entre ramas y plantas cada uno por su lado el lugar de donde podría haber provenido ese estruendo, pero nada, no había absolutamente nada ni nadie. Antes de volver, decidí inspeccionar la zona, no era normal que una tormenta se hubiera echado encima y que momentos después ya no hubiera nada, de nuevo tranquilidad.

Pero para mi sorpresa no había nada en el lugar, comenzamos a caminar paralelamente los cuatro juntos sin decir ni una palabra. Volví a hundirme en mis pensamientos casi por intuición, y no me di cuenta de lo que en mi camino se ponía que acabé tropezando con una piedra, antes de que mi cabeza tocara el suelo, él me agarro del brazo, mirándome con extrañeza.

ELEMENTALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora