21.Danza de sangre a la luz de la Luna

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Pasaron muchos años desde aquello...en cuanto volvimos no quedaba nada ni nadie. El lugar donde mis compañeros entrenaron tanto durante varias semanas hasta que Fénix y yo volvimos quedo arrasado y sepultado en llamas.

Cada vez que iba allí a buscar cualquier pista o simplemente a pasar el rato, me daba la sensación de que las llamas extinguidas bailaban para mostrarme los sucesos de aquella acalorada noche. Lo único que pude encontrar en mis viajes fue la carta quemada que dejó Spirit y escamas muertas de Soul. Me daba miedo pensar que es lo que les hubiera podido pasar, los ecos del pasado me provocaban pesadillas, tan desagradables que incluso llegaba a sudar del miedo. Pero no miedo a mis pesadillas, si no miedo a lo inexplorado, miedo a que mis compañeros hubieran caído en la tentación de rendirse debido a que no podían hacer nada.

Después de ese día, no volví a sentir su presencia, la de ninguno de los tres, siquiera la de Soul.

A partir de ese día, yo y mi hermano decidimos ir a por ellos, pero fue la peor idea que pudimos tener. No se cuantos eran, quizá millones, pero seres de toda clase y complexión se dirigían hacia una gran construcción semejante a un observatorio con grandes materiales encima o destruyendo todo a su paso, Spirit había provocado el caos en poco tiempo.

Aunque lo intentamos, aun nos sentíamos débiles y magullados, y más aún cuando nuestro guardián había muerto. A partir de ese momento, todo se baso en pequeñas trifulcas intentando debilitar a Spirit, pero nada servía, éramos muy débiles en comparación con todo lo que el había conseguido. Si seguíamos así, solo conseguiríamos exponernos y que consiguiera lo que realmente quería.

En ese momento ambos comenzamos un largo e interminable camino hacia ninguna parte. Buscábamos aldeas ocultas para ofrecerles nuestra ayuda e ir consiguiendo confianza. Al principio fue muy difícil, nadie se fiaba de nosotros, algunos seguían pensando que el hecho de que se convirtieran en demonios era cosa de Fénix.

Pero después de muchos meses dando vueltas, conseguimos comenzar a recibir el respeto que a un elemental le correspondía. Fue un gran esfuerzo, más de lo que esperamos, pero nuestra sangre no fue desperdiciada en el campo de batalla.

Sentado enfrente de un gran lago con la mirada perdida en el horizonte y sentado con las piernas cruzadas intentaba que todos esos recuerdos no me invadieran la mente. Una pequeña brisa me abrazaba e intentaba concentrarme para retomar el control de mis poderes, poco a poco iba entendiéndome mejor a mi mismo y a lo que me rodeaba. Ahora me concentraba en poder cambiar de forma y aspecto a mi antojo. Mi pelo pasaba de negro a blanco y de blanco a negro en segundos, al igual que mis ojos se volvían del color del mar. Y así pasaba mis días, en total paz conmigo mismo.

La mano de Fénix pasando por mi hombro me hizo despertar de mi trance. Le miré extrañado.

-Es la hora, nos esperan.

Asentí con la cabeza y me levanté con poca gana. Hoy era el día en el que nos íbamos a despedir de Zero. El día en el que sus poderes pasarían por completo a nosotros. Ese día no debió desaparecer, Fénix y yo no éramos aún uno solo, si no que el elemento del Hielo aún estaba partido en dos mitades, el sacrificio que hizo ese día fue muy duro para todos, incluso pensé que esta perdida sería insuperable, nunca me vi a la altura de mi guardián porque el era todo para nosotros, nos cuidó como un padre a un hijo.

La luna de sangre comenzaba a aparecer por el horizonte, las nubes se retiraban para que la luz roja invadiera todo al completo. El templo del desbastado reino del elemento Hielo brillaba con la luz de la luna.

Fénix y yo estábamos rodeados de sacerdotes y de las gentes que se presentaban a mirar la escena. El más sabio de ellos sería el que llevaría a cabo el ritual. Era muy arriesgado ya que nunca habían existido dos elementales con el mismo poder, pero era un riesgo que debíamos asumir.

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