Trece

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Un largo año paso...

Todos intentaban continuar con su vida, a pesar de sentir aun la ausencia del peli plata. Habían intentado hacer todo lo que estuviera a su alcance y más. Sesshomaru había movido todos sus contactos, logrando que tomen la desaparición de su hermano como un secuestro a manos de la 48-07, una de las bandas más buscadas de la ciudad.

Se había casi obsesionado, al punto de ayudar con la investigación a los detectives, logrando así capturar pruebas en contra de Naraku y todos sus secuaces. Hasta habían ingeniado un plan maestro que, estaba seguro, no podía fallar.

Porque si fallaba, no volverían a ver jamás a su hermano y eso, por el Ángel, lo traía como desquiciado. En momentos así, maldecía no haber pasado tiempo con él por su maldito rencor.

Por su parte, el resto sobrevivía como podía.

Kaede había caído en una depresión tan grande que le había costado mucho superar. Miroku, Sango, Ayame y Kaghome la visitaban diario y había veces en que la azabache se quedaba a dormir durante días, solo para que esa dulce ancianita, que ya había adoptado como su abuela, no estuviera sola. Aun se culpaba el no haber cuidado a su nieto. Aun se lamentaba haberlo tenido entre sus brazos y haberlo dejado. Aun pasaba horas en su habitación, abrazando su ropa y durmiéndose en su cama.

En momentos así a Kaghome se le partía el alma. A pesar de que ella misma pasaba por una depresión por lo mucho que lo extrañaba y por la preocupación de no saber cómo estaba, donde estaba, como vivía... Si aún vivía.

Un escalofrío recorría su cuerpo cada vez que pensaba lo peor.

Al despertar se dio una ducha rápida. Había prometido desayunar con sus amigos y con Kaede, que se encontraba de mejor ánimo, pero, aun así, seguía con su mirada llena de dolor.

Tomo las llaves del coche que Inuyasha le había dejado sobre el cofre del auto y, luego de despedirse de su familia, condujo hacia esa bella y pintoresca casa.

Sin golpear entro, encontrados con todos sus amigos, en especial con una pequeña de cabellos rojizos y ojos verdes, idénticos a los de su madre.

-Hola, pequeña Yumi – La niña estiro sus regordetes brazos hacia su tía, señal de que deseaba que le hiciera upa - ¿Cómo has estado, mi amor?

- Molesta porque le están terminando de salir unos dientes e impaciente por sus primeros pasos – Contesto Ayame con una sonrisa en el rostro. Desde que Inuyasha se había ido, se había vuelto muy pegada a Kaede y los chicos. Deseaba con toda su alma que su gran amigo conociera a su niña, ya que a pesar de todo lo malo que había dicho sobre él, fue una de las personas que más la apoyo en todo eso. Cada vez que recordaba su partida, sus ojos se aguaban.

- Chicos, ¿Cómo se encuentran? – Camino hacia Kaede, abrazándola por los hombros y besando su frente con cariño – Abuela.

- Hola, mi niña – Acaricio los cabellos de la beba que la miraba sonriente y luego hizo lo mismo con la mejilla de la azabache – Muy bien. Prepare pastel de fresas y mucha crema.

- Que delicia.

- Iré a buscar el té.

- Te ayudo, abuela – Miroku se paró para ayudarla y Sango saludo a su amiga. Sabia mejor que nadie todas las veces que esa azabache se dormía llorando, abrazando a un peluche que Inuyasha le había regalado. Sabia todas las veces que Kaghome se dormía con el nombre del peli plata en su boca y eso, sumándole a que ella misma extrañaba a su mejor amigo, la lastimaba de sobre manera. Se sentía una inútil. No podía hacer nada, como tampoco pudo hacerlo ese fatídico día.

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