Doce

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- Es... Es mi novia – Murmuro, sin dejar de mirar a la azabache que le pedía ayuda con su mirada. Necesitaba alejarla de las garras de Naraku, como sea.

- Tienes novia. Interesante – Sonrió con maldad, lo que hizo que el peli plata se tensara. Tenía que sacarla de allí. Urgente.

- Déjala, por favor – Rogo, con mucha delicadeza. No quería hacerlo alterar. La vida de su niña corría peligro.

- Haremos un trato, perro – Volvió a apretar la nuca de ella y, luego de que grite de dolor, la hizo ponerse de pie. Siempre con su arma apuntando a su cabeza – Mírala bien, dependiendo de tu respuesta, tal vez sea la última vez que la veas con vida – Un gemido agónico escapo de los labios de la azabache, logrando que tanto Miroku, pero sobre todo Inuyasha, se tensen. Ambos tenían la misma idea, alejarla de ese ser repugnante – Vuelve con nosotros y la dejare ir – Miro hacia donde Miroku se encontraba y el hombre que lo mantenía quieto lo empujo, logrando que caiga de bruces al suelo, cerca de donde Naraku se encontraba.

- ¡Miroku! – Volvió a gritar Inuyasha, pero antes de moverse recordó las armas que apuntaban sobre ellos.

- Y, como soy benevolente, también dejare ir a tu amigo y a la novia de este, que está escondida – Miroku abrió sus ojos, pero los cerros de dolor cuando sintió una patada en su estómago que lo hizo escupir sangre. Naraku lo había golpeado con muchas fuerzas y le costaba respirar.

- Inuyasha, no – Jadeo Kaghome, entre lágrimas por él y por su amigo.

- Cállate, maldita zorra – Siseo el pelinegro, apretando su revolver contra la mejilla de ella. Inuyasha jadeo. No tenía opción. Sería una muerte asegurada si volvía con ellos, pero no podía permitir que ninguno de sus seres queridos sufra. Estaba en juego mucho más que su maldita y podrida vida.

- Acepto – Murmuro con su alma retorciéndose de dolor – Pero con una condición.

- No estás en el lugar de exigir nada, perro, pero dejare que lo hagas.

- Olvídate de mi familia. Eso incluye a Kaghome, Miroku, Sango, Ayame, su bebé y mi abuela – Naraku sonrió aún más grande, más malévolo y más sádico, como si eso fuera posible. Por fin, luego de tanto tiempo, tenía a su perro de nuevo consigo – Y... Y Sesshomaru.

- Claro, mi querido protegido. Nos olvidaremos de que existen, siempre y cuando hagas todo lo que te digo – El peli plata se tensó, pero no dijo más nada. Solo bajo su mirada, no era capaz de mirar a sus amigos a los ojos. Era lo mejor que se fuera. Tan solo tenía que hacerle caso a Naraku por el resto de su maldita vida y todo estaría bien – Dilo, Inuyasha – El aludido levanto su vista, encontrándose con la de la azabache que negaba con su cabeza y seguía llorando de dolor.

- Juro lealtad a la 48-07 y prometo dar mi vida para proteger a Naraku, el gran jefe – Murmuro sin parpadear, mirando fijamente al pelinegro que solo sonreía de regocijo.

- Toma, perro – Uno de sus camaradas le entrego una navaja – Hazlo – Con su mano firme, sin dejar demostrar sus emociones como lo había hecho durante 9 largos años, subió la manga de su remera y en su antebrazo, justo bajo la parte interna de su codo, remarco con la punta del cuchillo los numero 48-07. Su brazo comenzó a largar chorros de sangre que goteaban al suelo. Ese dolor se le hacía tan conocido que lo odiaba.

- Buen chico – Dejando a la azabache con uno de sus hombres, Naraku se acercó hacia él con un collar de perro negro que tenía unas púas. Inuyasha jadeo al verlo. Era el mismo maldito collar que ese engendro le había colocado cuando era su mano derecha. Por eso le decía "el perro" porque se encargaba de todos los asuntos con los que Naraku no deseaba lidiar. Por eso le coloco ese collar, para demostrar que era su mascota, que era suyo para siempre – Como en los viejos tiempos, perro – Luego de abrochárselo bien, tomo el collar para tironear de él pero ni una sola queja escapo de los labios de Inuyasha – Rudo como siempre.

- Déjalos ir, Naraku.

- Claro, sabes que soy un hombre de palabra, pero primero vamos a casa – Tiro de su collar para que comience a caminar e Inuyasha así lo hizo. Su destino estaba escrito desde hacía años. No podía huir de él.

- ¡Inuyasha, no! – La azabache comenzó a moverse para huir de los brazos de ese hombre. No podía irse, tenía que quedarse allí con ella.

- Cuando me haya ido, suéltenla – Pidió a los hombres que la sostenían a ella y a su amigo – A Miroku también y si les sucede algo, morirán – Gruño con su mirada fría como un tempano. Miroku se estremeció al verlo. Ese no era su amigo, no podía ser Inuyasha. Su mirada era calculadora, hasta cruel, ¿Por qué era así?

- Claro, jefe – Dijo con burla el tipo que sostenía a Kaghome.

- Inuyasha, por favor, no – Rogo Miroku y vio como la mirada de Inuyasha se entristecía. Era un tonto, claro que su amigo también estaba sufriendo, más que todos ellos.

- Por favor, cuida a todas, ¿Si? Sé que es mucho, pero...

- Tienes que hacerlo tú, no puedes irte – Siseo el pelinegro, pero Inuyasha solo agacho su cabeza. ¿Qué más podía hacer? Si se quedaba, solo haría que ellos corran riesgos innecesarios.

- Gracias, amigo – Murmuro con mucho dolor. Miro por última vez a su niña que solo lloraba y boqueaba, queriendo decirle algo que no le salía.

- Inuyasha – Murmuro el pelinegro, ¿Qué más podía decirle? No le salían las palabras y su mente estaba nublada. Su amigo se iba, volvería a convivir con esos maleantes y no sabía qué hacer. Se sentía un completo inútil. Lo vio alejarse y una fuerza creció en su pecho, tenía que detenerlo, como fuese - ¡Inuyasha, no! – Se zafo del agarre de Hakudoshi y corrió tras él, pero antes de llegar, su captor lo volvió a tomar - ¡Déjame! ¡Inuyasha, eres un maldito imbécil! ¡Vuelve aquí!

- Quieto, niño bonito. El jefe dio sus órdenes.

- Jefe, mis pelotas – Gruño el pelinegro, mirándolo con odio – Su nombre es Inuyasha.

- Llámalo como quieras, pero no te puedes mover hasta que se vayan.

- Inuyasha – Gimió lastimosamente la azabache, mientras caía al suelo, abrazándose a sí misma. Su pecho ardía como su hubiese tragado una bola de fuego, sus lágrimas corrían sin esfuerzo y su cuerpo no dejaba de temblar. Su mente era un lio de cosas que aún no lograba asumir. Le habían apuntado con un arma, la habían amenazado pero, sobre todo, su Inuyasha se iba... Se iba y ya nunca regresaría. Se iba junto con esos pandilleros que tanto daño le habían hecho y que tanto lo habían destrozado siendo solo un niño pequeño.

Se iría junto con Naraku, ese ser vil y cruel, que solo le haría la vida imposible y miserable.

Un llanto agónico escapo de su garganta, seguido de un grito de dolor que llego a los oídos del peli plata. Un escalofrío recorrió su columna vertebral al escuchar el dolor de su pequeña. Su corazón se estrujo de dolor y unas ganas inmensas de abrazarla lo invadieron, pero sin mirar atrás continuó caminando. Dolía, pero tenía que alejarse de ella, de ellos.

- Cuidaremos bien del jefe, bella – Murmuro Jakotsu, el cual sentía el dolor que ella jovencita desprendía.

Sango, desde su escondite, lloraba en silencio. Su mejor amigo, ese joven que tanto quería se estaba yendo obligadamente solo para protegerlos a ellos. Sus piernas fallaron y cayo de rodillas, intentando respirar entre su llanto.

¿Por qué ese idiota tenía que hacer todo por su cuenta? ¿Por qué no podía pedir ayuda? Era un hombre terco que siempre se sacrificaba por todos, ¿Por qué no podía necesitar de ellos una vez? No era un hombre invencible, tenía que comprenderlo.

-Te encontrare y romperé tu maldito rostro, Inuyasha. Lo juro – Gruño para sí mismo Miroku, viendo como ese auto negro se alejaba, casi perdiéndose en el horizonte.

Por su lado, Inuyasha solo miraba a la nada. El camino lleno de árboles lo alejaba más y más de sus amigos y de su abuela, de la cual no se había despedido. Una lagrima escapo de su ojo, pero la limpio con rapidez. ¿Qué tenía en la cabeza al pensar que su vida podía ser bonita y normal? Por el ángel. Era un ex pandillero. Su padre había sido asesinado, su madre había muerto de pena, ¿Qué le hacía pensar que podía ser feliz? Si la desgracia, desde sus 9 años, lo había escogido para que sea su mejor amigo.

Esta era su maldita vida. Al lado de Naraku, siendo su perro. Y ahora, que lo había desobedecido al salir del reformatorio, todo sería peor. 

NO ME DEJES SIN TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora