Mangel gruñó al ser consciente de que los papeles que llevaba en la mano se cayeron al suelo. Se colocó de mejor manera la bufanda y comenzó a recoger los papeles.
Alguien se unió a él para ayudarlo, en silencio. Mangel no necesitó levantar la mirada para saber quien era, notaba que era Rubén, porque ese ardor calido le calaba los huesos.
- Ten. — dijo Rubén, tendiendole los papeles caídos.
El universitario le arrebató las hojas de un manotazo al otro alto estudiante. Gruñó. Se negaba a decir <<Gracias>>.
- Gracias. — susurró. ¡Malditos buenos modales!
- De nada. — contestó Rubén.
Mangel retomó su camino, enfadado e indignado.
¿La razón? Su "amistad" con Rubén era demasiado rara y especial. Había una gran tensión entre ellos, luego hablaban, Rubén lo ignoraba y Mangel se indignaba. Así día a día.
- Ha sido una buena semana, ¿que tal la tuya? — comentó Ruben, caminando tranquilo al lado de Mangel.
- Normal. — respondió cortante.
Mangel caminaba a paso ligero, tratando de hacer que Rubén lo dejase de seguir. Pero gracias a los enormes pies de payaso que Rubén tenía, caminaba a su lado con total tranquilidad.
- ¿¡Puedes dejar de seguirme!?
- ¿Por qué?
Mangel paró de caminar. Se giró hacia Rubén, desafiante.
- ¡Oye, a mi no se me ignora durante una semana y después me hablan como si nada!
Rubén se frotó los ojos con la mano derecha.
- Yo no te he ignorado. — se excusó.
- ¿Ah, no?
- No, simplemente he optado por no hablarte. — se excusó.
- ¿Y eso es mejor o peor?
- Un pelín mejor. — sonrió leve.
- Oh vaya. Menos mal. Ya no me siento tan mal. — dijo sarcástico.
- ¿Ves? Esa es la actitud. Tampoco es para tanto, ¿verdad?
Mangel le dió un pequeño puñetazo en el hombro.
- ¡Ay, coño! — se quejó Rubén.
- Eres un exagerado. — el menor rodó los ojos — Oye, ¿por qué te caigo tan mal?
Rubén lo miró durante unos instantes, entrecerrando los ojos.
- No me caes mal, Rogel. ¿Que te hace pensar eso?
- Oh, no sé. Me ignoras, por ejemplo.
Rubén negó.
- No me caes mal... — contestó — Sabes cómo soy.
Mangel suspiró.
- A veces no te entiendo, Rubén.
El mayor se encogió de hombros.
- Eres demasiado... — gruñó el andaluz.
- Pero bueno, Rogel, ¿que te pasa? ¿Acaso sufres el sindrome premenstrual?
Aquelló descolocó a Mangel.
- ¿¡Sindrome....!? ¿Yo? ¿¡P-pre...!? ¡Eres un idiota!