Berlín 1933
Desperté con dolor de cabeza, quería seguir durmiendo y seguir respirando ese olor tan delicioso de mi frazada, pero desperté de inmediato, así no olían mis frazadas, está no era mi habitación y por lo tanto mi cama. Me levanté lo más rápido que pude, abrí la puerta lo suficiente para sacar la cabeza y observar donde estaba. En el pasillo se escuchaban las voces de Peter y Franz discutiendo en voz baja, al parecer, Peter estaba muy molesto y quería marcharse, pero Franz no lo dejaba, quería que se quedara a solucionar todo.
-¡No hay solución para lo que hiciste!.- Lo empujó por los hombros
-¿Solo fue un beso, estás exagerando! - Contestó el otro.
-¿Quién te dijo que quería ser besado por ti?- Sujetó a Franz de la camisa con coraje, la mirada de Peter daba miedo, a pesar de ser más alto que Franz, no entendía ¿cómo había sido posible que el pequeño sometiera al mayor?
-...¿Hermanos?... - Solía llamarles así cuando no me sentía cómoda en algún sitio, era nuestra contraseña para saber que algo andaba mal. Peter, soltó a Franz y fue de inmediato a mi para abrazarme.
-Buenos días pequeña.- Sentir sus brazos fue reconfortante, la verdad, estaba asustada por verlos discutir, - ¿Dormiste bien?, ¿Tienes dolor de cabeza? - Peter, era muy atento siempre, no tenía idea de la hora que era, pero él ya se encontraba muy aseado, como de costumbre, incluso, llevaba una camisa limpia, lo cual era extraño hasta ese momento.
-Buenos días hermanita.- Franz, intentó disimular sus ojos heridos y se acercó a mí, pero sin abrazarme, ya que Peter, no quitaba aún su brazo.
-¿Buenos días... -contesté tímida - ... interrumpí algo? - Los chicos se veían uno al otro, sin saber qué decir. Por suerte para ellos, Erich, hizo acto de presencia, parecía que salía de otra habitación o tal vez el sanitario, con solo la camisa interior, mientras se colocaba la exterior y comenzaba a abotonarla, ahí me di cuenta que el gran cuerpo que se le veía no era de ejercicio, Erich, era un poco robusto.
- ¡Vaya!, ya estás despierta, te habías demorado, Rebeca. - Me había cambiado el nombre el sujeto, si por la noche lo había odiado, en este momento no quería verlo. Después dirigió su mirada a Peter. - Te ves bien en mi camisa, un poco grande, pero te queda bien el color. - Noté que Franz apretaba el puño, no parecía hacerle gracia el comentario de mesero.
-Su nombre es Rachel, ¡deja de molestarla ya! - Busque, giré la cabeza para encontrarla de nuevo, era Giselle, venía de la cocina mientras se quitaba el mandil. - Buenos y maravillosos días princesa- Nunca había tenido la sensación de derretirme hasta que la escuche y vi esa mañana. Me aferré al brazo de Franz, él colocó una mano sobre mi brazo, en señal de apoyo.
- Buenos días, reina- Sentí arder mi rostro, el corazón palpitar desbocado, un nudo en la garganta y los ojos a punto de salir de sus cuencas. Todos se percataron de mi pequeño momento, ella sonrió y juro que nunca volví a ver sonrisa más hermosa.- Vamos a desayunar, la mesa ya está lista. Así que Peter, me soltó y se juntó a Erich, para comenzar una pequeña charla.
-¿Así se siente?- Pregunté a Franz, sin siquiera verlo, solo seguía viendo hacia el frente, sin moverme, sintiendo aún los ovarios en la garganta.
-Si, hermanita, así se siente el maldito amor... - Su voz se oía quebrada.
Durante el desayuno, no dijimos nada más de lo que había sucedido en el pasillo, todo se había vuelto conversación de la noche anterior y de la redada policial. Giselle, había cocinado el desayuno para todos, y juro que hubiera encantado decir que era la comida más deliciosa del mundo, pero mi reina nunca fue demasiado diestra en la preparación de alimentos, no quiero decir que sabía mal, era un buen desayuno de fruta picada, huevos y jugo, pero a todos nos supo delicioso con los eventos acontecidos. Durante el desayuno me enteré que ella era reportera de un periódico independiente, tenía veintidós años, que habíamos dormido en la misma cama y no, el idiota de Erich, era su amigo y compañero de departamento, no su novio, eso último me hizo enrojecer de la vergüenza, había hecho un maldito berrinche por nada.
Ella se levantó de la mesa y agradeció por haberle tenido confianza para seguirla, pero ya había recibido una llamada para avisarle que tenía trabajo que entregar, que esperaba vernos pronto y que por favor dejara una anotación de cómo localizarme.
-Puedo ir a buscarte a tu casa, si lo deseas, si tus padres no se molestan. - Sentí que todo se me fue al suelo, ahí estaba yo, muy tranquila, desayunando, respondiéndome de una borrachera, en casa ajena, y sin preocuparme de ...
-¡MIS PAPÁS!- Me levanté llena de terror, ellos me matarían con suerte, se supone que era una mujercita de casa y con ciertas reglas a cumplir. Franz, palideció, al parecer sus propios problemas le habían impedido ver que estábamos en problemas, pues él había quedado con mis padres de llevarme a casa en la noche. Tuvimos que salir huyendo de ahí los tres. ni siquiera me pude despedir de ella.
Decir que mis padres estaban furiosos fue poco, cuando regresé a casa, ellos ya tenían unas maletas listas en la sala y los padres de Franz estaban en la sala. El señor Hasse, abofeteó a su hijo frente a todos, lo echó a la calle a menos que se casara conmigo, cabe decir que mis padres ya me habían botado de la casa y esperaban que Franz respondiera por haberme deshonrado. fue inútil, decirle a mis padres que no había ocurrido nada entre nosotros, porque no nos creyeron, todo fue peor cuando Franz, enfadado y fastidiado por la forma en que nos gritaban, gritó a todo pulmón que no me había tocado.
-¡YO DUERMO CON HOMBRES, NO ME INTERESAN LAS MUJERES! -Había sido algo muy valiente, pero muy estúpido, su padre, tomó su bastón atacando directo al rostro de Franz, un hilo rojo corrió por su nariz y el siguiente le hizo sangrar la cabeza. su madre quiso interferir, pero su esposo, le empujó directo al suelo, mi madre fue de inmediato a ayudarle, yo no me pude quedar viendo, cubrí a mi amigo, recibiendo el tercer golpe en la espalda. Mi padre no me defendió, dijo que estaba contaminada y podrida al igual que Franz, también me prohibió regresar a su casa. Así que los dos, tomamos las maletas que estaban en la entrada y salimos de la que fue mi casa, sin tener donde ir, con miedo, con dolor, pero sobre todo con la primera lección aprendida de mi nueva vida:
Las personas como nosotros, no teníamos cupo en las familias normales.
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Sacrifice
Historical FictionEl amor en tiempos de los Nazis parece no ser una opción, peor si decides amar a alguien de tu género. Un crossover de N'oublie Pass