7. NO SOMOS TAN DIFERENTES.

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Haru

En el salón de clases mis compañeros no pueden ser más bullosos –Nótese el sarcasmo–. Mientras yo estudio para el examen que es dentro de unos escasos quince minutos, ellos parlotean y no me dejan concentrar. No parecen jóvenes universitarios, si no de bachillerato. Hablan como si no tuvieran tiempo después con el tono de voz más alto que tienen, y al parecer no se han dado cuenta que este examen vale un quince por ciento.

Son demasiados conceptos, estamos casi a mediados de semestre y ya no puedo con tanta cosa que debo de aprender. La cabeza me va a explotar. Ni siquiera tuve tiempo para desayunar, me acosté tarde en la noche y me levanté temprano solo para seguir estudiando.

Llevo la asignatura en 7.9 de 10, nos ha podido este profesor, y sé que no es tan mala nota, pero mi beca exige que todas mis calificaciones estén por lo menos por encima de 8, y esa maldita decima me está jodiendo la vida.

Noto la presencia de alguien al lado de mi puesto, no le doy la atención que quiere y mejor vuelvo a sumergir mi cabeza en mi cuaderno y libro lleno de apuntes. Incluso las letras parecen estarse distorsionando, a veces siento como si se movieran ligeramente. Debo estar realmente cansado.

Ignorarlo no parece ser suficiente e insiste al carraspear su garganta fuerte para que todos lo oigan, ¿Qué por qué lo hace?, ese chico ha estado así en los últimos días, ayudándome indirectamente, fingiendo que nada pasa pero siendo igual de evidente, intentando aligerar la tensión entre nosotros.

–¡Ah! Que café tan horrible–pone el vaso sobre mi puesto y puedo sentir el particular olor de la bebida, el humo que sale de él llega hasta mis fosas nasales haciendo que mi barriga gruña pidiendo algo de comida–, ten, bébelo.

Adriel me mira sereno, no como antes que en sus ojos se notaba cierto sentimiento retador. Hace como si no estuviera pasando nada interesante, pero yo sé que solo es otra fachada que adquirió después de nuestra pequeña conversación el día que vi como su papá, el ministro, le pegaba por sus "Notas bajas" y le decía unas palabritas fuerte para adornar el regaño.

–Bébelo–ordena Kyst.

–Ya déjalo, a veces te vuelves insoportable. No lo hagas si no quieres, Haru–se mete una chica. Llevo con ella dos semestres en la misma aula y no logro acordarme de su nombre. Es tailandesa, y que lio para aprenderme su nombre completo, ni modo de llamarla por su apodo, lo detesto.

Gordita, le dicen, y esa chica no parece pasar los sesenta kilogramos.

Tomo el vaso y de inmediato puedo sentir su calor trasmitirse a mi piel. El invierno ha terminado, pero las trafagadas de vientos fríos continúan y un café como este no estaría mal. Según me enteré es importado de Colombia, mi favorito hasta ahora.

Huelo con disimulo antes de probarlo, aunque haya hecho las "pases" con el peli castaño de Adriel sigo sin confiar en él del todo.

Le doy un pequeño sorbo y no trago de una, primero lo saboreo un poco, sintiendo su sabor en mí boca, disfrutando de su sabor ambiguo para luego si pasarlo disfrazando mí deleite con una cara indiferente. Adriel aprendió a preparar el café como me gusta.

A unos metros del edifico hay una cafetería donde va la mayoría de personas de mi facultad. La frecuentan en la mañana, preparan un pan exquisito y unos biscochos de muerte. Me he topado con Adriel varias veces, yo he visto qué le echa a su latte, y lo he pillado a él mirando cuando le echo dos de panela y un poco de canela a mi capuchino. Con razón le sabe mal, prepara el que no es, a propósito, supongo.

–¿Si ves, gordita? Le gustó, es solo un café, no una bomba. Relájate–justifica Adriel llamándola por el apodo que a mi tanto me molesta, aunque sea de "cariño".

DOS CONTRA UNO [UPLD #2] TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora