No tengo derecho a quejarme, ¿cierto?
No tengo el más mínimo derecho de quejarme por la forma en la que llevamos nuestra relación porque desde el principio yo sabía quién eras tú, no, perdón, quién eres.
No puedo ponerme a señalarte con el dedo queriendo echarte la culpa de algo que yo te dejé hacer. Te dejé ir más allá de donde hubiera pensado que iba a dejar entrar a una persona. Te di algo que no voy a poder recuperar y desgraciadamente tú jamás vas a valorar. Y yo siendo una niña inexperta a merced de los placeres de la vida, me obsesioné contigo porque no tenía idea de lo adictivo que era hacer algo como eso, algo que al principio fue incómodo pero luego me encantó por todas las maneras en las que pudimos hacerlas. Cada vez que estábamos juntos, me gustaba creer que estabas conmigo porque yo te gustaba como mujer, porque estabas enamorado de mí, vaya manera de castigarme ¿no?. Seguramente si tú supieras esto te reirías de mí por lo infantil e ingenua que estoy actuando y la verdad es que sí, tú desde que me conoces sabes que soy una niña caprichosa.
Caliente, caliente, caliente sentía mi alma y mi piel cada vez que te tenia cerca, todas las malditas veces que te tuve tan cerca de mi rostro. Cualquier mínima cercanía hacía que mi cuerpo pidiera más y más y más. Me daban ganas de meterte las manos debajo de la ropa y saborearte, sentirte y elevar la temperatura de mi cuerpo, perder poco a poco el interés en nuestro alrededor y solo interesarme por el tú y yo.
No te voy a mentir, me excitaba el hecho de que se tratara de ti, porque eras prohibido, pero al parecer te parecías un poco en eso a mí. Tú y yo fuimos zambulléndonos en la carne, sin besos, ni mirarnos a la cara, pero nos entregábamos el uno al otro. Me encantaba, porque al ser una niña caprichosa me complacía de tenerte, siempre me encantó obtener todo lo que yo quisiera, me gustaba la idea.
Pero todo tiene sus defectos y el más grande de nosotros dos era el hecho de que nuestras diferencias nos obligaban a destruirnos el uno al otro. Lo nuestro era una poción prohibida que con el tiempo presenciaba residuos de veneno que iban asesinando a largo plazo cualquier cosa buena que pudiera salir entre nosotros. Estamos realmente enfermos, pero eso al parecer no nos interesa, ambos sabemos que tenemos cosas mejores en qué enfocarnos y para mí, las cosas siempre van a salir como yo quiero porque soy una pequeña perra y debes de saberlo, pero yo jamás me voy a poner a aceptarlo porque le quitaría el encanto a este jueguito tan pecaminoso que tanto me gusta jugar. Me divierto tanto comportándome como una perra sumisa que ruega e implora y al final obtiene lo que quiere. Me excita tanto como tener a alguien entre las piernas o metido en la boca.
Que coraje ¿no? Debería darme vergüenza ser de esta manera pero la verdad es que lo disfruto de sobre manera, lencería maltratos, sumisión, sometimiento, gemidos y gruñidos en cualquier parte es demasiado delicioso que puede más conmigo.
Yo te dije que no era lo que pensabas, que no era una perra imbécil maldita persona de mierda, pero la verdad es que sí lo soy, la verdad es que sí quisiera reírme de ti cada vez que me dices que sufres por mi culpa. Me encantaría reírme a carcajadas y disfrutar del placer de saber que soy una perra maldita y alguien más lo sabe también.
El hecho de que yo sufra es parte de esa maldita magia que provoca que mis pezones se endurezcan y mi ropa interior se moje obligándome a retorcerme de placer silenciosamente.
Te voy a decir la verdad amorcito, eres uno de los mejores juguetes que he tenido porque siempre haces lo que yo quiero, a veces incluso mucho mejor.
Que inteligente eres al sospechar de esta realidad que tengo en la parte más oscura de mi interior pero jamás te vas a enterar.
Riizaah Mcardy >-<-?
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DEMASIADO ROJO
Short StoryNo es poesía, pero todo está escrito con el corazón. Con las emociones más profundas de una una y más mujeres, enamoradas, enojadas, engañadas, dolidas y todo aquello que hace que sean quienes son.