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Nunca me ha gustado beber, pero no puedo evitar dirigirme a un asqueroso bar cerca de mi departamento. Odio la carga emocional que me pesa en la cabeza y la imagen de aquella joven de dieciséis años me invade una y otra vez. He visto la muerte tantas veces y de tantas maneras que no debería importarme, pero hubo algo en ella que me hizo recordar a Sakura. Y eso es lo que me tiene en total descontrol.

Hanna, ha sido mi paciente desde hace dos años. Llegó con insuficiencia cardiaca de emergencias al hospital e inmediatamente, luego de estabilizarla, derivaron el caso conmigo. Ha llevado un tratamiento con pastillas en todo este tiempo y ha esperado la operación que iba a suponer una mejora en su calidad de vida, pero ha pasado lo peor.

Hoy se supone iba a ser el mejor día de su vida, eso me comentaba cada vez que iba a consulta con una sonrisa en su rostro, pero no lo fue. No desde el momento en que su presión empezó a bajar y entro en shock, un maldito shock que no pudimos controlar. Tratamos de revivirla, pero no se pudo. Se fue.

Aun la imagen de mi escritura sobre el informe médico y el acta de defunción sigue pegada en mi mente. No pude salvarla. Ella tenía tantas ganas de vivir... Era demasiado joven y las estadísticas prácticamente se rieron en mi cara.

Quizá no soy el mejor médico que mis compañeros tratan de convencerme.

Era una operación como a la que Sakura se sometió cuando era niña y de la cual salió airosa.

Pero no pude hacer nada. Tenía el corazón de esa niña en mis manos cuando entro en shock.

Era saludable en el resto de sus órganos. No había alguna patología que ponía en riesgo su vida; además de sus problemas cardiacos.

Estaba bien. Se suponía que lo estaba y se suponía que lo estaría.

Pero... Eso no le importaba al pronóstico favorable que le había dado a su padre, días antes.

Murió de igual forma.

Y cuando le di la noticia a la familia, pude ver el dolor humano reflejado en sus rostros. Aquel mismo dolor que he visto en todo el camino en mi espejo retrovisor. Es la desesperanza de perder a alguien para siempre. De perderla a ella para siempre. Por eso estoy aquí. Quiero olvidar lo mierda que a veces se pone mi existencia.

La asquerosa música suena escandalosa en mi cabeza.

¿Qué pasa si tampoco puedo salvarla a ella?

¿Seré capaz de perderla otra vez?

Como odio a Madara y su estúpida ambición. Debería de haber dejado en paz Sakura desde hace mucho tiempo, pero siguió obsesionado con ella. El recuerdo de que el idiota de Itachi no hizo un buen trabajo, me retuerce las tripas. Se supone que el señor perfecto debería de haberla cuidado mejor que yo, pero no. Solo le quitó su magia y la ligo a él de una forma que el día en que Sakura tuvo aquel accidente, su alma no solo terminó deslindándose de su cuerpo, también lo hizo de mi hermano.

Eso me lleva al pensamiento de que mañana lo tendré de frente y es el peor dolor de tripas que he tenido. Odio a Itachi. Odio la perfección que pretende tener.

Me acomodo en la barra del bar, mientras el barman, un tipo alto y de barba espesa me pasa la carta. Se queda mirándome largo rato como si pareciera que le sorprendiera a alguien como yo bebiendo.

Ojeo la carta, descartando bebidas con nombres horrorosos. No quiero ningún trago preparado, solo necesito una botella de whisky y tratar de emborracharme hasta perder la consciencia, aunque eso nunca lo he logrado como demonio. Lo máximo que puedo lograr al beber es sentir un ligero entumecimiento en el cuerpo. Lo único divertido de haber sido humano fueron aquellas veces en que con una botella pude escapar de los recuerdos que me atormentaban cuando encontré el cuerpo sin vida de Yuriko y lo que por consecuente siguió. Lo que vivirá en estos días la familia de Hanna. Sepelio, entierro, dolor.

Hacia la luz II: Por un sentimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora