Capítulo 5

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Margaret

El calor de México me azota. Puedo oír los pájaros trinar fuera de mi recámara, en los terrenos de la hacienda. Me levanto de la cama y siento el corazón en mi garganta. No pude haberme quedado dormida y soñar todo eso ¿o sí? Voy hasta la ventana y encuentro los mismos hombres caminando pegados a los muros que dividen los límites de la propiedad, también otros en casetas de vigías. Las náuseas suben por mi garganta y corro a la puerta. Tiro con fuerza de ella, tratando de abrirla, pero como cada vez está cerrada. La llave está puesta, no hay forma de que escape. Todo fue un sueño, por eso fue tan fácil la primera vez, por eso todos allí eran tan amables conmigo.

Comienzo a dar golpes en la puerta. Quiero salir de aquí, no quiero estar más aquí. Quiero salir, así sea en una bolsa de plástico, ya ha dejado de importarme. Los golpes no duelen como todas las veces anteriores que lo he hecho, se sienten mullidos y no hacen eco en la enorme casa, los gritos atrapados en mi faringe.

—Alexandria. —su nombre sale de mi boca inconscientemente.

El grito desgarra mi garganta y este sí hace estruendo. Una parte de mí clama por ella, como si realmente se pudiera materializar aquí y salvarme de mi carcelero, de mi torturador, como prometió.

—Lex... —el apodo cariñoso sale de mis labios cuando dejo la puerta y voy a las ventanas.

Estoy dispuesta a ponerle fin a todo esto. Romperé el cristal y acabaré con mi tortura de una manera u otra. Escucho la puerta abrirse para ser cerrada con fuerza. Los pasos resuenan con firmemente en el suelo y unos fuertes brazos me sostienen. Pero esta vez no hay rudeza, no hay violencia. Solo es cuidado, son brazos protectores. Una mano va a mi rostro y abro los ojos.

Tan pronto abro los ojos veo a Alexandria allí, a lo alto mientras me sostiene en sus brazos. Sus ojos oscuros están llenos de preocupación por mí. Un gran alivio se apodera de mi pecho al saber que estoy aquí con ella. Mi rostro va a su pecho mientras me abraza. Lloro, soltando todo el pánico. Sin embargo, con la rapidez que se desvanece el temor del sueño, el impulso del vómito sube por mi garganta. Intento correr hacia el baño, pero los brazos de la mujer que me tiene no me sueltan y solo alcanzo a inclinarme hacia un lado. Toda la deliciosa comida que había ingerido sube por mi garganta y termina en el hermoso suelo de madera de la habitación.

—Tranquila, Maggie, te tengo —dice la mujer que me sujeta; una de sus manos me ayuda a no caer de la cama mientras la otra sostiene mi cabello —. Yo te cuido.

Tengo lágrimas en los ojos cuando lo último del contenido de mi estómago es expulsado.

—Ensucié tu piso. —es lo único que logro decir.

—No te preocupes por eso, yo me ocuparé de ello. Vamos a que te des un baño.

Se levanta de la cama y me lleva con ella. Pasamos junto al vómito y mi estómago se revuelve otra vez. Ella me sienta sobre el mostrador del baño. Sus manos mueven los cabellos que se han pegado a mi rostro. Sus ojos me inspeccionan mientras sus manos van lentamente acariciándome. Sus labios van a mi frente y deposita un suave beso allí. La veo alejarse y todo mi cuerpo se queja por su falta. Camina hasta la bañera y abre el gripo para que se llene. Va a unos gabinetes y comienza a sacar unos embaces, vertiendo de ellos en el agua y luego regresa a mí.

—Te dejaré para que te bañes, ¿de acuerdo? —solo asiento con la cabeza; su mano regresa a mi cabello, acariciándolo —Relájate, estarás bien, siempre te protegeré.

—Lex —ella me sonríe —. Gracias por esto, no tenías.

—Yo ahora te cuido —se vuelve a acercar a mí y está apenas a unos centímetros, su olor inunda mis sentidos y solo inhalo profundo —. Le diré a Evangeline que te haga algún caldo para que comas ahora, ¿o quieres gelatina? ¿Tal vez un tazón de helado?

Crónicas de Vampiros// La Institutriz de la VampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora